Viernes 20
Empiezo esta anotación y este día laboral, el último de la semana gracias al Señor, poniendo en iTunes el disco Cuatro Caminos de Café Tacvba. Me gusta. Y me sabe a viaje por carretera en clima nublado y lluvioso. Quizás porque ése fue el que escuché durante un trayecto a Puebla que, a la larga, resultó importante en mi existencia. Por cierto, Puebla es una ciudad que no me gusta, pero que ha sido escenario de dos cosas relevantes: el fallecimiento de mi madre y mi boda civil. Qué paradojas.
Bueno, y decía que inicio con este disco por la simple y sencilla razón de que tengo varias cosas que decir aquí, pero que no atino a saber cómo comenzar. La clásica frasecita con la que infinidad de adolescentes inician sus alegatos amorosos. En fin.
Una de esas cuestiones es una anécdota que contó una tía de mi colega Brenda durante su boda civil hace ya dos semanas. Estábamos sentados en uno de esos portales de las ciudades provincianas mexicanas tomando café cuando inició: se supone que una de sus amigas, trabajadora de algún tipo de sindicato o algo así, estaba en su coche durante un alto en alguna calle en Pachuca. Adelante estaba una camioneta con todas las características del narco: enorme, lujosa, nueva, negra y con vidrios polarizados. Bueno. El punto es que el semáforo cambió a verde y el vehículo de enfrente no se movió. La tipa lo tomó con calma y no hizo aspavientos. En eso, de la camioneta descendió un tipo de apariencia feroz y con pistola en mano. Llego a la ventanilla de la conductora y le aventó un billete de 500 pesos, al tiempo en que le informaba que había apostado con su compañero de viaje (y de fechorías, imagino) en que, si le pitaba o algo, la mataba ahí mismo, pero como no lo hizo, había perdido el dinero. Dicho lo cual regresó a su fortaleza rodante y se fue.
Cierto o no, a todos nos dejó algo confundidos y fríos la anécdota-información. Es decir, puede ser real, sobre todo ante el clima de violencia que experimentamos a día de hoy. Sin embargo, tampoco soy muy dado a creerles todo lo que dicen a esta clase de doñitas pretenciosas (lo siento por mi coleguita, pero su tía es como de ese tipo). En fin.
Además, esto me recordó que he visto algunos correos electrónicos de esos que circulan en versión de cadenas y tal, en los que se recomienda a los conductores ser prudentes y portarse bien durante los trayectos, por ejemplo, no usar el cláxon, no aventar el coche a otros, mucho menos recordar a la madre ante cualquier estupidez de los otros. La razón: en cualquiera de esos vehículos a los que ofendes puede viajar alguien a quien le importaría nada mandarte al otro mundo.
Bueno.
En asuntos más triviales, ayer me decidí por cerrar la puerta de mi cubículo. El motivo fue llanamente un día con mi sentido antisocial exacerbado. Además del ruido, claro. Y de las llamadas telefónicas a todo volumen con temas bizarros. La reacción de uno de los operativos de por estos lares fue preguntarme si ya no quería verlos. Mi respuesta mental fue hombre, ¿pero cómo te has dado cuenta?, ¿acaso soy tan evidente? Pero como soy mexicano, y como en este país siempre decimos las cosas a medias y somos tibios, entonces lo único que respondí fue un parco y ligero no, ¿cómo cree?
El miércoles que hubo que estar en la trinchera (literalmente) laboral me di cuenta, o más bien comprobé que, en efecto, la mayoría (una inmensa mayoría) de las oficinas públicas, sean autónomas o no, comparten los mismos códigos de conducta a través de la gente que las integra. Al final de día se trata de eso: de la personalidad de los funcionarios al momento de trabajar y afrontar los pormenores y los sinsabores del día a día. No sé por qué recordé mucho al Lic. Ventura, antiguo compañero en el Ministerio y jurisconsulto, cuya frase en la administración pública no hay cosas urgentes, sino pendejos desesperados me parece que debería grabarse con letras de ónix y latón en todas y cada una de las entradas a salones, salas, vestíbulos y cubículos de trabajo.
Pero lo malo no es que existan esta clase de personajes. No. Lo realmente caótico es que, muchos de los que nos quejamos y tal, no hacemos absolutamente nada para remediarlo. Vaya, ni siquiera una tímida y muy escolapia Ley del Hielo.
Es posible que esto que escribo no se entienda y creo que es mejor así. A veces sí me gustaría dar nombres y apellidos (la manera en que los de mi pueblo nos comunicamos y nos hacemos entender hacia el exterior y el interior), pero me refugio en una condición que debe acompañar los buenos ímpetus de la pasión: la mesura. En fin.
Hoy fui a sacarme sangre para unos análisis que había venido postergando. Mañana será importante porque conoceré el parte de salud del momento. Manolo versus las múltiples enfermedades. El regreso.
La vida es corta.
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