La reunificación de los Rolling Stones
Universal logra la gestión del catálogo musical del grupo, que casi no ha explotado temas anteriores a 1971 por carecer de derechos.
DIEGO A. MANRIQUE
El País
El reciente fichaje de los Rolling Stones por Universal ha sido interpretado en el contexto de la crisis de EMI, su anterior discográfica. Pura anécdota: fuera de esas batallas, lo importante es que todo el catálogo del grupo está bajo un mismo techo. Universal ya tenía los derechos de distribución de lo que grabaron entre 1963 y 1970. El deslumbrante material que los Rolling Stones plasmaron durante los sesenta es, comparativamente, desconocido: se trata de un inmenso tesoro que muestra a una banda que, en busca de su sonido rock, deja obras maestras en diferentes palos (blues, pop, soul, psicodelia, retro). Como ocurrió con los Beatles, The Who o los Kinks, la década prodigiosa fue para los Stones una etapa asombrosamente productiva.
Una obra que, a diferencia de sus colegas, Mick Jagger y compañía apenas han explotado. Desde luego, han seguido tocando Satisfaction y demás himnos, pero han preferido potenciar el material que editaron a partir de 1971. Tiene lógica... empresarial. Lo grabado en los últimos cuatro decenios es de su propiedad exclusiva y constituye el catálogo de Rolling Stones Records, justo lo que acaba de contratar Universal. De forma temporal, igual que antes lo tuvieron Warner, CBS, Virgin o EMI. Pero sus creaciones primigenias no están bajo su control: fueron despojados de ellas por Allen Klein, un contable estadounidense que, para su eterna vergüenza, les engañó como a pardillos.
Los Rolling Stones tuvieron las ideas claras desde el principio. A diferencia de los Beatles, que eran finalmente empleados de EMI, los Stones sólo cedieron la distribución a la compañía Decca; ellos conservaban la propiedad de sus masters. Una decisión astuta de los que fueron sus descubridores, Andrew Loog-Oldham y Eric Easton, dos mocosos que seguían las lecciones de Phil Spector. Con el tiempo, Jagger y los demás descubrieron que Oldham y Easton no estaban a la altura de su retórica. Hacia finales de 1967, los Stones estaban arruinados. Sus conflictos con la ley habían agotado sus recursos económicos, y debido al quebradizo estado de su músico principal, Brian Jones, habían renunciado a las giras. Pidieron ayuda a Allen Klein.
Allen Klein era una leyenda turbia del show business estadounidense. Un huérfano de Nueva Jersey que se había ganado una dura reputación como defensor de los artistas frente a los manejos de las discográficas, entonces nada diligentes a la hora de determinar los royalties. Contratado inicialmente por Oldham como contable de los Stones, Klein aceptó negociar en su nombre. Se presentó en la sede de Decca y, con modos que parecían extraídos de una película de la mafia, aterró a los directivos. Decca vivía traumatizada por haber rechazado a los Beatles en 1962; no se podía permitir perder a los Stones. Klein consiguió unos sabrosos adelantos y un porcentaje de las ventas superior al que disfrutaban los Beatles.
Agradecidos, los Stones le otorgaron plenos poderes como representante. Pero cometieron un error mayúsculo: su empresa se llamaba Nanker Phelge Music Limited, pero traspasaron su obra a Nanker Phelge Music USA, que no era una sucursal, sino una compañía cuyo único propietario se llamaba... Allen Klein. Pronto comprendieron que el hada madrina era una madrastra. Conservador incluso en negocios, discutía cada petición de dinero, ya fuera para gastos cotidianos como para inversiones (culpa suya fue que no se terminara la famosa película Rock and roll circus, que quedó aparcada). El hombre que parecía la salvación -Jagger convenció incluso a John Lennon para que Klein gestionara los asuntos de los Beatles- se había convertido en un cancerbero.
