Los clásicos
Jordi SolerHace unos días, en una escena digna de un rockstar clásico, el músico Charly García destrozó la habitación de hotel donde se alojaba. Los datos no abundan pero podemos suponer que los destrozos fueron hechos a mano limpia, durante un ataque de rabia, quizá en pijama o calzoncillos, acaso ayudándose con objetos que estaban a su alcance; por ejemplo, para desgarrar las cortinas pudo echar mano del sacacorchos que colgaba de la portezuela del minibar, o también es posible que, para fulminar el televisor, haya machacado la pantalla con el tacón de sus botines o, y aquí empieza a dispararse la historia como un colorido cohetón de amplias ramificaciones, con la botella de whisky que acababa de beberse. El caso es que Charly García despedazó la habitación del hotel y en cuanto entró la policía, que había sido requerida por el gerente espantado, no se le ocurrió otra cosa que decir lo siguiente, estupendo desde mi punto de vista: "Soy Charly García. Tráiganme whisky y Rivotril". De esta frase, por el contexto en que fue dicha, me encanta su descaro, su ir a contrapelo del puritanismo que hoy embriaga al show bussines y, además, su exquisita sonoridad. Debo aclarar que no soy fan de Charly García, lo soy de su graciosa frase que entraña todo un estilo, el clásico, de ser músico de rock. Inquieto por esa frase estupenda, me fui a Google a buscar la palabra Rivotril, eufónica como una calle de París (rue de Rivotril), o como apellido de un señor diezmado por la hemofilia (don Carlos de Majadahonda, marqués de Castellón y Rivotril), y estos son los resultados que hallé: es la droga estrella del siglo 21, su consumo se ha duplicado en los últimos tiempos y es el medicamento más recetado por los médicos, según una página especializada que tiene base en Buenos Aires,, tierra por cierto de Charly García y del psicoanálisis a granel, esa especialidad médica que se sirve mucho de este producto, pues se trata de un efectivo ansiolítico que le ha robado la supremacía al Prozac, que a su vez se la había quitado al Lexotanil y este al célebre Válium, que narcotizó a toda una generación de personas ansiosas que hoy son abuelitos conservadores que beben café sin cafeína. Decía que me encanta el descaro de pedirle, al policía que va arrestarte, whisky y Rivotril, porque pone un punto de veracidad, de vida, en el mundillo de los músicos de Rock donde hoy la imagen que se vende es la del artista sobrio, políticamente correcto, incapaz de montar uno de esos escándalos que fueron la quintaesencia de este vistoso gremio. No se ustedes, pero yo empiezo a cansarme del rockero del siglo 21 que sale a escena después de haber comido acelgas con tofu y que, cuando la garganta se le reseca, bebe agua de su botellita de plástico. Me parece bien que cada uno vigile su salud y que cada quién transmita la imagen que le plazca, pero encuentro pernicioso que los adictos al germinado de soya criminalicen a esos músicos que optan por la escuela de Keith Richards, la clásica, como Amy Winehouse o Pete Doherty, o el mismo Charly García, elementos oscuros que nos recuerdan, de vez en cuando, que la creación artística viene, con mucha más frecuencia de la que se quiere aceptar, del caos y del exceso.
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