viernes, marzo 24, 2006

Burócratas Rebel Power

Mientras mi colega Paco sigue sumergido en su mundo legal, con plazos y sentencias que desafían al calendario occidental de Galván, aquí van algunos temas en cascada sobre lo que algunos llaman "la coyuntura política mexicana", que en otros términos no es otra cosa más que el puro chisme caliente.

a) He ido a ver Un mundo maravilloso. Bien. A secas. Divertida, sí. Light, también. Bien hecha, sin duda. Muchos actores "importantes" de la industria naconal reunidos en menos de dos horas de proyección, verbi gracia, Rojo, Armendáriz, Sariñana, Suárez, Alcázar, Gómez Cruz, Murray, Luna, Ochoa, et al. Se agradece que no hayan incluido a ningún Bichir. Pero, bueno, tampoco es la gran cosa el filme. Una comedia ligera, pero con "conciencia social". Algo así como una entrega de premios del CEMEFI a los mejores filántropos del país. Aunque sí podríamos decir que el final trae un mensaje semi punk. Para no joder la cuestión, sólo citaré una estrofa de Miki extraída de su rola definitiva "Soy pobre" para ilustrar la cuestión:

Soy pobre / me quiero vengar / soy pobre / comenzaré a robar / no tengo lana / cero luz / ni para un viaje / en microbús / soy pobre / te voy a desorejar...

En fin. Por cierto, algunos de los personajes que ahí aparecen me recordaron a varios tipos de esta y otras oficinas públicas, sobre todo a los de esos asesores gays que andan de hinchapollas de sus jefes y que siempre se refieren a los ministros de Estado como ah, sí, Paco (Gil, según ellos), claro, lo conozco bien.

Oh sí.

b) Leo a Jorge Chabat. Vaya buen articulista. Es del CIDE, pero no tiene la gracia de un manatí que les caracteriza. Es decir, a parte de analizar y escribir de manera sobresaliente, lo hace con humor. No como los textos soporíferos de su colega Luis Rubio. Veamos unos párrafos de su columna de hoy publicada en El Universal (a lo mejor al rato también se va para el Nuevoexcélsior).

"Pero el nombramiento de candidatos nos mueve a reflexionar sobre otro problema: el de la oligarquía partidista. Al parecer los partidos se aprestan a designar varios candidatos cuyo único mérito es básicamente ser "cuates" de las dirigencias partidistas o "recomendados" de algún picudo dentro del partido pero que serían incapaces de ganar una elección para jefe de grupo en la escuela primaria de su colonia".

"Algunos de los posibles candidatos dedonominales en el PAN y en el PRI son para erizar los cabellos a cualquiera. En el PRI se mencionan nombres que parecen salidos del Museo de Historia Natural, como Augusto Gómez Villanueva, quien ya en la época de Echeverría parecía dinosaurio".

"En la lista de los dedonominales al Senado (del PAN) figura en primer lugar (de que pasa, pasa, como dijera un anuncio de la pre-verificación vehicular) uno de los peores políticos en la historia del país y sin duda el peor político del gabinete de Fox: Santiago Creel".

"¿Hay alguien que piense que los agraciados con el dedo partidista van a responder a los intereses del pueblo y no a quienes los pusieron ahí? Puede ser que ello ocurra pero la verdad es que, como dijera el cantante José José, lo dudo. Francamente lo dudo. Lo bueno es que ya viene el campeonato mundial de fútbol".

Bravo.

c) La noche del miércoles, imbuídos aún por el espíritu del pastorcito de Guelatao, se realizó otra (¡otra!) junta de vecinos del edificio. No, no, no. La democracia está pegando con tubo, al menos en la Benito Juárez. ¿Qué se puede comentar de actos como éstos cuando se repiten sistemáticamente? No gran cosa. Sería un lugar común afirmar que la participación ciudadana, que la democracia, que bla, bla, bla. En mi caso sólo puedo sacar algunas conclusiones.