En 1970, finalmente se independizaron, creando una empresa -Rolling Stones Records- para sus futuras grabaciones. Y pactaron con Atlantic Records, parte del grupo Warner, el primero de sus contratos de distribución. A la hora de romper con Allen Klein, comprobaron que habían sido desplumados. Su ex representante era dueño de las joyas de la corona: de todos sus discos, hasta el directo Get yer ya-ya's out, pero también de los derechos editoriales de sus composiciones, e incluso de proyectos que había desaprobado como el Rock and roll circus. Años de litigaciones no pudieron cambiar nada.
A la larga, el resultado ha sido catastrófico para los Rolling Stones. Durante años, han intentado evitar el repertorio en manos de Klein, aunque terminaron regrabando algunas de esas canciones en discos live. Pero ese distanciamiento ha jugado en su contra: su pasmosa obra de los sesenta ha quedado eclipsada, ignorada por gran parte de esos millones de fans que acuden a los estadios en busca de sus satánicas majestades. Klein, hasta tiempos recientes, no ha permitido reediciones remasterizadas. Y se ha mostrado como un guardián celoso de los derechos de los Rolling Stones.
Klein ha sido comprensivo con la gente del cine -especialmente, con Martin Scorsese- a la hora de ceder canciones para bandas sonoras, pero no ha tolerado infracciones de sus copyrights. Abko, su compañía, es el coco de la industria musical. En 1997 se quedó con todos los ingresos de Bittersweet symphony, el majestuoso éxito del grupo británico The Verve, al detectar que habían sampleado sin permiso una versión orquestal de The last time, pieza de Jagger-Richards. Mick y Keith quedaron como unos miserables cuando no era una decisión suya. Ahora mismo, Abko Music ha demandado a Lil' Wayne por cambiar la letra de Play with fire, otro tema de los Stones. Precisamente Klein, un hombre deslenguado, alega que el popularísimo rapper usa un "lenguaje explícito, sexista y ofensivo". Entre los demandados está la discográfica de Lil' Wayne, Universal Music Group. Cabe suponer que Allen Klein ya se está posicionando con vistas a la inevitable negociación sobre el prodigioso catálogo de los Rolling Stones.
DIEGO A. MANRIQUE
El País
El reciente fichaje de los Rolling Stones por Universal ha sido interpretado en el contexto de la crisis de EMI, su anterior discográfica. Pura anécdota: fuera de esas batallas, lo importante es que todo el catálogo del grupo está bajo un mismo techo. Universal ya tenía los derechos de distribución de lo que grabaron entre 1963 y 1970. El deslumbrante material que los Rolling Stones plasmaron durante los sesenta es, comparativamente, desconocido: se trata de un inmenso tesoro que muestra a una banda que, en busca de su sonido rock, deja obras maestras en diferentes palos (blues, pop, soul, psicodelia, retro). Como ocurrió con los Beatles, The Who o los Kinks, la década prodigiosa fue para los Stones una etapa asombrosamente productiva.
Una obra que, a diferencia de sus colegas, Mick Jagger y compañía apenas han explotado. Desde luego, han seguido tocando Satisfaction y demás himnos, pero han preferido potenciar el material que editaron a partir de 1971. Tiene lógica... empresarial. Lo grabado en los últimos cuatro decenios es de su propiedad exclusiva y constituye el catálogo de Rolling Stones Records, justo lo que acaba de contratar Universal. De forma temporal, igual que antes lo tuvieron Warner, CBS, Virgin o EMI. Pero sus creaciones primigenias no están bajo su control: fueron despojados de ellas por Allen Klein, un contable estadounidense que, para su eterna vergüenza, les engañó como a pardillos.
Los Rolling Stones tuvieron las ideas claras desde el principio. A diferencia de los Beatles, que eran finalmente empleados de EMI, los Stones sólo cedieron la distribución a la compañía Decca; ellos conservaban la propiedad de sus masters. Una decisión astuta de los que fueron sus descubridores, Andrew Loog-Oldham y Eric Easton, dos mocosos que seguían las lecciones de Phil Spector. Con el tiempo, Jagger y los demás descubrieron que Oldham y Easton no estaban a la altura de su retórica. Hacia finales de 1967, los Stones estaban arruinados. Sus conflictos con la ley habían agotado sus recursos económicos, y debido al quebradizo estado de su músico principal, Brian Jones, habían renunciado a las giras. Pidieron ayuda a Allen Klein.
