The suffering's going to come to everyone someday
Tener a un familiar enfermo y en cama es una de las situaciones más difíciles por las que puede atravesar alguien. Más si se trata de la madre. Desde que fue internada el sábado 29 de octubre hasta el día de hoy han pasado muchas cosas duras que sólo imaginaba, pero que no pensé --o al menos no esperaba-- afrontar. Estar en hospitales públicos y, sobre todo, en las salas de urgencias de estos es una experiencia extrema. Largas esperas, tomas de decisiones cruciales, observar en vivo y en directo el dolor y el sufrimiento humano, enfrentar la cuestión de la fragilidad de la existencia y ver lo que todos sabemos que pasa en esos sitios, pero que nadie desea tener enfrente.
Durante una de esas largas esperas en la madrugada escribí algo en mi cuaderno. Lo he releído y me parece que algunos pensarán que estoy trivilializando el asunto al publicarlo en este lugar. Nada de eso. Al contrario. Lo único que buscaba al momento de garabatear aquello era sacar algo de lo que inundaba mi cabeza. Todos tratamos de superar las adversidades con nuestras mejores herramientas. En mi caso eso fue lo que intenté. Además, aún en las peores experiencias se debe tratar de tomar lo positivo. Si no fuese así, la humanidad simplemente se habría estancado desde el inicio de los tiempos.
Por ello, aquí transcribo eso que escribí desde la sala de urgencias de un hospital público la madrugada del dos de noviembre de 2005.
Reflexiones desde la sala de urgencias de un hospital público en la madrugada del Día de Todos los Santos del año 2005 del Señor
a) Dada la dificultad que implica cuidar a un enfermo propio, es decir un familiar, un amigo muy cercano o hasta uno mismo, el trabajo de las enfermeras es, al mismo tiempo, plausible e irracional.
b) Estos días en este tipo de lugares me han recordado el título de uno de los cuentos del viejo Bukowski: vida y muerte en el pabellón de caridad.
c) Las frases populares siempre tienen vigencia y contundencia, a pesar de su simpleza o sinrazón. Pienso, por ejemplo, en eso de que en el Seguro Social no te curan una jodida gripa común, pero te salvan un órgano vital.
d) La sala de urgencias es una reproducción a escala de un hipotético mundo Playmóbil: unos hombres traen a gente enferma en camilla, los cuales serán atendidos y curados por enfermeras y doctores de bata blanca y chalecos verdes, mientras el público en general espera expectante atrás de la puerta de crital con varias expresiones básicas en sus rostros (angustia, miedo, alegría y esperanza).
e) ¿De dónde salen tantos enfermos?, pero, peor aún, ¿dónde reclutan a tantos doctores?
f) Una verdadera enfermera debe dejar ver, al menos una vez por semana, sus puntuales bragas blancas de rombo subterráneo a través de sus pantalones semi-transparentes.
g) Quien piense que el productor de agujas y mangueritas de plástico es alguien menor, no sabe lo que dice.
h) Dicen que en el hospital y en la cárcel se conoce a los verdaderos colegas. Ahora habrá que agregar a aquéllos que te envían mensajes de respaldo al móvil en esas mismas circunstancias.
i) Prefiero seguir viendo todo desde la Sala de Emergencia del Discovery.
j) Uno empieza a comprender la edad cuando uno de los colegas con los que bebiste varias veces es ahora el profesional que se encargará de alguna cosa importante en la vida, verbigracia, la salud del paciente de al lado.
k) Sabias palabras de José José, mejor conocido como El Príncipe de la Canción: "a los veinte uno se va a Las Vegas, wow, qué mujeres, qué diversión; a los cuarenta a Europa, qué cultura, qué museos; a los sesenta uno se va a Houston, qué hospitales, qué servicio..." (¿y a los treinta?).
l) Aunque suene cursi, la existencia sí que es un suspiro.
m) Hombre sabio también el que inventó la máquina lava "cómodos" y lava "riñones", artilugios ambos para depositar lo que todos secretamos y todos escondemos (entrar a los cuartos sépticos donde se depositan estas herramientas es como ingresar al séptimo círculo dantesco).
