El ángel caído viste Prada (y el Arcángel Gabriel Milano)
Ayer fui con mi mujer a ver The devil wears Prada (que los funcionarios del Ministerio titularon más o menos correctamente como El diablo viste a la moda, debieron pensar que la mayoría de la mexicanidad no iba a saber quién coños es Prada... al menos no le pusieron El diablo usa Mitzy). Yo la escogí porque leí la crónica en Letras Libres. Calificación: aceptable.
Este es el texto que nos condujo a la Plaza Delta... es de Fernanda Solórzano.
Llamémosla un placer culposo, en este caso por partida doble. Primero, porque hace una vez más disfrutable el cliché del pobre-pueblerino-bueno seducido por el rico-refinado-malévolo que regresa a sus modos sencillos cuando descubre que no hay nada que valga lo que su felicidad. Segundo, porque en este caso la odisea sí vale la pena, tanto para el personaje como para el espectador. Adaptación del libro homónimo de Lauren Weisberger, basado sus experiencias como asistente de la editora de la revista de moda más influyente (en clave, Anna Wintour de Vogue), El diablo viste a la moda supera al Prêt à Porte de Robert Altman, en su retrato de las vísceras del mundo de la alta costura, no por ser más preciso sino más absurdo y trivial. Con Meryl Streep, perfecta, en el papel de la jefa del infierno, la película no tiene un centímetro de profundidad. Es, en esa medida, una radiografía fiel de los círculos sobrados de engreimiento (el de la moda es sólo uno de ellos) y que toman decisiones con miras a la posteridad.
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