Sartori en México
JMB
El Guardián, abril 14, 2007
Si pudiésemos usar una metáfora para comenzar a hablar del politólogo italiano Giovanni Sartori (Florencia, 1924), diría que es una especie de Benito XVI de las Ciencias Políticas: el heredero vivo de la disciplina que comenzó hace casi 500 años su coterráneo Niccolo Machiavelli.
Por estas fechas Sartori ha estado en el país. El motivo ha sido el recibimiento del Doctorado Honoris Causa que la Universidad Nacional le ha otorgado –junto al filósofo español Fernando Savater, el físico Leopoldo García, la filósofa Juliana González, entre otros personajes—el pasado jueves 12 de abril en el Palacio de Minería de la Ciudad de México.
Lo anterior no ha sido desaprovechado por la academia y los medios de comunicación para buscar alguna opinión sobre la política mexicana. No siempre se cuenta con esta clase de figuras en el país. Así que, entre conferencias, entrevistas y demás, las declaraciones del politólogo no han pasado desapercibidas ni han dejado de motivar cierta polémica entre algunos actores políticos locales, lo cual es conveniente repasar de manera breve.
Uno de los comentarios que más revuelo ha causado es el que se ha referido al “chantaje” que los partidos “chicos” realizan a sus contrapartes consolidadas durante las elecciones. En opinión de Sartori, “si un partido pequeño con dos por ciento del voto aparece en escena, irá con el PRI o con el PAN y dirá ‘sé que no puedo ganar la elección, pero puedo hacer que pierdas, así que o me das algunos lugares gratis o vas a perder ese asiento’. Eso es chantaje, simple y llanamente” (El Universal, abril 11, 2007).
En efecto. Los electores hemos sido testigos de esta práctica en los últimos tiempos.¿Qué ha hecho que algunos partidos sin representación, sin presencia, sin líderes identificables y sin propuestas trascendentes mantengan su registro y, sobre todo, sus prerrogativas electorales? Básicamente, las “alianzas” que forman con alguno de los tres grandes para presentarse en coalición a los comicios.
A pesar del flaco favor que esto hace a nuestra democracia, sí ha sido bastante eficiente en el divorcio de la ciudadanía con los partidos y sus políticos. Un caso aleccionador es el del Partido Verde, el cual es más recordado por la presencia de sus cabezas en programas televisivos que por su agenda de temas ambientales, supuesto leit motiv de su nombre y razón de ser.
Otro asunto que ha tocado el autor de libros clásicos como La política y Homo Videns ha sido el de la pretendida Reforma del Estado. De manera irónica, Sartori ha declarado que lograrla en un año, tal y como pretende la llamada Ley Beltrones recientemente aprobada en el Congreso, “sería un récord y ameritaría una medalla olímpica”.
El propio legislador priísta se encargó más tarde de refutar este argumento, señalando que la duda del italiano se debe a su propio fracaso como líder de un proceso similar en su país.
Más allá de estos dimes y diretes, que bien pueden ubicarse en el terreno del amor propio, el punto que ha tocado Sartori se refiere a la intención de los legisladores de erigirse en “expertos” que redacten leyes fundamentales de la sociedad.
Este es un tema que siempre será susceptible. Desde los debates clásicos del origen y ubicación de la soberanía en Montesquieu, Locke y Rousseau, se ha reconocido la importancia de los representantes en el establecimiento de las reglas del juego. ¿La razón? No todo el “pueblo” puede (ni quiere) participar en política. De esta forma, tal tarea se lleva a cabo a través de intermediarios (los miembros del Legislativo).
La duda de Sartori es válida por una razón: en México la calidad de los mismos (y de toda la clase política) es bastante dudosa. No sólo por la herencia que arrastramos del antiguo régimen, sino por la capacidad –o más bien, incapacidad—que han demostrado algunos de ellos en el desempeño de sus funciones. La destreza para ganar votos no necesariamente se refleja en la habilidad para abordar los temas de la cosa pública.
Ante ello, una de las opciones planteadas sistemáticamente –incluyendo a nuestro invitado—ha sido la de profesionalizarlos mediante la reelección inmediata. Una medida que no sólo ayudaría a obtener una mayor especialización a través de la experiencia, sino que también establecería con claridad cuántas veces una sola persona puede ser representante de un distrito, tanto estatal como federal.
Siempre es grato contar con esta clase de personajes en el país porque motiva a la reflexión y al debate. No es que estas opiniones sean impronunciables por los politólogos locales, sino por el origen de las mismas. Algo que nos confirma que a los mexicanos nos gusta mirarnos a través de los otros.
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