Primero, este tipo de reuniones son --en ocasiones-- más provechosas que todas las clases de ciencias políticas en la Universidad. El miércoles aprendí por qué coños en este país las decisiones importantes siempre las han tomado --y las seguirán tomando, al parecer-- las élites. Simple y sencillamente porque el pueblo, la ciudadanía, la banda, el personal o como quieran llamarle a la gente como tú o como yo, nada más no nos ponemos de acuerdo en casi nada.

Segundo, que eso de los liderazgos legales, carismáticos y tal sí es cierto, sólo que el problema radica en aquellos que, a pesar de no tener ni un ápice de este rasgo, se sienten con la suficiente capacidad para dirigir a una colectividad. Dice el refrán que no hay nada peor que un pendejo soberbio, bueno, yo agregaría que no hay nada peor que un pendejo soberbio y que vive en condominio. Me cae.

Tercero, que a pesar de que se rasguen las vestiduras por el abstencionismo y tal, la verdad, ante tanta juntitis y democratitis todo mundo se harta y sólo quiere mandar al infierno tanta política.

Oh sí.

d) "¿Y si Juárez no hubiera muerto?", es la vieja pregunta que nos hacemos muchos en diversos momentos de nuestra existencia mesoamericana. "Viviría en Estados Unidos", ha respondido Villoro en su artículo de hoy en Reforma. Ya luego nosotros hemos agregado que también podría estar en la pizca del algodón en California, o preparando pizzas en Nueva York, o limpiando los ascensores de la Torre de Sears en Chicago, o simplemente bailando la Guelaguetza en el Zócalo. Veamos.


Un sueño burocrático
Juan Villoro

"Si Juárez no hubiera muerto, viviría en Estados Unidos", dijo el hombre a mi lado. Me había dormido, leyendo a un autor de teatro del absurdo. Tal vez por eso, lo que pasó a continuación tuvo un tinte irreal, o quizá soñé una realidad que sólo se explica en clave onírica.

Estábamos en una oficina de gobierno y faltaban 46 fichas para que nos atendieran. Mi vecino insistió: "A Juárez le interesaba huir de la miseria. Ahora los oaxaqueños se van al otro lado. ¿Sabía que a California ya le dicen Oaxacalifornia? En caso de dedicarse a la política, él sería hoy alcalde de Los Ángeles", señaló el retrato en la pared: el Benemérito con su peinado impasible.

Una parte de mi familia odiaba al prócer por haber afectado los bienes de la Iglesia. El niño zapoteca que perdió las ovejas en Guelatao era recordado en plan escatológico. Cuando alguien iba al baño, decía: "voy a verle la cara a Juárez". Ni siquiera le reconocían méritos como flautista.

En cierta forma, mi presencia en esa oficina de cobros era un recordatorio de las leyes de Reforma. El gobierno había expropiado una casa de mi tío jesuita y yo debía seguir los trámites. Aquella finca sólo servía para amenazar a sus inquilinos, temerosos de que el techo se les viniera abajo; la renta era inferior al impuesto predial y no podíamos vender el edificio porque la fachada tenía valor histórico.

Aunque a veces los bancos y las cafeterías se instalan en casas de ese tipo, la de mi tío se ubicaba en una calle que seguía un cuestionable itinerario moral: arrancaba en el corazón de la ciudad, en una zona de cabarets, avanzaba hacia una apretada región de hoteles de paso y desembocaba en una rinconada de iglesias. Los tres movimientos del pecado se cumplían en el trayecto: incitación en el cabaret, consumación en el hotel y redención en el altar. A mi tío le gustaba que la casa estuviera detrás del ábside de la iglesia de San Fernando, circunstancia que, por desgracia, tenía sin cuidado a los inversionistas.

Aunque hizo votos de pobreza, mi tío jesuita conservó algunos bienes que destinó a obras de caridad. El último de ellos había sido expropiado, solución aceptable para un inmueble destinado a matar a algunos de sus inquilinos.

