sábado, febrero 24, 2007

Los que vienen

JMB

Hace unos días me he integrado a la plantilla de profesores de la Universidad Nacional
. Una experiencia interesante por donde se le vea. Este hecho implica un aprendizaje en el que las dos partes involucradas –estudiantes y maestro—recorren un mismo camino que busca conducirlos a mejores niveles académicos y personales en el mediano plazo.

Lo que deseo destacar en este texto son las características que he percibido en los jóvenes estudiantes de la actualidad. Nacidos al final del régimen priísta, marcados por los efectos de la crisis económica de 1994 y testigos directos de la transición de 2000, los chicos que en estos momentos se encuentran en las aulas presentan algunas diferencias con aquellos que transitamos por los mismos sitios hace algunos años. A continuación unas breves consideraciones sobre el tema.

En primer término, se trata de una generación más informada, más politizada y más desconfiada. El uso en extremo familiar de las tecnologías de la información les ha permitido estar en contacto con diversas fuentes de conocimiento. Si aquellos que cursamos los grados universitarios a principios de la década de 1990 veíamos en internet un artilugio útil pero destinado a unos cuantos iniciados, para los matriculados de hoy equivale a su primera opción de consulta.

Esto ha tenido un doble efecto en su educación. Al tiempo que les permite estar enterados de casi todo, la calidad de los datos recopilados no suele mostrar la solidez que se esperaría de una educación universitaria. Hay más información, sí, pero esto no significa que sea mejor. La investigación documental en bibliotecas –la cual es, se quiera o no, uno de los pilares del aprendizaje—ha sido desplazada por la sola búsqueda de un ordenador. Un ejemplo de lo anterior es el sitio Wikipedia, uno de los más consultados en la red, pero cuyos datos suelen ser débiles.

Un segundo aspecto es el carácter y la actitud de los estudiantes. La manera en que participan, opinan, debaten y refutan es diferente a determinados patrones de conducta que pude observar en mis compañeros de clase. La mayoría desea intervenir y, sobre todo, ser escuchada. El contraste radica en que, hace unos años, la inhibición o el bajo perfil eran más comunes. Con esto no quiero decir que ahora todos hablen y antes no, o que todos los que ahora participan lo hagan de forma brillante. No. Lo que quiero hacer notar es ese nuevo papel que asumen los estudiantes de no ser sólo espectadores pasivos y receptores de conceptos, sino de ser protagonistas de su propia formación.

Por supuesto, la mediocridad y la flojera campean alegremente por los campus universitarios como antaño. La resistencia a leer y escribir es considerable. Además, uno de los signos más lamentables que he podido observar en los primeros textos escritos por los estudiantes ha sido una pésima y deficiente ortografía. ¿A quién se debe responsabilizar de esto? La respuesta es una larga, difusa y ambigua lista de instituciones y personas: las escuelas de nivel básico y medio superior en donde cursaron la primaria, la secundaria y el bachillerato, pero también a su medio ambiente inmediato (familia, amigos) y a ellos mismos.

Sin embargo, me quedo con el cambio de actitud en la manera en que los alumnos enfrentan los retos actuales: una mayor información, un afán más participativo, una escasa confianza en las instituciones públicas. Recordemos que estas generaciones han crecido escuchando por todos lados términos como tolerancia, derechos humanos, democracia, alternancia, entre otros, pero cuyo contraste con su realidad inmediata los ha hecho perder la fe en la política y en los políticos. ¿Más informados? Sí. ¿Más esperanzados? Para nada.

Para finalizar, una reflexión sobre el otro actor involucrado en este proceso: el profesor. Al estar frente a un grupo se puede dimensionar la importancia que tienen los docentes en la educación y, por ende, en la conformación de la sociedad. El maestro marca la diferencia entre talentos aprovechados o perdidos. Los chicos son una pequeña materia prima que debe moldearse y pulirse con pasión y mesura. Los que ahora estamos en esta privilegiada posición tenemos una responsabilidad enorme: formar estudiantes con rigor académico y responsabilidad personal.

Max Weber solía afirmar que la democracia estaba bien para todos lados excepto para la universidad. En su opinión, el principio que debe regir en estos sitios es la meritocracia. Esta es –sin duda—una gran oportunidad para comprender y aprehender esta idea.