jueves, julio 05, 2007

Resistencia

El post anterior pensaba concluirlo con una referencia al texto que hoy anexo. Se trata de la columna semanal de Jordi Soler en Reforma (Argonáutica), en la que el pasado lunes abordó un tema diametralmente opuesto al que acudimos ayer.

En algunos casos, la gente que menos suele cuidarse en términos físicos y de salud es la que vive más tiempo. Pienso, por ejemplo, en mi tío Nacho (creo que todos los mexicanos tenemos un tío Nacho). El sacrosanto familiar fumó y bebió hasta el final de sus días. Siempre Delicados con filtro y siempre Victoria oscura. Cuando llegaba a visitarnos al pueblo poblano –él vivía en la colonia El Reloj de la Ciudad de México—sufríamos porque era difícil conseguir tales productos. Es decir, en las tiendas encontrábamos Delicados sin filtro y cerveza Victoria clara, las cuales, claro, no eran del total agrado de D. Ignacio. Por cierto, y como acotación al margen, mi tío siempre vistió como si fuese un personaje sacado de alguna película de Juan Orol: traje de tres piezas, sombrero y, en ocasiones, bastón. Así que era un espectáculo caminar con él por las calles.

Bueno. Entonces decía que este señor se pasó gran parte de su vida realizando con alegría tales actividades propias del desgaste físico a largo plazo. A su estilo, pero se mantuvo fumando y bebiendo a buen ritmo. El punto está en que, a pesar de tales circunstancias, mi tío llegó más allá de los 80, es decir más allá de la década de 1980 y de su octava década de vida. Vaya cosa.

Me viene a la cabeza también el venerable William Seward Burroughs, quien se metió cualquier cantidad de sustancias en el organismo y también aguantó más allá de lo predecible. En contraste, su colega Kerouac tuvo un final mucho más prematuro y trágico, aunque también ejerció con soltura las artes de la intoxicación.

En fin. Esto debe pasar –sin duda—por el grado de aguante que cada organismo muestra no sólo ante las pruebas de resistencia artificial, sino hacia la enfermedad y las contingencias emocionales. Por ejemplo, en el texto que ahora anexo, Soler narra cómo uno de los protagonistas de ese filme mítico que se llama Easy Rider aún anda retozando por el planeta con energía a pesar de todos sus excesos.

Extraños son los designios del Señor.

PS. Jordi Soler ya tiene página de internet. La dirección es www.jordisolerescritor.com

Easy Rider
Por Jordi Soler

Easy Rider, esa obra que fue el faro de una generación (que, por cierto, no es la mía), donde Peter Fonda y Dennis Hopper se encumbraron en la cosmogonía drogota de la época, ha ido perdiendo con los años sus referentes. Un muchacho del siglo 21 tendría problemas para descifrar qué demonios hacen los actores durante las casi dos horas que dura la película.

Hace unos días estaba yo cenando en Peñíscola, un pueblecito valenciano a la orilla del mar, en una mesa con gente del siglo 21, cuando súbitamente apareció el mismísimo Peter Fonda, rozagante y fresco, rodeado por una camarilla de motociclistas de la facción de los Harley-Davidson, esos hombres de tórax prominente (que les funciona como tanque de repuesto), vestimenta de cuero negro y una media de edad que ronda los sesenta y cinco.

Lo de la aparición súbita lo pensamos, por pura ignorancia, los que estábamos en la mesa, porque resulta que ahí, esa noche, se inauguraba un festival de cine. El caso es que el legendario Peter Fonda caminaba por el malecón de Peñíscola, iluminado por la luz de luna que caía sobre el mar Mediterráneo, rodeado de Harleys y de fans, mientras una banda eléctrica de pueblo tocaba Born to be wild.

A esta escena alucinante, digna de una secuencia de Berlanga, se sumó lo que vi al día siguiente en un programa inglés (BBC 2) que conduce, con gracia y maestría, el desternillante Graham Norton. Por este programa ha pasado medio mundo y aquel día, a las diez de la noche, apareció Dennis Hopper. De Hopper, que dirigió a su amigo Peter Fonda, a punta de pistola, en Easy Rider, conviene decir lo siguiente: este hombre estaba en México cuando presintió que había estallado la tercera guerra mundial. Lo primero que se le ocurrió, después de unos instantes de pasmo, fue bajarse del automóvil en que iba, quitarse la ropa y correr desnudo carretera abajo rumbo al corazón del bosque.

El actor fue encontrado horas después por la policía y trasladado al avión que lo llevaría de regreso a Los Ángeles. Cuando la nave avanzaba rumbo a la zona de despegue Hopper, lleno de magullones y todavía con briznas de pino en el pelo, presintió que Wim Wenders y Coppola iban a bordo filmándolo y no tuvo más opción que comportarse a la altura: abrió la puerta y, ante la mirada aterrorizada de azafatas y pasajeros, comenzó a arrastrarse por el ala.

Esto sucedía en 1982, en México, trece años después de Easy Rider. Hopper contó esto en el programa de Graham Norton y añadió: "desde entonces no se me permite volar en Mexicali (sic) Airlines". Luego habló de la dieta rigurosa que seguía en esos años y que consistía en beberse diariamente dos litros de ron, treinta cervezas y una raya de cocaína, "del largo de una estilográfica", cada diez minutos; y contaba todo esto con el aspecto que tiene hoy, que es el de un hombre risueño, chapeado y saludable; quien no conozca su historia juraría que se ha pasado la vida bebiendo jugos de fruta y comiendo lechuga y cereales integrales.

Estos personajes de Easy Rider, con los que curiosamente me reencontré en un lapso de veinticuatro horas, ponen en entredicho las claves de la vida saludable y puritana que azotan estos tiempos.

Antes de beberse el siguiente jugo de brócoli con zanahoria, estimado lector, conviene hacer una pausa y reflexionar.