Allen Klein era una leyenda turbia del show business estadounidense. Un huérfano de Nueva Jersey que se había ganado una dura reputación como defensor de los artistas frente a los manejos de las discográficas, entonces nada diligentes a la hora de determinar los royalties. Contratado inicialmente por Oldham como contable de los Stones, Klein aceptó negociar en su nombre. Se presentó en la sede de Decca y, con modos que parecían extraídos de una película de la mafia, aterró a los directivos. Decca vivía traumatizada por haber rechazado a los Beatles en 1962; no se podía permitir perder a los Stones. Klein consiguió unos sabrosos adelantos y un porcentaje de las ventas superior al que disfrutaban los Beatles.
Agradecidos, los Stones le otorgaron plenos poderes como representante. Pero cometieron un error mayúsculo: su empresa se llamaba Nanker Phelge Music Limited, pero traspasaron su obra a Nanker Phelge Music USA, que no era una sucursal, sino una compañía cuyo único propietario se llamaba... Allen Klein. Pronto comprendieron que el hada madrina era una madrastra. Conservador incluso en negocios, discutía cada petición de dinero, ya fuera para gastos cotidianos como para inversiones (culpa suya fue que no se terminara la famosa película Rock and roll circus, que quedó aparcada). El hombre que parecía la salvación -Jagger convenció incluso a John Lennon para que Klein gestionara los asuntos de los Beatles- se había convertido en un cancerbero.
En 1970, finalmente se independizaron, creando una empresa -Rolling Stones Records- para sus futuras grabaciones. Y pactaron con Atlantic Records, parte del grupo Warner, el primero de sus contratos de distribución. A la hora de romper con Allen Klein, comprobaron que habían sido desplumados. Su ex representante era dueño de las joyas de la corona: de todos sus discos, hasta el directo Get yer ya-ya's out, pero también de los derechos editoriales de sus composiciones, e incluso de proyectos que había desaprobado como el Rock and roll circus. Años de litigaciones no pudieron cambiar nada.
A la larga, el resultado ha sido catastrófico para los Rolling Stones. Durante años, han intentado evitar el repertorio en manos de Klein, aunque terminaron regrabando algunas de esas canciones en discos live. Pero ese distanciamiento ha jugado en su contra: su pasmosa obra de los sesenta ha quedado eclipsada, ignorada por gran parte de esos millones de fans que acuden a los estadios en busca de sus satánicas majestades. Klein, hasta tiempos recientes, no ha permitido reediciones remasterizadas. Y se ha mostrado como un guardián celoso de los derechos de los Rolling Stones.
Klein ha sido comprensivo con la gente del cine -especialmente, con Martin Scorsese- a la hora de ceder canciones para bandas sonoras, pero no ha tolerado infracciones de sus copyrights. Abko, su compañía, es el coco de la industria musical. En 1997 se quedó con todos los ingresos de Bittersweet symphony, el majestuoso éxito del grupo británico The Verve, al detectar que habían sampleado sin permiso una versión orquestal de The last time, pieza de Jagger-Richards. Mick y Keith quedaron como unos miserables cuando no era una decisión suya. Ahora mismo, Abko Music ha demandado a Lil' Wayne por cambiar la letra de Play with fire, otro tema de los Stones. Precisamente Klein, un hombre deslenguado, alega que el popularísimo rapper usa un "lenguaje explícito, sexista y ofensivo". Entre los demandados está la discográfica de Lil' Wayne, Universal Music Group. Cabe suponer que Allen Klein ya se está posicionando con vistas a la inevitable negociación sobre el prodigioso catálogo de los Rolling Stones.
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