n) El tipo que está a nuestro costado está aquí porque el lunes comenzó a vomitar sangre por la nariz y por la boca. Su esposa, además, describe perfectamente que sus heces fecales ese día eran como "un zapote". El tipo aún tiembla de las manos y está recibiendo una transfusión sanguínea que pasa lenta, lenta a través de las mangueritas referidas en el inciso g. De acuerdo con el doctor, el hombre tiene aquí y ahora un total de sangre de siete, cuando lo normal es 10 o 12. Mi madre pensó que había tenido un accidente por el parche que tiene en la nariz. Ahora sabemos que no es un parche, que es una sonda que le está drenando los cuatro litros de tequila Jimador, 100 por ciento saber a gaver, que se bebió desde el fin de semana con sus colegas. "Es que me gusta mucho el tequila con limón y luego del tercer trago ya no me entra la comida", dice el bebedor punk, el cual no es la primera vez que está aquí por la misma razón. "Aquella ocasión (es decir, la primera) hasta una sonda por el pene le metieron", afirma su mujer, chaparrita, morena, mexicanísima madre de familia que se mortifica por el modo de beber de su cónyuge, pero que no falla si se le encomienda la bella y noble labor de ir a por una caguama, una botella de Bacardí, un pedazo de queso de puerco o unas salchichas botaneras para el aquelarre etílico. "¿Y por qué no se tomó un caldito?", pregunto yo que --digamos-- no soy un novato en el tema de la tragazón de alcohol, como dirían las abuelas. "Pues porque ya te dije que al tercer chupe ya no m'entra la comida". ¿Para qué más preguntas ante esta evidencia científica? "Una cubita, ¿no?", remato para recibir como sentencia un "nomás que salga...".
o) La historia del inciso n es real.
p) Ya sé qué negocio puedo montar cuando me jubile de la administración pública federal: abriré una tienda tipo miscelánea a un costado de un hospital. Con la sola venta de rollos de papel sanitario y botellas de agua recuperaré mi inversión en el muy corto plazo.
q) Quien haya visto la película Kids recordará al indigente negro que sube al metro de Nueva York y pide dinero mientras canta "I have no legs, I have no legs". Bueno, frente a mí tengo a la versión poblana del mismo.
r) Deberían los hospitales públicos abrir un departamento o área de atención dedicado a los familiares de los enfermos que montan guardia nocturna o de tiempo completo (como yo). Somos los que acabamos más dañados y no recibimos ningún cuidado. Auxilio.
s) Todos hemos fantaseado con la clásica enfermera sexy cuya bata blanca estrecha y ajustada apenas cubre unas ligas del mismo color. En este momento yo sólo busco de una enfermera un comprobante de estancia y una orden de salida que nos regrese a casa, aunque para elllo ni siquiera deje ver su pantaletota de paracaídas a través de su pantalón de papel cebolla.
t) Las enfermeras siguen patrones de edad marcados. Las hay, pongamos, de veinte, de treinta, de cincuenta. Oleadas de contemporáneas. Grupos genéricos fácilmente identificables. Todo se lo debemos a los programadores televisivos que repiten una y otra vez de manera cíclica Candy Candy.
u) En los hospitales públicos el proceso de aprendizaje de la sencillez es intenso. Si tú andas por la vida con aires de soberbia, al momento de ingresar a estos sitios tu condición puede cambiar. Guardias, trabajadoras sociales, enfermas y doctores, de hecho, hasta vendedores y taxistas te enseñan el significado del término humildad. Aquí ellos mandan. No importa que digan "haiga" o que lean el TV Notas mientras tú cargas bajo el brazo el ejemplar de noviembre de Letras Libres. Por supuesto, ese poder es producto efímero de su posición: ellos están dentro y controlan la situación. Tú, por el contrario, estás fuera, estás bajo su tutela y, además, estás subordinado. Si quieres obtener lo que quieres --más bien, lo que necesitas-- debes aprender a no querer imponer tu voluntad, sino a tener al final lo que buscabas. Es decir, debes dejar que una enfermera goce su poder dejándola hablar, regañarte y darte instrucciones para que al final obtengas el valioso pase de visita permanente que te permite entrar al piso donde está tu familiar hospitalizado. ¿Duro? Un poco. No importa. Como en todo --o casi todo-- de esta existencia, existe un eterno retorno. Ese guardia tiene familia. Esa familia tiene algún anciano. Ese anciano posee más defensas cada vez más débiles. Esa situación lo vuelve vulnerable ante las probables enfermedades que pululan en el medio ambiente. Ergo, es posible que algún día requiera atención médica y, entonces, la misma guardia con cuerpo masculino, uniforme café y botas negras esperará detrás de una puerta de cristal información sobre el estado de salud de su ser querido y buscará --claro-- entrar a verlo, hablar con el doctor, saber en dónde está. No es un mal deseo. Es simple y llanamente una de las leyes de la existencia: hoy aquí, mañana del otro lado.
3 Comments:
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Excelentes puntos, varias veces me ha tocado estar del otro lado del cristal esperando información y solicitar humildemente, amablemente el que me dejen pasar.
Hombre, pues qué te puedo decir, lo único es que espero que esa experiencia no se repita demasiado. Saludos.
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