El blog se ha convertido en un arma de moda
El título de esta publicación no es mío. Lo tomo de una canción del IMS, el Instituto Mexicano del Sonido, el cual es bastante recomendable en los dos discos que ha realizado hasta el momento (Méjico Máxico y Piñata).
Bueno. El punto es que es perfecto para reflejar lo que intento decir: que el blog es un arma de moda y de dos filos.
Por un lado, te sirve para que alguien más lea lo que tú piensas que el mundo tiene que oír de tu parte. Es difícil que esto sucediera en el pasado, sobre todo si pensamos que publicar era una especie de privilegio destinado a unos cuantos. Me refiero a los que tenían acceso a los medios escritos, por ejemplo, a revistas, diarios y libros, o bien, a los que podían montarse su propia publicación y sacarla a la venta, ya sea de manera efímera o constante.
Entonces, dar a conocer tus ideas o, al menos, creer que alguien más iba a leer lo que tú ya habías trabajado con anterioridad era, por decir lo menos, un acto de fe.
Ahora las cosas han cambiado y cualquiera puede enviar botellas con mensajes al mar. Al mar de internet, claro. Y aquí está el contraste.
Escribir bitácoras virtuales puede ser bastante sano desde el punto de vista de la salud mental de quien se lo monta. Sin embargo, también está el riesgo de que todo este proceso de saberse leído y tal pueda desequilibrar a quien está detrás del teclado. Al respecto, la diosa fortuna ha destinado --sabiamente-- la fama sólo para unos cuantos.
Ejemplos hay muchos y variados. Recuerdo uno, quizás bastante aleccionador: el de los chicos que hace un tiempo participaron en el llamado virtuality que, vía A.C., la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional (¡oh, siempre madre generosa!) puso en operación para encontrar a nuevas y jóvenes promesas literarias (al menos en teoría). Bueno, pues ahí pudimos encontrar no una competición sobre talento y lenguaje, sino más bien una especie de aplausómetro y medición de egocentrismos que derivó en varios jóvenes --y no tanto, claro-- que se subieron a ese tren desquiciado de la fama efímera, pero cuyos efectos son perennes. Al ver los resultados de tal experimento sólo podía pensar, Señor, gracias por darnos pocos árboles para producir papel y, además, un filtro social que nos impide a publicar a todos.
Ahora bien, escribir una bitácora también es un arma de moda de doble filo porque, si bien aquí puedes ventilar los temas que te conciernen, y que tal cosa pueda generarte algunos simpatizantes, también existe siempre el riesgo de que, por angas o por mangas, te compres detractores gratuitos. Quizás no de la calaña destructiva, pero sí de la categoría cuchillito de palo.
En otro extremo, escribir o publicar tus sentimientos puede generar que todos nos enteremos del pie que cojeas, de lo débil que eres para, por ejemplo, mantener tus opiniones respecto a las chicas, o bien, de cómo tu carácter es más frágil que la cometa que volabas en los campos de El Paraíso allá en la década de 1980.
Claro, existe otra cuestión que ahora reafirmo: las bitácoras virtuales han ahorrado gran cantidad de trabajo a organismos dedicados a la supuesta inteligencia estatal para detectar y conocer a personajes diversos.
Me refiero a que, si antes para saber de tu vida, tus gustos y tus movimientos podías tener a un agente encubierto detrás de ti 20 horas al día, ahora sólo hace falta saber la dirección de tu blog para que tú solito seas quien le proveas toda esa valiosísima información tanto al Estado como a los particulares. Y ya ni siquiera pensemos en los espacios llamados --paradójicamente-- myspaces, hi5, facebooks, et al, donde además de textos hay fotos y una amplia red de contactos personales con todo y sus direcciones, fechas de nacimiento e identidades reveladas.
Si el Estado no se interesa en esas trivialidades, no faltará la ex novia, el jefe, el vecino o el simple tipo ocioso que navega por la red para coger ese tipo de datos y sacar la carta astral de sus amigos y enemigos.
Llegado este punto aparecería la pregunta obligada: bueno, y si tanto asunto maléfico con las bitácoras virtuales, entonces, ¿para qué tienes una?
La respuesta sería simple: porque es y seguirá siendo un arma de moda.
2 Comments:
Puede que hayan llegado para quedarse y sobrevivan a las modas... no?
En efecto, mientras haya alguien con algo que decir, continuarán. El punto es que para la mayoría es una moda porque lo montan, escriben un rato y luego lo dejan.
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