De conciertos y Joaquín Sabina
Por estos días se están presentando en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México el andaluz Joaquín Ramón Martínez Sabina y el catalán Joan Manuel Serrat por la gira Dos pájaros de un tiro. Desde que me enteré de la noticia no me dio mucho interés en asistir.
A Sabina lo descubrí a finales de la década de 1980. Fue en la radio del pueblo, la cual, por cierto, sigue siendo la misma y sigue teniendo la misma potencia de transmisión desde su origen en 1960. Ahí daban algunos programas, digamos, culturosos, en los que los locutores ponían canciones, digamos, alternativas para aquella época. Me explico. Frente a la vorágine de los grupos pops que inundaba los programas de complacencias y de concurso a cualquier hora del día, en las noches podías encontrar a Rockdrigo González, a Botellita de Jerez y, claro, al de Jaén, entre otros, como una especie de salida de emergencia musical. Ahí fue donde escuché en una noche de abril “Así estoy yo sin ti”, la cual, sobra decirlo, me generó un clic inmediato. Quien escribiera cosas del tipo “inútil, como el semen de los ahorcados, amargo, como el domingo del jubilado” no podía ser otra cosa menos que una cierta inteligencia superior. Después vinieron “Besos de Judas”, “Mónica” y las clásicas del álbum El hombre del traje gris (“Nacidos para perder”, “¿Quién me ha robado el mes de abril?”). En mi entusiasmo mostré esas canciones a otros colegas y así, en una especie de boca a boca involuntario, se fue diseminando la afinidad con este tío entre la comuna cercana.
Más allá de que uno suele quedar prendado de las letras de Sabina desde un primer momento por su contundencia y humor, por ejemplo, en temas como “Whisky sin soda” e “Incompatibilidad de caracteres”, estoy seguro que lo que nos unió a su figura fue esa combinación de inteligencia e irreverencia, aderezada con rock, la cual pasaba –por mucho—de las horrorosas opciones disponibles de música culturosa encarnada en los Silvios Rodríguez, los Pablos Milanés, los Caítos, los Mexicantos, los Amaurys Pérez y toda esa fauna nociva de música de “protesta” y “para pensar”. Con Joaquín uno podía declararse pensante, pero sin caer en la estética de la nueva torta cubana.
Fui fan de Sabina varios años. Aunque… antes de continuar releo esta frase y siento que aún no me convence como expresión lapidaria. Es decir, de repente lo pongo en el iPod y algunas de sus canciones siempre son bien recibidas (como “La del pirata cojo”, “Es mentira”, “Barbi superestar”, “El blues de lo que pasa en mi escalera”). A pesar de que no asistí a sus recitales en el Rock Stock de la Ciudad de México (el primerísimo de todos), en el Planetario de Puebla o en el mismo Zócalo, si me siento orgulloso de haberlo visto en la Alhóndiga de Granaditas durante la clausura del Festival Cervantino de 1996. En mi opinión, ese momento fue el pináculo de su carrera: el legítimo heredero de una tradición de cantautores en la que se incluyen a los enormes Tom Waits, Leonard Cohen y, quizás, hasta el viejo Bob. En aquel octubre de hace 11 años ahí estaba el andaluz en Guanajuato, bajando de la camioneta, posando con gafas oscuras frente a la sala de prensa y, por la noche, saliendo al escenario totalmente intoxicado, pero siempre con bastante elegancia y porte.
Las otras dos ocasiones que asistí a sus conciertos fueron en el Auditorio. Primero, por ahí de 1997 en el segundo piso y, finalmente, hace un año por su regreso al país con la gira Ultramarina después del asunto de la enfermedad y el luto que lo tuvo apartado de los escenarios.
Y, bueno, regreso al tema: fui fan de Sabina varios años. Pero, repito, no termina por convencerme lo anterior. Es decir, hay una batalla interna. En el último concierto sí me emocioné, sí canté sus canciones, sí valió la pena haber comprado los boletos. Pero…, pero…, pero… No sé, algo falta, algo no encaja al 100, algo se perdió en el camino.
Afortunadamente, hoy he leído un texto que me ha ayudado a saber qué ha sido eso que no cuaja en el ambiente cuando se habla de Sabina. Veamos.
Seguí a Joaquín Sabina con la fidelidad de un admirador serio hasta Esta boca es mía y hasta que ondeó la bandera más bien dudosa de una rara identidad nacionalista en su trabajo creativo (tal vez quería enseñarnos a ser mexicanos). Resucitar a la infumable Chavela Vargas, hablar del tequila como de un elíxir, del sombrero de charro y del corrido; en fin, le quitó lo que me entusiasmaba: su impulso urbano inconforme con el destino. Tiempo después le compuso no sé qué cosa al subcomandante Marcos y el fanfarrón encapuchado le contestó y tuvieron su romance y yo me jubilé de Sabina (Rafael Pérez Gay, “De Serrat a Sabina”, en El Universal, octubre 31, 2007).
¡Exacto! Eso es, creo, lo que yo también he experimentado respecto a Joaquín. Los últimos discos me han generado cierto prurito al escuchar ese exceso de ritmos ajenos a su naturaleza urbana, española y madrileña. ¿Qué afán de meter conga, huaracha, salsa, merengue, norteñas, rancheras y milongas en sus producciones? ¿Asegurar vender más en el siempre generoso mercado latinoamericano? ¿Darnos una palmadita en la espalda por seguir siendo fieles? ¿Ese sentimiento de culpa de los habitantes de las ex metrópolis para con sus ex colonias? ¿Un verdadero homenaje a estos ritmos exóticos? No lo sé. Pero desde que oí a la Guzmán gritar “¡y que viva la madre!” en Yo, mi, me contigo, o bien, soplarme una y otra vez “Y nos dieron las diez” o “Noches de boda” a gritos por auténticos mexicanos me parece, por decir algo, bastante dudoso. Es como si un nacional les fuera a cantar una jota a la península y todos deliraran por ello.
Además, también he observado un fenómeno que creía exclusivo de los culturosos que he mencionado líneas arriba. En lo personal, Silvio, Pablo, Amaury y toda esa pléyade de personajes me dan igual. Si hacen, dejan de hacer, componen, callan, se declaran socialistas o si se cambian a la derecha, si se quedan en Cuba o si vienen a México es perfectamente intrascendente para mí. Lo que me jode son sus fans. Esos son los que echan a perder todo. Bueno, pues creo que con Sabina se ha creado una masa de seguidores que, más que rendirle culto con su veneración, lo único que han hecho ha sido ubicarlo en la categoría de inefable héroe culturoso. Un Arjona de la clase media pretenciosa, para acabar pronto.
En lo personal, me quedo con el Sabina de sus primeros discos, de aquellos que tenían más rock y menos rumba, de aquellos que nos hablaban de cuestiones urbanas, de amor y de ingenio, por encima de alegatos morales políticamente correctos y de ritmos huapachosos y bravíos.
Para terminar resuelvo mi cuestión existencial: la frase “fui fan de Sabina varios años” es falsa. Sigo siendo. Pero, por favor, una atenta petición: ¡aléjenme de sus fans!
1 Comments:
No se que tanta responsabilidad tenemos los fans del popurrí que canta a la mexicana, igual y como dice el mismo
"fue la vida y se lo merendó"
Lo bueno es que el tipo sigue escribiendo.
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