jueves, enero 20, 2005

No soplan vientos de cambio favorables

En efecto, la frase salinista que marcó la era del TLC no es aplicable, por ahora, a nuestro ambiente laboral burocrático.

En diciembre de 2003, justo momentos antes de hacer el brindis por el fin de ese año, le comenté a mi colega el Burócrata Justiniano, abogado de profesión, buena persona y eficiente servidor público, que presentía que esa ocasión sería la última en que brindaríamos en nuestro antiguo edificio. Y, en efecto, así fue. La máxima se cumplió y, para el brindis de 2004, lo hicimos en otra área. Mi colega me destacó el acierto hace apenas un mes y, envalentonado por tal hecho, lancé otra afirmación temeraria para 2005: sería la última vez que brindaríamos juntos, pero ahora... en el Ministerio. Y todo parece afirmar que así sera.

Los vientos de cambio soplan, pero no tan a favor de nosotros como quisiéramos. Pronto vendrán modificaciones sustanciales en nuestra lógica laboral y, al parecer, será tiempo de definiciones concretas y de mediano plazo. Se avecina una desbandada de personal que dejará en condiciones muy maltrechas nuestro departamento. Aunado a lo que esto ocasionará en nuestro DG en términos de bilis y rencores, el punto radica en saber qué pasará con aquellos que no brincarán hacia otras partes. Los escenarios básicos son dos: quedarse y estar a la expectativa de lo que suceda, o bien, moverse ya. Aún queda tiempo suficiente para analizar todos los ángulos que implican estos hechos con cierta rigurosidad antes de tomar la decisión final.

En el caso lejano de que sigamos aquí, para el brindis de diciembre de este año lanzaré una nueva profesía: diré, seriamente, que en el 2006 me ganaré la lotería para abril o para mayo...

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En lo personal, detesto a los ambulantes. Me resultan repugnantes. Estorban los accesos peatonales, venden mercancía de pésima calidad, son menos atentos con el público, se extienden como cucarachas, no pagan impuestos, desquician las ciudades con sus gritos y su música, entre muchos otros defectos.

Sin embargo, creo que detesto aún más a los gobiernos que los toleran y se hacen de la vista gorda ante la flagrancia de sus delitos. Por eso hay tantos, porque nadie en los ayuntamientos, las delegaciones políticas, los sistemas de transporte público o en donde sea, hacen algo para tratar de aminorar su impacto. Esos tipos llegan, se instalan y ya nunca más se moverán de ahí. Hay mucho temor ante su poder económico, político y, sobre todo, organizacional. Es difícil tratar con esa plaga: son bravos por naturaleza y, vaya paradoja, son súper unidos y solidarios con su gremio. Cualquiera que algún día se asome por ese Callejón de la Vendimia llamado en tiempos pasados Eje Central lo constatará en las mantas y mensajes a favor de una tal Alejandra Barrios.

En fin, pero también hay un tercer actor involucrado: nosotros mismos, los consumidores. No puede ser que seamos los que más nos quejamos, pero sigamos fomentándolos comprando a diestra y siniestra sus artículos. Todos estamos involucrados por acción o por omisión. Es más, hasta Ana Cristina Fox, la infanta mimada de este sexenio, se le descubrió alguna vez que traía una bolsa de mano Louis Vuitton... ¡falsa! Es decir, aunque ella no acuda personalmente a la salida del metro Balderas o a Correo Mayor, sí trae ese chip integrado en su organismo guanajuatense cuando viaja por New York o Singapur, lugares donde la piratería campea alegremente también.

El asunto viene a colación ahora que el INEGI ha reportado que este sector, el ambulantaje, ha crecido en los últimos cuatro años 53 por ciento. Según la Encuesta Nacional de Empleo elaborada por este organismo dependiente del Ministerio de Hacienda, hasta el año pasado había un millón 875 mil personas dedicadas a esta actividad (lo cual, al ritmo de crecimiento promedio, significa que para estas fechas, enero 20 de 2005, ya casi estaremos llegando a los dos millones).

Al ver esto y los recientes casos del poder real que tienen los narcotraficantes en el país, la pregunta obligada es: ¿para qué preocuparse por ser una persona que estudie, se prepare, siga la reglas, intente ser congruente con su sociedad, si tal actitud no es sino un pasaporte directo al fracaso? Y tal razonamiento nos conduciría a decir, bueno, pues si quiero ser triunfador, tener hartas casas, harto dinero, hartas viejas, pues, lo mejor es irse por la fácil: pongo mis puestos ambulantes, saco mis taxis piratas, vendo mis grapas, me pongo a secuestrar gente, me transo a mis colegas, clono tarjetas, hago una alianza con el Partido Verde, creo una APN, me planto como paracaidista en una predio olvidado y así ad inifinitum.

Un mensaje muy peligroso que se envía a la comuna mexica.

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Tal y como lo afirmó ayer Leo Zuckermann con una cita de Oscar Wilde, en el mundo de los hechos reales los malos nunca son castigados ni los buenos recompensados. El triunfo se lo llevan los fuertes y el fracaso los débiles.