martes, septiembre 08, 2009

- 10

Llego a mi lugar de trabajo y el escándalo domina el ambiente. Jamás había estado en un lugar que se pareciera más a una romería que a una oficina pública. Quizás exagere. En efecto, aquí la presencia de seres que suelen poblar los aposentos de la administración pública en los días de quincena es menor, a saber vendedores, cobradores, ex esposas y demás fauna que sólo anda en pos del dinero del otro. Sin embargo, aquí cada mañana --y casi a cada hora-- es una fiesta con la radio sonando a todo volumen, con las llamadas telefónicas personales con altavoz incluido, con las bromas y risas del personal operativo, con los albures y la mexicana picardía campeando por doquier a gusto. En fin.


El fútbol no necesita decretos para ser noble

Una de las razones por las cuales me gusta el fútbol como deporte es porque pone en su lugar a cualquiera. Digo esto por lo sucedido en la reciente fecha regular del torneo liguero mexicano. Se supone que la jornada siete se jugó bajo el precepto de la FIFA del "fair play". Ay sí, tú. El fútbol se encargó de poner esa falacia en su lugar: ha sido la ronda de partidos con más tarjetas amarillas y rojas, así como con más incidentes dentro y fuera del campo de juego.

Muchos se quejarán de esta situación. Sin embargo, en mi opinión esto demuestra que el fútbol es apasionante porque no se ciñe a esas moditas políticamente correctas que otros le quieren imponer. El fútbol es pasión, gallardía, agallas, fuerza, coraje. Es de hombres, pues. Y cuando los organismos internacionales falsamente democráticos quieren que se convierta en alguna versión de una convención de la religión evangélica, entonces es ahí cuando el fútbol se acuerda de sus orígenes, de su esencia y de su futuro innegable, y saca a flote su razón, la misma que le ha permitido superar a cualquier otra versión de competición de conjunto.

Con esto no quiero decir que estoy a favor de la violencia que dañe al otro de forma irremediable. No. Sólo estoy porque al fútbol se le deje en paz, que no se le quieran imponer falsas modas, falsos emblemas, falsos axiomas, todos provenientes de falsos profetas de la buenaondez y la chabacanería más ramplona.

Si ya el fútbol y su pueblo hemos reaccionado en contra de que se le quieran imponer esos cánones de la modernidad light y pasteurizada como los baloncitos rosas o los zapatos deportivos del mismo color, ahora la misma naturaleza de este deporte británico ha mostrado su orgullo en el pecho: en efecto, no nos mataremos sobre el césped ni en la grada, pero, por favor, no nos pidan que juguemos como si fuésemos hermanitas de la caridad o culturosos gay de la Condechi.

El fútbol no tiene la culpa.


Elogio de C. Blanco

Cuauhtémoc Blanco es un tipo que encarna perfectamente la simbología y la esencia del capricornio promedio: te caga, pero lo necesitas.

A mí francamente siempre me ha caído en la punta de mi hígado. Verlo ahí hacer gracejadas y correr vestido de amarillo con su joroba me causó prurito ene número de veces. Sin embargo, conforme ha pasado el tiempo, y una vez despojado de los colores de las gallinas, infundado ahora en las tonalidades rojas del Veracruz y del Fire de Chicago, me parece que es el último caudillo del fútbol mexicano.

Como todo capricornio, su mejor etapa es la última, la vejez, la decadencia, el acercarse a Saturno y a Júpiter. Y así lo vemos ahora: vaya manera de poner la pausa en el juego, de ver las llamas de cerca y no inmutarse, de provocar a los parias y a los exquisitos por igual, de no fallar en los pases, de poner el carisma y la chispa en un terreno de hombres cada vez más ataviados con el uniforme gris, de ligarse a las mujeres más buenas de la comarca, de andar en boca de todos y, al final, de inmiscuirse en un mundo cuyo origen tepiteño jamás soñó. Ése es C. Blanco, un tipo al que vamos a extrañar --de hecho, ya lo hicimos una vez-- cuando salga definitivamente de los campos verdes.

Aunque suene exagerado diría que, Blanco, con todo y su arrabal historial encima, sería lo más cercano que tenemos a día de hoy en México a jugadores emblemáticos y pancheros de la élite mundial, aquella en donde están, por decir algo, el gran beodo y mejor jugador inglés Paul Gascoigne, el duro de roer y cruzado francés E. Cantoná, el mercenario del área chica de hierro Stam, los siempre polémicos Caniggia o Mohamed de Argentina, entre otros.

¿Quién lo diría? Elogio de C. Blanco. Un nacido el 17 de enero...