lunes, agosto 31, 2009

Jorge Chabat

La historia está llena de Juanitos, de subordinados políticos, de incondicionales que de repente se rebelan, como monstruos del doctor Frankenstein, contra sus creadores. De hecho, ésa es la historia de la política. Ésa es la historia de Julio II, el papa que sucedió a Alejandro VI (el papa Borgia), con el apoyo del hijo de éste, César Borgia, a quien luego persiguió y destruyó. Es la historia de Lázaro Cárdenas, incondicional del “jefe máximo” de la Revolución, Plutarco Elías Calles, a quien luego mandó al exilio. Y es la de Echeverría con Díaz Ordaz y la de Zedillo con Salinas de Gortari. El poder de una persona sobre otra se mantiene hasta que las condiciones estructurales lo permiten. Cuando éstas cambian, los que eran subordinados dejan de serlo. Es la ley de la política.

Ése es el caso de Rafael Acosta Juanito, el delegado electo en Iztapalapa. Ése, que se puso de tapete ante López Obrador. Ése, que prometió en público renunciar al cargo para que llegara Clara Brugada. Ése, al que AMLO ninguneó diciéndole que no se la fuera a creer, que si ganaba no era por él, sino por la maquinaria electoral que maneja El Peje y sus allegados en Iztapalapa. Y evidentemente su victoria sólo se explica por la operación electoral de López Obrador, pero jurídicamente el delegado es él. Y no hay forma de hacer que cumpla su compromiso porque éste no fue hecho de manera institucional. Por eso las instituciones importan. Por eso quienes hacen arreglos fuera de éstas no tienen luego la capacidad de hacer que se cumplan. Quien hace política por la vía informal debe entender que los resultados son los que preveía Maquiavelo: que los políticos no cumplen su palabra —y en estricta lógica política no deben hacerlo— precisamente porque no hay mecanismos institucionales que los obliguen a ello.

Por ello, llama la atención que varios políticos obradoristas hagan ahora un llamado al “honor” de Juanito, para que cumpla su palabra y ceda el poder a la protegida de AMLO, cuando ellos mismos han jugado fuera de las vías institucionales, cuando ellos mismos han apoyado abiertamente a partidos diferentes al que militan o militaban, rompiendo la palabra empeñada. Evidentemente quien rompe un compromiso siempre va a encontrar una justificación para ello. Ahora Juanito habla de que no la dan la mitad de los puestos de la delegación Iztapalapa y de que lo tratan mal los obradoristas-brugadistas. Lo mismo decía AMLO cuando no cumplió su promesa de respetar los resultados de las elecciones: adujo (con razón o sin ella) que le habían robado la elección. Cuando el que decide si debe cumplirse o no un compromiso es el mismo involucrado, evidentemente va a decidir lo que más le convenga. Así de simple.

Es difícil saber cuánto tiempo aguantará Rafael Acosta en su intento por quedarse en Iztapalapa, pero al parecer ya ha encontrado muchos apoyos espontáneos que estarán felices de que él permanezca en el puesto con tal de fastidiar a AMLO. En todo caso, lo que revela el caso Juanito es que los acuerdos de saliva, sin instituciones detrás, son sólo eso: acuerdos de saliva. Y eso lo deberían ya saber quienes se empeñan en jugar fuera del marco institucional. Finalmente en el pecado llevan la penitencia.

jorge.chabat@cide.edu

Analista político e investigador del CIDE