ALEXANDER ZELENTSOV, LIQUIDADOR
"Incluso la mala gente, con amor, mejora"
Tengo 56 años. Nací en la República de Kirguistán. Soy ingeniero de Técnicas Térmicas. Me he casado dos veces y tengo una hija de 37 años, un hijo de 27 y dos nietos. No he conocido nada más sucio que la política. Creo en Dios firmemente. He participado en los debates del CCCB en torno a la exposición Hi havia una vegada Txernòbil.
IMA SANCHÍS
- ¿Qué imagen le viene a la cabeza cuando recuerda aquel 26 de abril de 1986...?
- Más que una imagen, me asaltan dos olores. El del lubricante caliente que despedía la central nuclear de Chernobil cuando la construimos; un olor agradable. Y el del grafito quemado que la envolvía el día que explotó.
- ¿Cuál era su responsabilidad ese día?
- Me despertaron a las dos de la madrugada. Llamé a la oficina pero nadie contestó. Cuando llegué supe que el operador jefe, al que debía sustituir, y parte de mis compañeros habían muerto. Volaban por el aire 220 toneladas de combustible radiactivo.
- ¿Era consciente del riesgo que corría?
- Por supuesto. Me puse a trabajar. Teníamos que cortar todos los pasos de agua. Entré tres veces al corazón del desastre, bajo tierra. Me encontraba mal, vomitaba sangre, pero todavía había que cerrar otra llave y yo sabía con exactitud dónde estaba.
- Y entró por cuarta vez.
- Sí, y ya no recuerdo nada más.
- ¿Cómo está de salud?
- Tengo una serie de enfermedades que preferiría no comentar. Recibí 286 roentgen (medida de radiación). Una dosis de 25 se considera alarmante.
- Entonces la suya ya es otra vida.
- Soy una persona más dócil, creo que los ocho litros de sangre que me transfundieron eran de mujer. Para mis amigos y yo, los supervivientes, los que hemos abandonado nuestras casas y ciudades para no volver jamás, hay un antes y un después.
- ¿Cómo es el Alexander de hoy?
- Sabe que nuestro planeta es muy frágil y que deberíamos llevar el bien a todo lo vivo y no el mal, que, de alguna forma, siempre vuelve a nosotros. Creo que gracias al bien que hago como presidente de la Organización de los Inválidos de Chernobil, no me encuentro tan mal como podría encontrarme.
- ¿Qué debe saber el mundo de Chernobil?
- La verdad, es una lástima que haya tenido que esperar veinte años para poder hablar, nos hubiéramos ahorrado muchos problemas. Así que si me deja aprovechar...
- Adelante.
- Quisiera dar las gracias a los españoles que desde el año 1987 ayudan a las familias afectadas recibiendo en su casa a niños que vienen a mejorar su estado de salud y pasar unas vacaciones. Muchísimas gracias, no saben lo importante que es para nosotros.
- ¿Por qué tanto silencio?
- Para los trabajadores de las centrales hablar de ellas estaba penado con la cárcel. Los políticos preferían sacrificar a parte de la población que dar a conocer la verdad.
- ¿Qué historias le han llegado al alma?
- Chernobil fue una radiografía de las personas. Dejaron de existir los tonos grises: o eras una persona con mayúsculas o eras un indeseable. Para mí lo más difícil es que cada año tres o cuatro amigos mueren a causa de la radiación. Y están aumentando los casos de cáncer. El tratamiento es carísimo, pero cada vida que salvamos es una alegría.
- ¿Qué ha entendido del ser humano?
- Que es condición humana hacer el bien. Incluso las malas personas, cuando son tratadas con amor, mejoran.
- ¿Lo ha visto?
- He visto muy a menudo renacer a personas muy graves, incluso terminales, cuando son tratadas con amor y buen humor. Si recuperas las ganas de vivir, puedes llegar a vencer la enfermedad más terrible. Tengo un íntimo amigo con cáncer en el hígado, riñones y abdomen y metástasis en todo el cuerpo que, después de un tratamiento médico y un tratamiento de amor por parte de sus amigos, ha revivido y todavía está entre nosotros. Yo creo que el amor y el bien de la gente tienen la capacidad de salvar el mundo.
- ¿Cómo mantiene usted la alegría?
- Relacionándome con buena gente, agradable y generosa, eso te carga positivamente. Después de Chernobil comprendí el valor de la vida en toda su dimensión, y eso es lo que yo intento transmitir a otras personas.
- ¿Qué hace con las injusticias?
- En Rusia hay un dicho: una sola cucharada de amargura puede arruinar un cubo de miel. Cada uno de nosotros tenemos dentro esa amargura y yo procuro apartarla de la miel, así que cuando no estoy bien me aíslo, no quiero trasmitir mi desánimo. Me voy a mirar el mar, a recuperar mi equilibrio.
- ¿Qué piensa de los políticos?
- Me he relacionado mucho con ellos y no he encontrado en la vida nada más sucio.
- Cuando ocurrió la catástrofe, su hijo era pequeño...
- Sí, no pudo acercarse a mí durante tiempo. A mi alrededor, en el hospital, no paraba de morir gente. Yo no quería llorar, quería ser fuerte, pero una vez no pude contenerme.
- ¿Fue delante de su hijo?
- Sí. Me dieron el alta y fui a verle, estaba en una casa de descanso. Cuando me vio, abrió mucho los ojos y retrocedió, pero luego se lanzó a mis brazos: "¡Papá, estaba seguro de que estabas vivo!". Lloré, lloré mucho.
- ¿Su hijo pensaba que había muerto?
- Tenía tan pocas posibilidades de vivir que en el hospital me dieron por muerto y encargaron a mi familia la compra del ataúd.
- ¿Qué es lo más hermoso que ha visto?
- La vida. Las personas que hemos recibido fuertes radiaciones entramos en una crisis de dolor que invade todo el cuerpo, un calvario indescriptible... No hay alegría más grande que recuperar la vida. Mire esto.
- Un SMS, pero no entiendo el ruso.
- Es de mi hijo: "¿Cómo estás, papá? Un beso". ¡Fíjese!, un beso de un hijo mayor a su padre; es tan agradable, me da tanta energía...
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