Por eso yo estaba en aquella oficina. En media hora avanzamos una ficha. Si seguíamos así nos iban a atender al día siguiente.

"Vamos con el coyote", dijo mi vecino de asiento. Pensé que aún se refería a los cruces ilegales en la frontera, pero señaló a un tipo que parecía un enjuto cantante de flamenco. No hacía falta que abriera la boca para saber que le faltaban dientes.

El coyote habló como un apostador en el hipódromo: por 200 pesos podíamos avanzar 10 fichas; por 500, treinta; por mil nos llevaba a una puerta lateral. Lo dijo con tal seguridad que pensé que disponía de todas las fichas y la gente que llenaba la oficina era un elenco que simulaba una paciente espera.

Incluso la transa tiene grados y yo actué con la mediocridad de quien da un paso para que el destino dé los demás: pagué para adelantar 10 fichas. En cambio, el profeta del Juárez transcultural compró el atajo de las soluciones rápidas. ¿Qué hubiera pensado Benito de nosotros? Nada bueno, de seguro. De niño, el rostro de Juárez me recordaba que no había hecho la tarea. Nadie se ha superado tanto entre nosotros (el tránsito de Guelatao a la Presidencia es ya una proeza; además, ahí están la intervención francesa, el cargo ejercido a bordo de una carreta, el intento de asesinato). Ante él, sólo podemos estar en falta. Un héroe para pedir perdón.

Al cabo de seis horas fui enviado a una ventanilla donde llené una solicitud que me devolvieron con estas palabras: "Un placer, señora". Creí haber oído mal, pero el funcionario agregó: "Feliz Día de la Mujer". Revisé la solicitud recién sellada. Mi nombre era Juana Martina Villoro. Pregunté si el cheque saldría con ese nombre. La respuesta tuvo una inquietante forma de ser tranquilizadora: "No se preocupe, mi jefa. El cheque sale bien. Este es un trámite interno".

Volví con el coyote. "El cambio de sexo le sale en un milagro", me dijo. Obviamente no se refería a los prodigios en los que creía mi tío, sino a los mil pesos que no había querido darle.

La oficina cobró un aspecto de terminal de autobuses. La gente se disponía a dormir para continuar sus gestiones el día siguiente. Si yo hubiera pagado mil pesos, no estaría ahí, administrativamente convertido en mujer. El Estado primero desamortizaba los bienes y luego el sexo. Vi el retrato de Juárez y corregí mis pensamientos: si fuera honesto, estaría extendiendo un sarape en el piso, con mi identidad intacta. "Vieja rejega", dijo el coyote cuando rechacé su oferta.

La burocracia es el único enigma que nunca se vuelve interesante. Ahí, todo suceso es posible, a condición de que sea molesto.

Cené una torta de tamal. Un anciano, que parecía haber peregrinado desde su juventud a esa oficina, insistió en cederme el asiento. Era noche cerrada y yo contaba los focos fundidos en el techo cuando el coyote se acercó: "Nada más por tratarse de ti, chula, te va a recibir el licenciado".

Pasé a un despacho donde los papeles se alzaban en columnas. "Me dijeron que está usted en estado", dijo con amabilidad el hombre. La vida es rara, yo quería salir de ahí, me rasqué la barba y dije: "sí". El licenciado me felicitó y hurgó en sus papeles. El desorden de su escritorio se volvió admirable cuando encontró el cheque: "¿No le importa que esté a nombre de Juan?" Como ya había perdido prejuicios en ese sentido, dije que no. "¿Espera niño o niña?", preguntó solícito. Ya entrados en convenciones, respondí: "Lo que Dios quiera". Revisé el cheque. Sentí la devoción del mexicano ante el trámite absuelto. En el Estado laico, ningún misterio teológico supera al de la burocracia. Agradecí con efusividad.

"A sus pies, señora", dijo el licenciado.
d) Afortunadamente, hoy es viernes. Oh sí.