La voz del pueblo
Quisiera ver la cara de esos intelectuales que fueron a hacer el caldo gordo a Andrés Manuel López Obrador. Los mismos que, después de sesudas reflexiones y detallados análisis, dieron su aval a los dictámenes de la reforma energética discutidos en el Senado, los cuales, por cierto, también obtuvieron el visto bueno de los legisladores miembros del PRD y del FAP.
Quisiera ver sus rostros ahora que el señor ha decidido, previa consulta al "pueblo", que siempre no, que no está a favor de esta propuesta de reforma, a pesar de que en un primer momento había afirmado que se habían eliminado los visos de privatización y entreguismo de la misma.
Esos mismos intelectuales, tan sabios y tan reconocidos, tan comprometidos y tan inquietos, con toda su sapiencia y sus antecedentes de oráculos económicos, políticos y sociales, desplazados por una reducida cantidad de "pueblo" a la hora de tomar las verdaderas decisiones. De nada ha servido su opinión respecto a la conveniencia de apoyar los dictámenes elaborados en la Cámara Alta. Tampoco que aparecieran dando la cara a nombre de las izquierdas (como lo hizo el economista Rolando Cordera). No. Al final del día todo se resolvió mediante un ejercicio supuestamente democrático de pedirle la opinión al "pueblo" en la plaza pública (el Hemiciclo a Juárez de La Alameda), ese ente etéreo y confuso, pero que nunca se equivoca, para decidir si se iniciaban las acciones de "resistencia civil pacífica".
Perdón, pero no puedo evitarlo: ¡JA!
Señores intelectuales, mejor regresen a donde deben estar: en las aulas, en la academia, en la enseñanza de las nuevas generaciones. Ahí se necesita su labor, no tratando de agradar a un mini-príncipe susurrándole al oído cosas que luego no tomará en cuenta.
Mejor eduquen a ese ente que, al parecer, es el único al que toma en cuenta Pejehová: El Pueblo.
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