viernes, junio 16, 2006

Acotación a la publicación anterior

Lo que me sorprende de sobremanera es la bipolaridad mexicana.

Apenas el domingo la Selección era lo máximo, los jugadores eran los mejores y Alemania era la verdadera tierra de las oportunidades. Nunca jamás habíamos estado tan cerca del Campeonato Mundial --es decir, de ganarlo-- como en este 2006. De la mano de San Oswaldo (así le dicen), el cual era guiado de la mano de su señor padre recién fallecido, íbamos derechito a la gloria. El domingo el grito de guerra ya no era esa apología de la impotencia que es el sí-se-puede, sino el bastante combativo que-sí-que-no-que-como-chingados-no. El domingo teníamos un Caballero de las Cruzadas en el ataque (O. Bravo) y la hinchada era considerada como una de las más fieles y carnavalescas del planeta. "Si hubiera un Mundial de aficionados, México sería campeón", ha dicho Juan Villoro.

Pero llegó el empate ante... ante... ¿con quién jugaron?

Y ahora lo que hay son "dudas", hay "interrogantes", hay "preocupaciones". Ya no son los mejores. Se descubre de manera súbita que "Ramoncito" no jugó bien, que "El Cabrito" falló y que "Omarcito" anduvo errante. También se critica que hayan llevado a dos no mexicanos originales (dirán lo que sea, pero el hecho de que dos extranjeros naturalizados estén jugando en Alemania sí es un tema pendiente con un importante sector de la mexicanidad ultra). Por los abucheos del final ya no tenemos a una de las aficiones más fieles, sino a una turba de malagradecidos. En fin. En los medios ya no se comenta el quinto o sexto o hasta séptimo partido, sino que el pase está en el aire y se jugará ante Portugal.


¿Entonces?

Como diría María Elena Velasco, ni de aquí ni de allá...