lunes, agosto 31, 2009

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Soy quejica, lo reconozco. Uso este sitio del bloguetariado mundial para hacer exactamente lo que alguien tiene que hacer para causar antipatía en los hipotéticos lectores: sólo hablar de sí mismo y de lo mal que me trata este planeta. Ni modo. Lo bueno es que a esta bitácora le quedan cada vez menos horas de vida.

Dice mi colega gay que la estupidez es soluble al agua. Pues, en efecto. Hoy ha amanecido lloviendo en la Ciudad de México --algo que me recuerda mucho al pueblo poblano-- y el caos se ha desatado por todas las calles y avenidas de la comarca. Parece que cuando llueve a uno se le desata ese pequeño ser ignorante y torpe que todos llevamos dentro, en especial cuando de conducir se trata. Para llegar al campus no hubo tanto problema, pero el regreso fue casi como una versión revisitada del lanzamiento del Discovery. Una carambola antes de arribar a la salida del Eje 10 generó un espasmo terrible en todo el Periférico en dirección norte-sur. Fatal. Además, hoy no me ha dado tiempo de desayunar, no he comprado el diario, he perdido mis pastillas, no he pagado la hipoteca y una buena parte del camino la sortié haciendo agallas mentales para desalojar al fantasma de querer ir al baño.

Luego, ya en el otro campus, el típico, infaltable, puntual y contundente coraje matutino en la búsqueda de lugar para aparcar. ¿De dónde salen tantos coches? En fin.

El inicio de una nueva semana. Un nuevo cuesta arriba. Ahora con terreno lodozo y mojado. ¿Así o peor?

Peor, imposible.