Sobre los cambios
El domingo leí en la revista “Día Siete” de El Universal la crónica que hace un DG del Ministerio de Exteriores sobre la burocracia de su ámbito. La columna se llama “Antropología de la administración pública” y trata sobre temas que tienen que ver con los usos y costumbres de este tipo de oficinas y sus habitantes, tal y como es la idea original de este blog.
En la entrega del 10 de febrero se narró lo que sucede cuando llegan los nuevos, es decir cuando hay un proceso de cambio de personal originado por los motivos más diversos, por ejemplo, la caída de un Ministro y la consiguiente subida de otro, lo cual arrastra o catapulta a sus respectivos equipos de trabajo, la renuncia tersa o ruda de un mando superior, la jubilación de alguien, el salto de una oficina a otra de algún afortunado, el adiós por los supuestos beneficios del retiro voluntario, entre otros. El común en todos los casos, sin embargo, es la incertidumbre que generan los movimientos en todo el ánimo de la plantilla.
En mi historial dentro del servicio público me ha tocado presenciar –y experimentar—este tipo de actos y sus consecuencias en varias ocasiones. Así, he visto cómo algunos que llegaron con los equipos anteriores quedan huérfanos –no hay mejor palabra para ilustrar su súbita condición—cuando sus soportes deben retirarse, cómo los nuevos llegan cargados de soberbia y voluntarismo y, sobre todo, cómo a la vuelta de algunas semanas caen en lo mismo que decían combatir al principio, cómo las lealtades de las secretarias y el personal operativo desaparecen como por arte de magia cuando ya no se pertenece al grupo en el poder, cómo no faltan los zalameros que intentan congraciarse con los que arriban para permanecer en el puesto o para joder al que se las debe, cómo la estabilidad es algo que no suele campear por estos rumbos, cómo la resistencia se convierte en un artículo de fe y modus operandi.
La entrada en vigor del servicio profesional de carrera ha intentado acotar la discrecionalidad de los despidos y los ingresos en la administración pública federal. Sin embargo, también ha generado una especie de segunda burocracia inamovible (la primera es la del sindicato), en la cual una vez logrado el nombramiento todo lo demás es navegar con banderas de parsimonia. Además, muchos competidores han ganado los concursos de ingreso porque estos ya están teledirigidos o hechos a modo para el aspirante. Entonces, más que generar un funcionariado público imparcial y eficiente, en algunos casos estamos reproduciendo los vicios de antaño bajo el maquillaje de
En fin. Por lo regular los procesos de cambio en la ocupación de plazas generan incertidumbre, tensión y confusión. Un juego perverso en el que nada es lo que parece y nunca sabes quién está con quién o cómo actuará de un minuto al siguiente. Así sea la oficina más modesta de una estructura organizacional de mediano alcance, así sea la alcaldía más recóndita de algún estado del sur, siempre, siempre la intriga y la simulación estarán presentes en este tipo de actos.
Un antiguo profesor universitario nos decía que, si lográbamos ingresar a la administración pública (no especificó en cuál de los tres ámbitos), nunca deberíamos olvidar que siempre íbamos a tener un pie adentro y uno afuera durante todo nuestro desempeño. Es cierto. Sin embargo, frente a ciertas circunstancias surge también otra pregunta: resistir, ¿vale la pena?
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