En su tinta
Leo en el diario en línea que ha fallecido Alejandro Aura en Madrid. Una pena.
Recuerdo a este hombre como uno de esos referentes del pasado sobre la cultura popular en el país. Vi su programa de televisión En su tinta durante mucho tiempo. Los sábados por la noche sintonizaba la estatal Imevisión para escuchar a los escritores que Aura invitaba y cuyos temas eran dados por los papeles que surgían al azar desde una bandeja. Por supuesto, también bebí mucho en la cantina que montó, El Hijo del Cuervo, en Coyoacán.
Como escritor nunca me gustó, pero su labor de difusor cultural es innegable.
La enfermedad ha vuelto a triunfar. En fin.
Aquí una inscripción que hizo en su bitácora antes de su muerte.
Domingo del perdón
Hay días en que el ramalazo es tan fuerte que no sabe uno cómo esquivarlo, y eso me pasó ayer: me vino de pronto un malestar profundo por dentro y por fuera, dolores, incomodidades, tensiones, tristeza (mucha), desesperanza, y todo se juntó en un haz de porquería de comportamiento que hizo sufrir mucho a Milagros porque la pobre no sabía qué hacer, cómo contentarme, cómo ayudarme a encontrar algún alivio. Hoy le pido perdón por escrito, porque me cae que no se lo merece. Y buscando cómo remediar la cosa –algo tengo que hacer, me dije, no puedo seguir por esta pendiente hasta donde le dé la gana- dormí lo mejor que pude; apagué la luz temprano y recogí cada pizca de sueño que pudiera encontrarme por ahí; total, pensé, si me despierto muy temprano en la mañana me pongo a leer o a ver qué invento; sin ansiedad esperé cada vez a que el cuerpo solito se aflojara y cayera de nuevo en otro rato dormido, así que por la mañana, cuando nos dimos por despertados, después de haber acabalado bastantes horas de andarse paseando por los parque oníricos, ya se puede decir que había cumplido suficiente como para haberme repuesto y para dominar el humor. ¡Qué otra cosa!
Y hoy domingo me tengo hecho el propósito de pasarla lo mejor que se pueda. Y también para no estarles dando a mis interlocutores esas señas tan equívocas: que puedo seguir escribiendo pero que no puedo ya con el poema, y no sé qué que dije ayer. Pero eso sí es cierto, y lo dije con la mayor seriedad; la verdad es que los cantos rodados me obligan a ponerme en un campo de batalla, el sitio de trabajo, y eso, aunque lo haga lo más relajado posible, representa de todos modos un esfuerzo de concentración que requiere energía, y ahora sí no tengo. Mejor me sigo con la lectura de las estupendas novelas de Henning Mankell que estoy leyendo. Tratan de un policía sueco y la resolución de sus casos cotidianos pero en realidad son creaciones literarias de gran alcurnia. Me entretienen mucho porque los casos son complicadísimos y muy fuera de serie, las motivaciones de los asesinos no son las tradicionales sino unas rarísimas que de plano le quitan a uno las ganas de adivinar quién es el asesino para hundirlo en unos documentos de comportamiento humano muy extraños y enriquecedores. Así que bien contento estoy de haber encontrado a este autor.
Con lo que aprovecho para desearles buen domingo. Que les dé sabroso el sol y que tengan brisa para refrescarse.
Recuerdo a este hombre como uno de esos referentes del pasado sobre la cultura popular en el país. Vi su programa de televisión En su tinta durante mucho tiempo. Los sábados por la noche sintonizaba la estatal Imevisión para escuchar a los escritores que Aura invitaba y cuyos temas eran dados por los papeles que surgían al azar desde una bandeja. Por supuesto, también bebí mucho en la cantina que montó, El Hijo del Cuervo, en Coyoacán.
Como escritor nunca me gustó, pero su labor de difusor cultural es innegable.
La enfermedad ha vuelto a triunfar. En fin.
Aquí una inscripción que hizo en su bitácora antes de su muerte.
Domingo del perdón
Hay días en que el ramalazo es tan fuerte que no sabe uno cómo esquivarlo, y eso me pasó ayer: me vino de pronto un malestar profundo por dentro y por fuera, dolores, incomodidades, tensiones, tristeza (mucha), desesperanza, y todo se juntó en un haz de porquería de comportamiento que hizo sufrir mucho a Milagros porque la pobre no sabía qué hacer, cómo contentarme, cómo ayudarme a encontrar algún alivio. Hoy le pido perdón por escrito, porque me cae que no se lo merece. Y buscando cómo remediar la cosa –algo tengo que hacer, me dije, no puedo seguir por esta pendiente hasta donde le dé la gana- dormí lo mejor que pude; apagué la luz temprano y recogí cada pizca de sueño que pudiera encontrarme por ahí; total, pensé, si me despierto muy temprano en la mañana me pongo a leer o a ver qué invento; sin ansiedad esperé cada vez a que el cuerpo solito se aflojara y cayera de nuevo en otro rato dormido, así que por la mañana, cuando nos dimos por despertados, después de haber acabalado bastantes horas de andarse paseando por los parque oníricos, ya se puede decir que había cumplido suficiente como para haberme repuesto y para dominar el humor. ¡Qué otra cosa!
Y hoy domingo me tengo hecho el propósito de pasarla lo mejor que se pueda. Y también para no estarles dando a mis interlocutores esas señas tan equívocas: que puedo seguir escribiendo pero que no puedo ya con el poema, y no sé qué que dije ayer. Pero eso sí es cierto, y lo dije con la mayor seriedad; la verdad es que los cantos rodados me obligan a ponerme en un campo de batalla, el sitio de trabajo, y eso, aunque lo haga lo más relajado posible, representa de todos modos un esfuerzo de concentración que requiere energía, y ahora sí no tengo. Mejor me sigo con la lectura de las estupendas novelas de Henning Mankell que estoy leyendo. Tratan de un policía sueco y la resolución de sus casos cotidianos pero en realidad son creaciones literarias de gran alcurnia. Me entretienen mucho porque los casos son complicadísimos y muy fuera de serie, las motivaciones de los asesinos no son las tradicionales sino unas rarísimas que de plano le quitan a uno las ganas de adivinar quién es el asesino para hundirlo en unos documentos de comportamiento humano muy extraños y enriquecedores. Así que bien contento estoy de haber encontrado a este autor.
Con lo que aprovecho para desearles buen domingo. Que les dé sabroso el sol y que tengan brisa para refrescarse.
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