miércoles, octubre 15, 2008

El Salmón en la Ciudad de México

Entre rock y tangos Calamaro se entregó a sus fans, que lo esperaron más de 20 años
Arturo Cruz Bárcenas
La Jornada

El rock y el tango crearon una atmósfera de música y calle de Argentina la noche del pasado lunes en el Auditorio Nacional, en el concierto de Andrés Calamaro, quien se presentó por primera vez en México y sucumbió ante la algarabía, la entrega de miles de jóvenes que corearon sus canciones, sumados a sus paisanos y admiradores. Todos vieron cómo el llamado Salmón besó el escenario del foro de Reforma, en gesto simbólico de agradecimiento y de empatía con los artistas que por ahí han pasado.

Fue Calamaro más que en vivo, que abrió con Salmón. Como impulsado por un resorte, ese público, mayoritariamente adolescente, se levantó de su asiento y ya no se sentó en dos horas. Los chicos, de su nuevo disco La lengua popular, ya consabida, que dice: “Si te toca ir arriba antes que yo, porque existe la vida eterna, lleva de parte mía un cucumelo, por si no llovía en el cielo, y de parte de los 22, se lo das al chico, cuartetero, y dale un abrazo muy largo a mis amigos que se fueron primero”. Es la nostalgia por los amigos y la necesidad de apreciar la amistad en vida.

Tuyo siempre, de amor sabinesco. En el escenario todo cuenta y Calamaro lució una playera negra con la imagen de Emiliano Zapata, fusil en mano. Sus infaltables lentes oscuros. Soy tuyo la unió a una tonada de Sabina. Ambos se han comunicado en la misma frecuencia. “Voy a hacer una canción sobre ese tema antes de que me la gane Joaquín”, ha dicho.

“A la manera de Gardel”.

Anunció que cantaría unos tangos “a la manera de Gardel”. Se colocó un gran clavel en la solapa de un saco negro que vistió para el momento. Se sorprendió de que el Auditorio en pleno se supiera esos tangos. Veinte años lo esperaron y algunos más tiempo. “Es inmoral sentirme mal por haber querido tanto…” Es el drama y el tormento plasmados en una letra de alguien que trató de vaciar un dolor.

Los muchachos con los brazos en alto cantaron Los mareados, uno de los tangos de la época media, dijo Calamaro. Añadió que algunos se van a sentir identificados con ese tema. Tiene voz y la experiencia de la noche, de las desveladas que se requieren para tanguear.

Dijo sentirse como en su terruño. “Gracias, México, por haber sido casa de muchos argentinos.” Al centro, sobre unas bocinas, dos banderas enlazadas, de su país y estas tierras aztecas, reflejaron el sentir de Calamaro. Se oyó Nostalgia.

Todo estaba listo para la archiconocida La flaca, esa mujer de poca carne a la que le pide, se le ruega, que no niegue sus amores, que son favores. En el estribillo el público, en su colectividad, fue una sola garganta. Tomó un ramo que una dama le regaló. Repartió las flores entre las personas de las primeras filas.

Calamaro ha logrado el equilibrio entre comercialidad y calidad, el difícil y para algunos imposible punto medio de la conseja aristotélica. Paloma fue el cierre, la rola que refiere que la ilusión se va con la vida, pero antes interpretó Alta suciedad, una de sus tonadas más conocidas y ácidas. Pura ironía, ironía pura.

Así, garganta fresca y todo, en compañía de su grupo, que incluye excelentes guitarristas, la noche del lunes, Calamaro sucumbió ante la fuerza y la entrega del público reunido en el principal espacio de espectáculos del país.






Gran noche de Andrés Calamaro en el Auditorio Nacional
EFE

El músico argentino Andrés Calamaro abarrotó el Auditorio Nacional a pesar de auto erigirse como un "ilustre desconocido". Los 10 mil espectadores que asistieron al concierto salieron muy complacidos por la actuación del ex vocalista del legendario grupo Los Rodríguez.

Diez mil espectadores, muchos compatriotas suyos, se dieron cita en el considerado máximo escenario de México para ver, en dos horas y media, como Calamaro transitaba desde una actitud elegante a lo Bob Dylan hasta el descontrol de un Rolling Stone.

La pose elegante, americana con margarita gigante en el ojal incluida, le duró apenas cinco canciones, las que tardó en dirigirse al publico con un “compañeros y compañeras mexicanos, muchas gracias” cuando callaron las guitarras.

Calamaro se despojó de la chaqueta y dejo al descubierto, junto a una camiseta del líder revolucionario mexicano Emiliano Zapata, su lado rockero de Mister Hyde; en el patio de butacas comenzó a llover adrenalina mientras el cantante presumía de pulmones con gritos casi en falsete.

Tras “5 minutos más”, volvió a calarse la americana del Doctor Jeckyll y se deshizo de sus gafas para sacarse unos tangos del corazón, como “Los mareados”, lo que descubrió a la numerosa hinchada argentina entre el público.

Pasaban los minutos, las canciones, y Calamaro, de nuevo metamorfoseado en puro vigor, parecía no tener ganas de fingir su retirada para escuchar al público pedirle más; besaba el suelo, alababa a una audiencia “que Mick Jagger soñaría” y tiraba flores.

Calamaro se marchó del escenario, pero seguía hiperactivo y después de unos sorbos de mate volvió para conceder al respetable el “Sin documentos” de Los Rodríguez.Dos temas de su pasado más tarde, el argentino se deshizo en elogios a México “tendríamos que volver una vez por semana”, dijo.

Dos veces le lanzaron a él la camiseta de los “Pumas”, equipo de fútbol capitalino, y dos veces la exhibió sin ponérsela. Lo que sí se colgó fueron las banderas de Argentina y México, después de ondearlas atadas al micrófono.

Llegado el final, se quitó las gafas, hizo la reverencia de rigor con la banda, lanzó besos y desapareció. Se encendieron las luces, el público empezó a retirarse… y Calamaro regresó bajo los focos, para mandar el último abrazo.