jueves, julio 09, 2009

Miedo y asco en el fútbol mexicano

Había estado escuchando a los comentaristas de Fútbol Picante afirmar que Javier Aguirre, técnico de la selección mexicana de fútbol, ya no es el mismo.

El comentario iba en relación a que, en su primera etapa, justo antes del mundial de Corea del Sur y Japón en 2002, Aguirre levantó de la tumba al equipo al lograr inyectarle hambre de triunfo, personalidad y, en alguna medida, buen fútbol. Javier se presentó como uno de esos modelos del mexicano que muchos quisiéramos ver repetidos hasta la saciedad: íntegro, honesto, echado para adelante, sin complejos, ganador...

Su esfuerzo se recompensó con el fichaje que hizo al término del mundial asiático con el Club Atlético Osasuna, cuadro al que dirigió durante cuatro años, y cuya máxima satisfacción fue haberlo conducido al cuarto lugar de la liga española, lo cual los catapultó en la Liga de Campeones de Europa.

La marcha ascendente continuó con un nuevo fichaje: el Atlético de Madrid, cuadro de la capital que se abroga el título de ser el tercero más popular de la península. Ahí también hubo triunfos, sin embargo, la propia naturaleza conflictiva de los rojiblancos, aunado a un banquillo más politizado que los integrantes del PRD en Iztapalapa, orilló al despido de Aguirre del Vicente Calderón en la pasada temporada. Sobra decir que se ha tratado de la primera ocasión en seis años de trabajo en España en que esto ocurría, es decir que no finalizaba un ciclo al frente de su equipo.

Instalado un tiempo en el limbo de la incertidumbre, Aguirre creyó que podía ser fichado ahora por algún club inglés. La única oferta que se supo fue la del Getafe, un cuadro en peligro de descenso. En eso se presentó una tabla de salvación: coger por segunda ocasión a la selección mexicana. Y eso hizo.

Sin embargo, ahí comenzó a ir todo a mal.

Aguirre ya no fue el mismo de aquel que se ganaba las palmas y los corazones en Pamplona y, un poco menos, en Madrid. Ahora vemos a un técnico que necesita estar acompañado por tipos de dudosa ralea --Mario Carrillo y Manuel Vidrio-- para tomar decisiones, que se desprende de su tándem exitoso Ignacio Ambriz, que se lo nota un tanto fastidiado y sobreactuado frente a los chicos de la prensa, que ya habla como español en las conferencias (cuando en España siempre habló como mexicano), que se pregunta por qué tanto pesimismo en la parroquia nacional y que, tal y como ha sucedido hace apenas unos minutos, es capaz de tirar una patada a un jugador contrario desde su zona técnica en un momento de desesperación.

Y así estamos hoy en el tema del fútbol en el país: decepcionados y derrotados. Como en la política nacional, la culpa es de todos: jugadores, directivos, técnicos, medios de comunicación y forofos.

Sinceramente espero que México no clasifique a Suráfrica (bueno, o en el país en donde se lleve a cabo el próximo mundial) para que haya algo, una sacudida, una revolución, lo que sea, que intente mejorar el nivel de este deporte en el país. Un fútbol mediocre, con una liga mediocre, con jugadores mediocres, directivos mediocres y extranjeros/nacionalizados (que al final del día son la misma cosa) aún peor de mediocres que todos los anteriormente mencionados juntos.