Fumar / no fumar
Por lo que puedo leer en los diarios en línea las cosas se están poniendo bastante cuesta arriba para los fumadores y los propietarios de lugares en los que se suele fumar. Los legisladores de este país y de este híbrido llamado Distrito Federal quieren aprobar leyes que castiguen duramente este hábito (al que lo ejerce y al que lo permite fuera de la norma). Las amenazas están ahí y como que todo mundo anda con el Jesús y el pitillo en la boca echando humo de los nervios.
Aunque, como ya sabemos, eso de publicar y aprobar leyes es algo que no garantiza mucho (ahí están, como ejemplos contundentes, la ley de la separación de la basura y el nuevo Reglamento de Tránsito: a día de hoy no pasa nada si echas todos tus desperdicios en una sola bolsa en el camión y los coches siguen obstruyendo los pasos cebra a los peatones frente a las narices de los agentes policiales). Pero, de cualquier forma, la prohibición implicará –al menos en un primer momento—ciertos obstáculos para los que son asiduos consumidores de tabaco.
Yo he fumado desde los 14 años. Ahora tengo seis meses y medio sin hacerlo. La razón: las enfermedades de 2007. Es decir, se ha debido a una especie de mezcolanza de razón y temor la que ha empujado a mi fuerza de voluntad a hacerlo. ¿Que si se me antoja un cigarro? Claro, sobre todo en las fiestas y en las reuniones. ¿Que si volveré a fumar? No lo sé. Espero que no, sobre todo después del tiempo que ya llevo alejado del asunto y también por el hecho de ya me jode el humo de los que fuman cerca. Espero no sonar como esos mojigatos que, después de llevar toda una vida de excesos, santifican y tiran netas a la menor provocación sobre lo que antes hacían sin temor y sin medida.
El punto –pienso—es que uno deja de tener un hábito, digamos, maligno, cuando se pone en riesgo alguna cuestión importante, en este caso, la salud. Es decir, hasta que a uno le pasa es cuando coge conciencia de las dimensiones. Luego, ya sabemos, cuando todo se normaliza, ese policía de la verdad interno se relaja y como que nos vuelve a decir, órale, fúmale, qué tanto es tantito, ni pasa nada…
Bueno. Entre las ventajas que puedo mencionar de haber dejado el cigarrillo están una cierta capacidad económica menos mermada, una mayor resistencia al esfuerzo físico y, oh paradoja, una cierta aceptación en ese dizque club de gente cool que considera que fumar ya no es cool.
Muchas ocasiones pensé, sobre todo cuando estaba inmerso en alguna gripe bestial, que no valía la pena estar jodido por un artilugio minúsculo y, en apariencia, inofensivo. Cuando estuve en la antesala de urgencias respondiendo a las preguntas del médico me di cuenta de que, tarde o temprano, todas esas cosas pasan factura. Prefiero estar en este planeta un tiempo más o, al menos, colaborar para que eso suceda (Dios es el azar, de acuerdo con Buñuel).
En fin. Volviendo al tema diré: sí, qué bien que hagan leyes antitabaco y tal, pero… ¿creen en serio que las van a aplicar con todo rigor? Joder, nada más hay que ver cómo frente a los agentes de tránsito se siguen violando las estipulaciones del nuevo Reglamento de Tránsito para aventurar una respuesta.
Así que, colegas fumadores, no desesperen. Cuando esta moda pase, todo volverá a la normalidad, como ha sucedido ad eternum en este país.
Entonces, la decisión de fumar o de no fumar seguirá siendo un asunto exclusivamente íntimo y personal. Como afirmó Tenneesee Williams en el prólogo de alguna de sus obras de teatro: la salvación es individual.
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