¿Gobernará algún día la izquierda?
Publicado en El Guardián, en septiembre 23, 2006.
JMB
Nunca como antes la izquierda mexicana ha estado tan cerca de lograr uno de los principales objetivos de cualquier partido político: ganar las elecciones presidenciales. En los últimos años el incremento de su influencia en determinadas zonas del país, sumado al carisma del que a la postre sería su candidato avivaron en un amplio sector de la población la idea de que, por primera vez en la historia contemporánea, un gobierno surgido de estas filas se materializaría en México. Sin embargo, de acuerdo al fallo emitido por las instituciones electorales, este hecho deberá postergarse unos años más.
En estricto sentido, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), actual representante y aglutinador de las izquierdas nacionales, es el instituto político con la tradición más antigua del país. A pesar de haber sido establecido en mayo de 1989, su añejo historial se remonta a noviembre de 1919, fecha en la que fue fundado su referente inicial: el Partido Comunista Mexicano (PCM). De esta forma, tanto el PRI –creado en 1929—como el PAN –en 1939—pueden considerarse como predecesores dentro del sistema de partidos.
En efecto, si consideramos que el PRD es el producto de múltiples factores históricos como la creación, fusión y desaparición de diversos organismos políticos de izquierda, su origen puede remontarse a la etapa prerrevolucionaria. El PCM tuvo una larga vida de 62 años, aún cuando sólo fue reconocido legalmente durante sus últimos dos. Fue hasta 1979 cuando este partido obtuvo su registro ante las autoridades correspondientes luego de las reformas electorales promovidas por Jesús Reyes Heroles.
En 1981 el PCM se fusionó con el Movimiento de Acción y Unidad Socialista, así como con el Partido del Pueblo Mexicano para dar lugar al Partido Socialista Unificado de México, antecedente directo del Partido Mexicano Socialista quien, a su vez, fue el instituto que en 1989 cedió su registro ante la Comisión Federal Electoral a favor de lo que actualmente es el PRD.
Como dato relevante, debe recordarse que fue precisamente aquí, en Huauchinango, donde el naciente PRD fundó en ese año su primer comité ejecutivo municipal del país mediante un acto público realizado en el antiguo Auditorio Municipal.
A partir de entonces comenzó la aventura más reciente de la izquierda mexicana. Durante los 17 años que el PRD acumula ya bajo esta denominación, este partido se ha consolidado como un factor decisivo de poder y un actor político imprescindible. Pese a una convulsionada historia de altibajos y sinsabores, una de las características de esta organización ha sido una sinuosa pero constante línea ascendente en materia de preferencias electorales.
Este hecho se ha consolidado –sobre todo—a partir de 1996, fecha en la que asumió la presidencia interna del partido el tercero en la línea directa de autoridad moral: Andrés Manuel López Obrador (sólo detrás de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo). Bajo su liderazgo el PRD aumentó su presencia en puestos legislativos y ejecutivos, destacando la subida al poder del gobierno del Distrito Federal en diciembre de 1997.
Factores como el ejercicio de gobierno en estados y municipios, la consolidación de la Ciudad de México como el principal bastión electoral y un candidato carismático permitieron que el PRD llegara a los comicios de 2006 como el amplio favorito y el principal enemigo a vencer. Las encuestas de opinión otorgaban a López Obrador, un político sureño fraguado en la trinchera popular, niveles de aceptación inusitados años antes de las elecciones. De hecho, en mayo pasado el común de los editoriales políticos era dar por descontado el resultado de las mismas ante la causa perdida que representaba desafiar su popularidad.
Sin embargo, algo pasó. Al respecto, cada quien tendrá su propia versión. Fraude o soberbia. Guerra sucia o abulia. Estrategia o errores básicos. El punto es que, hoy por hoy, las instituciones electorales han nombrado a un presidente electo y la plaza pública a un presidente “en rebeldía”.
En una vuelta de tuerca que parecía imposible, la izquierda no ha podido acceder en 2006 al poder, precisamente cuando más cerca se encontraba del mismo. Palabras más, palabras menos, nadar el océano para morir en la playa.
Por supuesto, esto ha ocasionado la ira de sus seguidores. Al menos de los sectores duros. La derrota ha sacado a flote la excesiva confianza que rondaba en sus filas. De acuerdo a lo observado, no existía un plan B frente a este escenario –de hecho, ni siquiera se preveía dicho escenario—o, al menos, no estaba delineado con exactitud. Si en principio las manifestaciones multitudinarias en la plaza mayor tenían como objetivo dar un mensaje de aliento a los votantes de la izquierda, las acciones posteriores han evidenciado fuertes contradicciones entre el ser y el deber ser.
Al respecto, destacan dos. Primero, el multicitado lema de “voto por voto” que enarboló la resistencia no poseía bases sólidas. La Coalición no impugnó todas las casillas, sino sólo unas cuantas. El resultado fue que no se abrieran todos los paquetes, sino sólo algunos. Si el supuesto era que había existido un fraude multitudinario, la lógica apuntaba a la impugnación hasta de aquellos colegios electorales en los que había ganado López Obrador, algo que, finalmente, no sucedió. Segundo, existe un discurso de ruptura en el que las instituciones pueden irse al diablo. En contraste, el PRD aceptó desde el inicio las reglas del juego de esas mismas instituciones. De hecho, la ambivalencia entre la descalificación y el reconocimiento es evidente cuando en el Zócalo se asume la presidencia rebelde y en San Lázaro y Xicoténcatl los cargos legislativos. Ya no mencionemos la aceptación de las prerrogativas provenientes del maltrecho IFE.
La fuerza de la izquierda ha estado representada en las ideas y en las propuestas que ha asumido. Su papel dentro de la democratización del país ha sido definitivo. Los más de 13 millones de votos que recibió muestran que la agenda pública debe dar prioridad a los pobres. Sin embargo, el PRD se enfrenta hoy a la paradoja de quemar las naves o continuar en esa línea ascendente hacia 2009 y 2012.
Tal y como se ha preguntado el diario francés Le Figaró, “¿acaso es un loco desconectado de la realidad (Andrés Manuel López Obrador) o un visionario decidido a cambiar?, ¿es el partero de un nuevo México o su incendiario?”. El tiempo lo dirá.
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