viernes, marzo 02, 2007

Recordanzas

Uso una expresión muy de René Avilés para abordar el tema de esta publicación.

No sé por qué he recordado a una persona con la cual trabajé hace unos años. Se trataba de una señora, entre 50 y 55 años, delgada, con cierta clase, con gafas. Al principio era la secretaria del Director General. Estoy hablando aún de los tiempos del PRI en el poder. Mmmm, digamos que 1998 o 1999. Quizás hasta 2000. Bueno. Pues al irse el referido DG, la señora entró en una etapa de incertidumbre muy propia de la Administración Pública Federal mexicana. De esta forma, llegó hasta una Jefatura de Departamento. Es decir, a ser la secretaria de un Jefe de Departamento, no a ocupar dicha plaza.

Dicho Jefe era como mi colega. Se trataba del ahora sin rumbo conocido Dr. Soto. Queretano, priísta y tal. Entonces, al trabajar juntos, y al tener pendientes en los que necesitábamos del apoyo secretarial, pues me la asignaba para auxiliarme. Yo, imberbe jovenzuelo, le corregía de vez en vez la plana. Bueno, más bien le pedía hacer las cosas como yo pensaba que eran mejor. La señora, sin quejarse abiertamente, sufría cuando sucedía esto.

Esto era notable porque, cuando hablábamos, solía recordarme que había trabajado con el Sr. Bartlett (así le decía) de manera cercana. Ah, respondía. Sí y además conozco muy bien a su hija, continuaba. Mire, volvía a responder. Total que así siguió el asunto por una temporada que no fue muy larga.

Después, la señora desapareció o, al menos, se fue y ya no me acordé del asunto hasta hoy. ¿Por qué? No tengo ni idea. Pero creo que fue porque estaba imaginando cómo va uno por la vida dando traspiés (esto me sonó a rola pop española). Intento ponerme en los zapatos de la señora y, pues sí, la verdad debe ser duro estar a las órdenes de un jovenzuelo cuando habías tratado con el Sr. Bartlett, ex ministro del Interior, ex gobernador de Puebla, ex senador, ex casi todo. Y ahí, sentada frente a un viejo escritorio de madera --eso fue antes de la remodelación-- escuchando que una dirección postal debía escribirse así y asado, lo único que debió haberle llegado a la cabeza fueron esas imágenes de gloria en las que departía al lado del Sr. Bartlett desde El Poder.

Señor, sólo te pido que ese ciclo de la vida no se aplique a mí, o al menos que se retrase en llegar... indefinidamente.

Fin.