lunes, noviembre 13, 2006

Lamentable Presidencia

Rogelio Hernández Rodríguez

El ambiente político cada día se complica más no sólo porque aparecen nuevos conflictos y los viejos se agravan, sino porque los participantes demuestran una notable falta de responsabilidad y capacidad para encontrar puntos de acuerdo y establecer mecanismos que atiendan el malestar social. Oaxaca continúa sumida en el desorden y todos los políticos involucrados, lo mismo en la entidad como en el gobierno federal, siguen recriminándose unos a otros pero sin que ninguno demuestre verdadero interés en solucionarlo. Por si fuera poco, al encono que se advierte entre las partes se han sumado algunos grupos guerrilleros que muy al margen de sus motivaciones, han decidido contribuir con lo que mejor saben hacer: provocar más incertidumbre.

La lógica política indica que toda negociación supone puntos intermedios de acuerdo en los que cada parte obtiene algo de sus originales pretensiones; nunca el todo porque conseguirlo significaría el sometimiento del adversario. En todos los casos que tienen al país en medio de la crisis, ninguno de los participantes está dispuesto a ceder porque han advertido claramente que no hay ninguna autoridad capaz de imponer los límites y alcances de sus demandas. Si algo está presente en la mente de todos, políticos y sociedad, es que no hay órgano central que establezca una guía de comportamiento.

Ese órgano tendría que ser el Presidente de la República. Sin embargo, como es fácil advertir en las últimas semanas, el Presidente parece estar más preocupado por pasar sus últimos días defendiendo su gobierno, de nueva cuenta a su esposa, criticando a la oposición que nunca lo ha entendido y viajando, incluso para asuntos personales con cargo al erario, que en atender los problemas que su negligencia ha dejado crecer. Tan preocupado se encuentra por estas tareas, que la negativa del Congreso a salir del país le ha molestado de tal manera que ha recurrido a los medios de comunicación para acusar a los legisladores de no entender las altas miras de sus viajes particulares, y ha aprovechado cuanto foro se le presenta para volver a acusar al Congreso y los partidos de obstaculizar su gobierno. Fox termina su sexenio del mismo modo como lo comenzara: en abierta confrontación con el Congreso.

La negligencia presidencial es ostensible. Después de semanas de constantes críticas a su pasividad en Oaxaca y sólo hasta que un periodista estadounidense fue asesinado y provocó las protestas de ese gobierno, el mandatario se decidió a enviar a la policía a esa entidad. Pero como ha quedado claro a partir del segundo día de su llegada, el único propósito era rescatar el centro de la ciudad de Oaxaca y no terminar con el problema central. El zócalo oaxaqueño podrá estar libre de manifestantes pero el estado sigue en las mismas condiciones de inestabilidad porque la intransigencia de la APPO y del gobernador se mantiene intacta.

El Presidente parece tener una forma, singular y sobre todo personal, de entender la realidad. No sólo le parece que ya está restablecida la paz en Oaxaca sino que las bombas colocadas la semana pasada y cuyos autores son grupos guerrilleros, no representan ningún riesgo para el país. Porque a su juicio todo el país se encuentra en calma y las instituciones funcionando eficazmente, es que el Presidente no consideró necesario cancelar sus viajes, uno oficial a Vietnam y otro personal a Australia.

Desde luego que la negativa del Congreso tiene una buena dosis de revancha, pero sería poco serio no ver en la actitud presidencial una falta de responsabilidad al abandonar el país durante 20 días y en medio de problemas políticos graves, para un viaje oficial pero no imprescindible, y otro en el que no es difícil advertir que lo más importante era visitar a un familiar. Por más revanchista que sea la actitud de los partidos de oposición, no deja de ser un llamado de atención al Presidente para que asuma su papel en la solución de los problemas nacionales.

Sin una cabeza visible y en especial respetada, no se esperaría que el resto de actores políticos se conduzca con responsabilidad. Después de las elecciones ha sido reiteradamente subrayada la polarización política y la fragmentación de los partidos que hace difícil alcanzar acuerdos. En esas condiciones, un Presidente propenso a la descalificación de sus adversarios, a la crítica fácil y a imponer sus puntos de vista, no contribuye a las negociaciones. En un calendario político como el mexicano, en el que median unos días para que el nuevo mandatario asuma el poder y por ende sea el responsable de la política, el saliente no puede mantenerse al margen. Fox es hasta el último día de noviembre el encargado del Ejecutivo y por eso no puede evadir la solución de los problemas.

Es verdad que el presidente Fox no ha creado todos los problemas, pero ha contribuido al agravamiento de muchos por sus declaraciones imprudentes y porque las más de las veces ha asumido el papel de contrincante, dispuesto siempre a la confrontación, en especial cuando es criticado su comportamiento. Tampoco ha sido infrecuente que destine más tiempo a viajar por el extranjero, con muy pocos resultados favorables para el país y en ocasiones donde no se justifica oficialmente su ausencia. Este rechazo no ha sido el primero, pero tampoco es la primera vez que priva la sospecha de que no había razones suficientes para aprobar el viaje.

Lo grave es que esta actitud del presidente Fox no es nueva. A lo largo de su administración el jefe del Ejecutivo ha dado sobradas muestras de que nunca entendió a cabalidad la magnitud de su mandato. Construyó un gobierno en el que dejó que poderes de facto se afianzaran y renunció a emplear su autoridad, legal y legítimamente conseguida en las urnas, para consolidar el cambio que él encabezó. Su idea de que la democracia significa mantenerse como observador de los conflictos y que lo mejor es dejar que los actores políticos, ya sean partidos, grupos o líderes, se regulen a sí mismos, solamente ha conducido a profundizar el encono y a dificultar las soluciones.

Fox será recordado por haber logrado la hazaña de terminar con el largo dominio del PRI e inaugurar con ello la democracia. Pero también por ser un mandatario que no pudo construir una Presidencia respetada, que vivió envuelto en escándalos y sumido en la incompetencia política. Felipe Calderón tendrá que hacer frente a múltiples y variados problemas, pero no podrá ni siquiera comenzar a tratarlos si no restaura antes la autoridad y el poder de la Presidencia que ha sido tan dañada por su antecesor.


Investigador de El Colegio de México