Nueva era
JMB
El Guardián, diciembre 9, 2006
Como suele suceder, después de un mal elemento cualquiera que llega a remplazarlo luce mejor. En el contexto de la administración pública, después de una mala gestión la siguiente cuenta con cierto margen para presentarse como su contraparte, es decir como la solución. Esto es precisamente lo que está ocurriendo con el gobierno que ha tomado posesión el pasado 1 de diciembre.
La administración de Vicente Fox, la misma que según su propias palabras íbamos a “extrañar”, pasará a la historia como una de las más grandes oportunidades perdidas de la historia contemporánea del país. Su único, gran e innegable mérito ha sido sacar al PRI de Los Pinos. Ni más, ni menos. Pero en términos operativos, lo que encuentra Felipe de Jesús Calderón de manos de su antecesor son varios escombros y algunas ruinas.
Sin embargo, pese al crispado clima político de este año, exacerbado en los acontecimientos de la última semana de noviembre, los primeros pasos han sido adecuados. Como se había apuntado aquí y en otros sitios, la suerte de Calderón se iba a echar desde el primer minuto del día marcado para asumir como el nuevo presidente de México. Y, al parecer, la prueba ha sido superada. Cuando muchos apostaban a la inasistencia tanto del Ejecutivo entrante como del saliente en San Lázaro, en una hábil maniobra conjunta ambos han aparecido en la tribuna para realizar la ceremonia correspondiente. Claro, un ritual corto, exasperado y atropellado, pero consumado a fin de cuentas.
Las designaciones de los funcionarios de primer nivel de la actual administración no han causado mayores revuelos de los que se podían prever. La vuelta de tuerca del conflicto en Oaxaca ha amainado –en parte—la escalada que había experimentado en las últimas semanas. El anuncio y la aplicación de algunas políticas con sello de izquierdas –como la reducción de los salarios de la alta burocracia—ha enviado un mensaje tangible a la opinión pública.
Frente a todos los pendientes que el ahora habitante del rancho San Cristóbal ha dejado sobre el escritorio, estas medidas han aparecido como pasos de gigante.
Esto no significa, por supuesto, que la situación del país vaya a cambiar radicalmente en los próximos meses. De hecho, el plan México 2030 del propio Calderón es una señal de que los problemas de fondo se resolverán en el largo, muy largo plazo. Sin embargo, luego de la turbulencia postelectoral ha sido reconfortante tener cierta certidumbre política. No por simpatías partidistas o personales. Simplemente por el bien del país.
¿Qué sucederá dentro de esta nueva era? ¿Cuál será el comportamiento y los resultados que obtendrán los diferentes actores políticos, incluida la propia sociedad?
Entre todo lo observado en los últimos días me ha llamado particularmente la atención la actitud del PRI, el partido que gobernó a este país durante siete décadas. La imagen de los legisladores federales de este instituto ingresando a San Lázaro con banderas nacionales en las manos resulta, por decir algo, una interrogante. Por un lado, confirman su condición de bisagra, de fiel de la balanza en los trabajos futuros del Congreso. Por el otro, una señal –real o ficticia—de que en este momento son los moderados, los que tienen experiencia en el arte de la política y los que están por México.
Su objetivo es volver al poder, más temprano que tarde. En este sentido, su estrategia parece adecuada: dan un paso atrás cuando los partidos mayoritarios disputan a las manos –literalmente—el control de las instituciones. Dentro de su experiencia saben que, pese a lo que pueda decirse, el pueblo mexicano prefiere la estabilidad y la paz frente a la revolución.
El comportamiento de los partidos pequeños también conduce a algunas reflexiones. La más notoria es el papel que ha jugado la “nueva izquierda”, la izquierda alternativa. Poco o nada se ha sabido ya no sólo del peso específico sino de la simple ubicación de los legisladores que el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina ha obtenido en los últimos comicios. Patricia Mercado, su ex candidata presidencial, ha reaparecido el pasado 1 de diciembre, pero sólo en calidad de comentarista de una estación de radio de la Ciudad de México.
Sin embargo, la duda más fuerte se concentra en la izquierda histórica, en el PRD. ¿Cuál será el camino a seguir por parte de este partido y sus seguidores? ¿Mantendrá el liderazgo interno López Obrador? ¿Colaborarán los militantes que ocupan cargos públicos con el nuevo gobierno?
La izquierda, su presencia, sus ideas y sus propuestas son vitales para este país. La intención del nuevo gobierno de “rebasar por la izquierda”, es decir de aplicar diversos programas tradicionalmente vinculados con esta corriente, dan fe de su importancia. Sin embargo, ha llegado un punto de inflexión en su camino en el que se requiere un cambio generacional en sus cuadros, una nueva estrategia política y una renovación de su imagen pública.
Si su intención es realmente transformar de fondo las condiciones sociales de este país, lo recomendable es no obsesionarse por subir al poder por el simple hecho de hacerlo. Lo ideal sería plantear una estrategia de largo plazo en la que se establezca una fecha tentativa –pero materializable—de asumir la presidencia. Mientras tanto, mucho se puede abonar desde las importantes posiciones que ha logrado tanto en el Congreso como en los gobiernos subnacionales.
A la pregunta tradicional sobre si la izquierda gobernará –o la dejarán gobernar—algún día este país, estoy convencido de que esto sí ocurrirá. ¿Cuándo? Bueno, eso ni siquiera el propio PRD lo sabe en este momento. Lo paradójico es que las actitudes asumidas por este partido y su líder de facto, lo han alejado de esa meta. Al parecer, se confirma aquello de que el principal enemigo del PRD es el propio PRD.
Una nueva etapa se plantea frente a los mexicanos. Frente a la complejidad del momento político una opción es recurrir a lo sencillo: ponerse de acuerdo y comenzar a trabajar.
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