Primera clase
Jordi Soler
Me contaron esta historia que, desde hace días, me da vueltas como un jet en la cabeza; quizá porque ilustra, de manera rotunda, ese mundo raro y desigual que se respira a bordo de un avión. El señor equis despega en un vuelo comercial rumbo a Tijuana.
Viaja de negocios en clase turista, en su compañía no hay presupuesto para pagarle un asiento de primera clase. Durante los primeros minutos de vuelo el capitán se presenta por micrófono: "Bienvenidos al vuelo 416 con destino al aeropuerto de Tijuana; les habla Pedro Crespo, su capitán; dentro de un momento serviremos de comer y posteriormente proyectaremos tres capítulos de la serie Friends; esperamos que tengan un viaje placentero".
El señor equis abre el libro que ha traído para pasar el rato; veinte minutos más tarde un producto cárnico, recalentado en microondas, produce una bruma olorosa que anuncia la llegada inminente de la comida.
Al fondo del pasillo se ve un carrito y dos azafatas que trajinan con bandejas de comida para repartir entre los pasajeros. Cierra el libro y abandona su asiento, piensa que si no va al baño en ese momento después será difícil porque el carrito obstruirá el pasillo. Cuando trata de salir del baño encuentra que la puerta está atorada; el carrito se ha estacionado momentáneamente ahí y una sobrecargo, al darse cuenta de los forcejeos del señor equis, lo mueve un poco hacia delante; la puerta queda libre pero ahora el carrito obstruye el pasillo y el señor equis no puede regresar a su asiento.
"Sírvanse regresar a sus asientos y abrochen su cinturón de seguridad", dice por el micrófono el capitán Crespo. El señor equis se acerca al carrito de servicio e intenta abrirse paso, pero una bolsa de aire casi lo tira al suelo. Una azafata corre desde el otro extremo del avión y le indica que la siga para asignarle otro asiento. El señor equis dice que no quiere otro asiento porque en el suyo dejó su libro, pero se calla la boca en cuanto la sobrecargo descorre la cortina que separa a la clase turista de la primera clase, y lo invita a pasar.
Lo acomoda en un asiento que es mucho más confortable y espacioso que el que tenía; le pregunta que si desea comer y el señor equis dice que sí y ve cómo ella, equilibrándose para no caer con los tumbos que da el avión, va hacia la cocina y regresa con un carrito de servicio, más elegante que el que le había obstruido el paso, de donde extrae, con cierta ceremonia, no un producto cárnico recalentado sino un filete de buey en toda regla. ¿Champán? Sí por favor, responde el señor equis.
Después de la comida, en lugar de los capítulos de Friends, comienza la película Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman. Durante la proyección piensa varias veces, con cierta molestia, que de un momento a otro puede venir la sobrecargo a pedirle que regrese a su lugar en la clase turista. Cuando termina la película, y en vista de que la sobrecargo no le dice nada, pide un brandy.
Según sus cálculos debe faltar poco para llegar a Tijuana. "Les habla su capitán", dice una voz grave que no se parece a la del capitán Crespo, que era chillona y nerviosa. El señor equis se desconcierta un poco, interrumpe el trago que le está dando a su copa y oye, con un susto creciente, como el capitán de la voz grave explica que a continuación se proyectará otra película, que más tarde se servirá un refrigerio, y que en aproximadamente seis horas con 50 minutos estarán aterrizando en el aeropuerto Charles de Gaulle, en París.
Me contaron esta historia que, desde hace días, me da vueltas como un jet en la cabeza; quizá porque ilustra, de manera rotunda, ese mundo raro y desigual que se respira a bordo de un avión. El señor equis despega en un vuelo comercial rumbo a Tijuana.
Viaja de negocios en clase turista, en su compañía no hay presupuesto para pagarle un asiento de primera clase. Durante los primeros minutos de vuelo el capitán se presenta por micrófono: "Bienvenidos al vuelo 416 con destino al aeropuerto de Tijuana; les habla Pedro Crespo, su capitán; dentro de un momento serviremos de comer y posteriormente proyectaremos tres capítulos de la serie Friends; esperamos que tengan un viaje placentero".
El señor equis abre el libro que ha traído para pasar el rato; veinte minutos más tarde un producto cárnico, recalentado en microondas, produce una bruma olorosa que anuncia la llegada inminente de la comida.
Al fondo del pasillo se ve un carrito y dos azafatas que trajinan con bandejas de comida para repartir entre los pasajeros. Cierra el libro y abandona su asiento, piensa que si no va al baño en ese momento después será difícil porque el carrito obstruirá el pasillo. Cuando trata de salir del baño encuentra que la puerta está atorada; el carrito se ha estacionado momentáneamente ahí y una sobrecargo, al darse cuenta de los forcejeos del señor equis, lo mueve un poco hacia delante; la puerta queda libre pero ahora el carrito obstruye el pasillo y el señor equis no puede regresar a su asiento.
"Sírvanse regresar a sus asientos y abrochen su cinturón de seguridad", dice por el micrófono el capitán Crespo. El señor equis se acerca al carrito de servicio e intenta abrirse paso, pero una bolsa de aire casi lo tira al suelo. Una azafata corre desde el otro extremo del avión y le indica que la siga para asignarle otro asiento. El señor equis dice que no quiere otro asiento porque en el suyo dejó su libro, pero se calla la boca en cuanto la sobrecargo descorre la cortina que separa a la clase turista de la primera clase, y lo invita a pasar.
Lo acomoda en un asiento que es mucho más confortable y espacioso que el que tenía; le pregunta que si desea comer y el señor equis dice que sí y ve cómo ella, equilibrándose para no caer con los tumbos que da el avión, va hacia la cocina y regresa con un carrito de servicio, más elegante que el que le había obstruido el paso, de donde extrae, con cierta ceremonia, no un producto cárnico recalentado sino un filete de buey en toda regla. ¿Champán? Sí por favor, responde el señor equis.
Después de la comida, en lugar de los capítulos de Friends, comienza la película Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman. Durante la proyección piensa varias veces, con cierta molestia, que de un momento a otro puede venir la sobrecargo a pedirle que regrese a su lugar en la clase turista. Cuando termina la película, y en vista de que la sobrecargo no le dice nada, pide un brandy.
Según sus cálculos debe faltar poco para llegar a Tijuana. "Les habla su capitán", dice una voz grave que no se parece a la del capitán Crespo, que era chillona y nerviosa. El señor equis se desconcierta un poco, interrumpe el trago que le está dando a su copa y oye, con un susto creciente, como el capitán de la voz grave explica que a continuación se proyectará otra película, que más tarde se servirá un refrigerio, y que en aproximadamente seis horas con 50 minutos estarán aterrizando en el aeropuerto Charles de Gaulle, en París.
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