martes, noviembre 06, 2007

De la docencia, pérdidas y dudas ociosas

Hay noches en las que las clases no salen bien. Algo falla. Los estudiantes no leen, no preparan sus reportes, no están animados. A veces soy yo. Estoy muy sensible a cualquier falla o, simplemente, el entusiasmo que siento cuando estoy en camino se desvanece al entrar y escuchar sus opiniones o sus justificaciones. En fin. Creo que se trata de un proceso largo éste de aprender a enseñar.

Ya estamos en noviembre y he caído en la cuenta de que este año no me he subido a un avión. Y, por lo que veo, no lo haré sino hasta el venidero 2008. Aunque... aún podría dar la sorpresa en diciembre. Sin embargo, la cosa no ha ido tan venturosa como en 2006.

Ayer falleció el padre de un buen colega. Si hacemos la cuenta de toda la gente querida que se ha ido en este año tendremos ya una lista considerable. ¿Se tratará de alguna especie de "ciclo" vital? Lo ignoro. Lo único tangible es el dolor que sienten nuestros amigos cuando se despiden de sus seres queridos al pie de sus tumbas.

La conexión a internet está fallando. De esas ocasiones en que ingresas, se tarda y, al final, te aparece un mensaje de que el sitio no está disponible o de que no se puede encontrar el servidor. Joder. Desesperante. La computadora, como el móvil, se han convertido en parte vital de nuestras existencias. Ayer lo leía en una nota sobre la inundación en Tabasco. Un local afirmaba, palabras más, palabras menos, que era "imposible" vivir sin telefonía, sin electricidad, sin centros comerciales... Triste, pero cierto. En la actualidad, sólo unos cuantos acetas pueden pasarla bien sin estar colgados del celular, del correo electrónico y del ordenador. Los que ya estamos adentro cada día nos crece más la tecnodependencia.

Ahora que hemos leído un frangmento de La ciudad de Dios de San Agustín me interesó saber cómo se había escrito la obra. El obispo de Hipona dedicó varios años en confeccionar el texto, el cual se fue guardando en papiros enormes. De ahí, una vez completados los 22 libros o capítulos que lo componen, fue entregado a los escribas para que, de forma manual, lo reprodujeran varias ocasiones. Después fue ingresado a las imprentas (cuando aparecieron) y, así, por ahí de 1614 apareció la primera edición en español. El tiempo siguió su marcha y ahora lo tenemos disponible tanto en versión física como electrónica. Pero, aquí el punto es, ¿qué hubiese sucedido si los escribas no hubieran realizado esa tarea maratónica de transcribir cada letra y cada palabra para garantizar su permanencia en la posteridad? Quizás hoy nos quejamos de que un archivo se nos ha jodido o de que justo en el momento de apretar la tecla enter se ha ido la luz y nos ha dejado sin texto ni copia. ¿Y si tales papiros se mojaban? ¿Y si un escribano confundía alguna palabra? Preguntas ociosas.

Termino escuchando a los Pixies en la repetición del programa matutino del fin de semana en la BBC 6 Music.