viernes, enero 25, 2008

Mi último suspiro (II)

Mientras espero un dato que necesito para un informe, hojeo las memorias de Buñuel. Hay muchas cosas verdaderamente relevantes (y eso que no he releído el capítulo dedicado a los bares, el alcohol y el tabaco). Veamos.

 

No me gustan los países cálidos, consecuencia lógica de lo que antecede (‘me gusta verdaderamente el frío’). Si vivo en México es por casualidad. No me gustan el desierto, la arena, la civilización árabe, la india ni, sobre todo, la japonesa. En eso no soy un hombre de mi tiempo. En realidad, sólo soy sensible a la civilización grecorromana, en la que he crecido”.

No me gustan mucho los ciegos (…) Entre todos los ciegos del mundo, hay uno que no me agrada mucho, Jorge Luis Borges. Es un buen escritor, evidentemente, pero el mundo está lleno de buenos escritores. Además, yo no respeto a nadie porque sea buen escritor. Hacen falta verdaderas cualidades. Y Jorge Luis Borges, con quien estuve dos o tres veces hace sesenta años, me parece bastante presuntuoso y adorador de sí mismo. En todas sus declaraciones percibo un algo de doctoral (sienta cátedra) y de exhibicionista. No me gusta el tono reaccionario de sus palabras, ni tampoco su desprecio a España. Buen conversador como muchos ciegos, el premio Nobel retorna siempre como una obsesión en sus respuestas a los periodistas. Está absolutamente claro que sueña con él”.

Detesto la proliferación de la información. La lectura de un periódico es la cosa más angustiosa del mundo. Si yo fuese dictador, limitaría la prensa a un solo diario y a una sola revista, ambos estrictamente censurados. Esta censura se aplicaría no sólo a la información, quedando libre la opinión. La información-espectáculo es una vergüenza. Los titulares enormes –en México baten todos los récords—y los sensacionalistas me dan ganas de vomitar. ¡Todas esas exclamaciones sobre la miseria para vender un poco más de papel! ¿De qué sirve? Además, una noticia expulsa a la otra”.

Amo la soledad, a condición de que un amigo venga a hablar conmigo de vez en cuando”.

No me gusta la política. En este terreno, me encuentro libre de ilusiones desde hace cuarenta años. Ya no creo en ella. Hace dos o tres años, me llamó la atención este slogan, paseado por unos manifestantes de izquierdas en las calles de Madrid: “contra Franco estábamos mejor”.

 

Al inicio de este capítulo, llamado “A favor y en contra”, Buñuel revive una vieja costumbre de los surrealistas consistente en decidir definitivamente entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto. Así, escribe lo que a él le gusta y lo que no le gusta (como puede verse en los fragmentos presentados arriba). En la introducción a ese recuento dice “inspirándome en estos antiguos juegos, he reunido en este capítulo, dejándome llevar por el azar de la pluma, que es un azar como otro cualquiera, cierto número de mis aversiones y mis simpatías. Aconsejo a todo el mundo que haga lo mismo algún día”.

Motivado por lo anterior, he comenzado a escribir mi propia lista, la cual espero publicar aquí mismo pronto.