En el Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI) se desarrolla un debate que nos afecta directamente a los burócratas: hacer o no hacer públicos nuestros rostros a través de fotografías. Ya no sólo quieren que se informe a los interesados sobre nuestros nombres y cargos, sobre nuestros teléfonos de oficina, sobre nuestros horarios de entrada y salida, los viajes oficiales realizados, el destino y viáticos gastados, los periodos vacacionales y nuestras faltas a trabajar. No. Hoy, los ciudadanos quieren además conocernos –al menos—en foto.
Los comisionados del IFAI están divididos respecto al tema. Por ejemplo, Alonso Gómez Robledo ha dicho que esto puede hacernos blanco de ilícitos. En su opinión, la foto de un funcionario no es de gran significado para la gente en términos de eficiencia, es decir en lo que verdaderamente importaría conocer de cada trabajador del Estado: su desempeño. Por su parte, Alonso Lujambio ha dicho que revelar las fotos implicaría dar a conocer los rasgos étnicos de los servidores, lo cual "no es una buena noticia en un país racista como México". Además, ha planteado una pregunta que me parece interesante: cuando por la naturaleza de sus funciones no tiene contacto con la ciudadanía, ¿por qué habría de ser importante que se identificara al funcionario?
Del lado opuesto, Juan Pablo Guerrero –impulsor del proyecto—se ha manifestado a favor de hacer públicos los rostros de los funcionarios porque ayudaría a que la sociedad identifique a los mismos y acote la impunidad. Esta posición ha sido respaldada por Horacio Aguilar Álvarez, aunque sin esgrimir argumentos propios.
Así las cosas, en mi opinión, sí estaría a favor de que se hicieran públicas nuestras identidades, pero –aquí viene el pero—con algunas restricciones. La primera –y quizás más importante—es que los archivos que contengan las fotografías estén encriptados, es decir que sólo sean para consulta y que el público no pueda manipularlos. Que se ponga a disposición de los interesados en Internet, pero que, como sucede con algunas páginas comerciales, sólo sea para verla y no para guardarla en el disco duro o en cualquier otro tipo de recipiente (floppy, CD) de los usuarios. ¿Por qué? Bueno, porque de lo contrario correríamos el riesgo de que el uso que se le pueda dar a dicha información rebase lo que viene dentro del espíritu de la Ley de Transparencia: dar información del gobierno respecto a sus actividades y responsables.
Ya sucedió con el padrón electoral que se lo llevó –según—la empresa Choice Point. Toda esa información fue un escándalo porque nadie sabía a dónde había ido a parar y, sobre todo, qué uso podrían darle al mismo. Las hipótesis iban desde que el Departamento de Estado de los EUA ya nos tiene a todos fichados, o bien, que cientos de empresas privadas tendrían todo un catálogo pormenorizado del público objetivo al cual dirigir sus baterías en términos de mercadotecnia. Algo similar podría pasar con el tema que nos ocupa.
Al respecto, pondría un caso que, por su naturaleza, no le resta atributos para ser considerado aleccionador. Hace un tiempo, cuando Morcillo estaba por estos rumbos, salimos a beber unas chelas con el propietario de otro blog (uno que a veces deja mensajes en el tag-board) después de una ardua jornada laboral. Aletargado un poco el Policía de la Verdad de cada uno de nosotros por el efecto de la cebada y la malta y el lúpulo mezclados, nos tomamos unas fotografías con la cámara digital del primero. Risas, humo y solaz. Todo bien. Pasó el tiempo y el susodicho subió a su blog algunas de esas instantáneas con el fin de ilustrar el cachivache. Pero (y aquí aparece de nuevo el pero), alguien que seguía muy de cerca las actividades de alguno de los tres con fines no muy claros, encontró dicha foto, la copió y la subió a otro blog en el cual fuimos víctimas de cierto escarnio (balín y chafamex, por cierto, pero escarnio a fin de cuentas). Hace poco mi esposa encontró dicha foto no sé dónde (esto da una idea más o menos clara de lo que quiero decir con todo este alegato) y me la envió por correo electrónico. Lo que más me molestó no fue el tema de que uno no sepa bien a bien dónde ande su rostro y su figura deambulando por el ciberespacio. No. Lo que me jodió fue que la foto que escogió el muchacho dinámico del blog no me favorecía para nada.
Entonces, retomando, yo sí estaría de acuerdo en que pusieran a la vista de los interesados las fotografías de los que trabajamos para el Estado (¡claro que sigue siendo un orgullo ser funcionario público!). Sólo habría que debatir hasta qué nivel sería conveniente y las áreas de la administración pública que fueran susceptibles de hacerlo (ya saben, aquellas que no tengan que ver con seguridad nacional y demás cosas ya establecidas en la legalidad). Pienso, por ejemplo, en las páginas de algunas universidades de prestigio, en donde en sus secciones de "Facultad" o "Personal académico", sí muestran las fotografías, currículos y demás datos sobre los catedráticos, sin que esto les signifique un peligro extremo (claro, no faltará el chistoso que le haga llegar correos llenos de insultos o amenazas, habría que preguntarles bien a bien el tema). Pero, creo que decir, miren, estos son los que trabajan en la administración pública, sí sería una manera de vincular al público con sus –en teoría—servidores. El punto estaría en que dichas fotos estuvieran protegidas para que no se haga mal uso de las mismas.
Por lo pronto, si me quieren conocer, pueden poner Weber en Google y ahí aparecerán varias fotos en diferentes ángulos de diversas épocas. Así habló la burocracia.
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1 Comments:
Y bueno, eso no estodo, yo en lo particular estaría por no publicar nuestra imágen, sería por una parte datos personales como cuando hacemos la declaración patrimonial, se nos pregunta si queremos hacerla pública (yo respondo que no. Por otra parte los derechos de la persona comprenden la protección de su imágen (todos hemos visto las escenas en tv en la que se deforma la imágen en la cara del protagonista involuntario de una escena, verbigratia Bejarano)los particulares no pueden hacer uso de imágenes de personas sin autorización. En caso de que se autorizara la publicación de las fotos yo registraría mi imágen en Derechos de Autor y cobraría una lana (entre otras acciones legales para mi protección) y no es que me sienta estrella de cine, pero si con la publicación de nuestros correos y extensiones en los directorios de las dependencias no nos la acabamos con los correos y telefonemas en los que nos ofrecen tarjetas de crédito, viajes, sorteos, mascotas y hasta hijos. Imagínenese con nuestra foto van a llegar mensajes o telefonemas como: ¿necesita dentista? nosotros podemos cambiar ese aspecto deplorable; Diseño y rediseño facial, cambie su forma de ver al mundo, que el ser tuerto no se lo impida; o ¿crudo? compre la nueva pastilla del día después de mañana; etc.
Dejenos en paz, somos simples burócratas anónimos y así queremos seguir siendolo.
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