Voto por México
Denise Dresser
A veces México duele. Mansamente, insoportablemente, como decía el poeta Jaime Sabines que duele el amor. Como esa lanza que atraviesa el cuerpo el recibir un correo electrónico con las palabras "es usted una pendeja, apoya al Peje, se cree muy inteligente pero no hay ninguna diferencia entre un idiota anciano jodido que apoya al Peje por hambre y usted, es una basura váyase a la verga pendeja". Y como ésa, tantas otras palabras cuchillo. Palabras bisturí. Palabras bayoneta. Palabras que van arando las viñas de la ira en vez de abonar el campo compartido.
Porque México se ha convertido en el país de todo o nada. Hay que votar por Felipe Calderón o sobrevendrá el caos, dicen unos. Hay que votar por Andrés Manuel López Obrador o México seguirá siendo una plutocracia, dicen otros. Va a destruir al país, dicen unos. Va a entregar al país, dicen otros. El populista vs. el derechista. El mesías vs. el pirrurris. El hombre peligroso para la derecha vs. el hombre capturado por la derecha. Así se ven ambos bandos. Así se desprecian ambos grupos. Sobremesa tras sobremesa, conferencia tras conferencia, desplegado tras desplegado. Toda la razón con quienes apoyan a Calderón o toda la verdad con quienes idolatran a su adversario.
Lanzando diatribas, aventando calificativos, pavimentando el camino para la confrontación. Spots van y cajas vienen. Insultos van e insultos vienen. "Mentiroso", "corrupto", "fascista", "ignorante" reiteran tanto los panistas como los perredistas, tanto los calderonistas como los lopezobradoristas. Todos, combatientes enardecidos. Los que ven a Hitler resucitado o a Echeverría mimetizado. Los que erigen hombres de paja y los queman en la hoguera de la indignación tribal. Los que no entienden que hay dos lados en cualquier argumento. Aquellos que cierran los ojos frente a las verdades incómodas que tanto panistas como perredistas se niegan a reconocer.
Quienes aborrecen a López Obrador necesitan entender lo que explica el éxito de su candidatura. AMLO no encabeza las encuestas sólo porque engaña a los de abajo; sólo porque "dice lo que los pobres quieren oír"; sólo porque "se aprovecha de la ignorancia de la gente". Su arraigo es síntoma de problemas profundos que muchos mexicanos simplemente no desean confrontar. Es síntoma de una forma de ejercer el poder y concentrar la riqueza que muchos grupos privilegiados no creen que sea urgente cambiar. Como explica The New York Times, hay razones por las que el tabasqueño molesta tanto a unos pero es abrazado por otros. La mitad del país vive con menos de 400 pesos al día. El 10 por ciento de la población concentra el 45 por ciento de la riqueza. Cuarenta por ciento de las empresas y 70 por ciento de los profesionistas no pagan impuestos o hacen trampa para evadirlos.
El país de privilegios y de quienes no quieren perderlos es real. Existe. Está allí. Consagrado en el Acuerdo de Chapultepec que no menciona la palabra "competencia". Consagrado en la nueva ley de radio y televisión que busca, precisamente, frenarla. Los evasores de impuestos que no quieren comprometerse a pagarlos. Los contratos otorgados de manera discrecional bajo el arropo de "la normatividad existente". El neoliberalismo mal instrumentado que preserva en vez de transformar. Las privatizaciones que transfieren monopolios y no los desmantelan. Los bonos navideños y los sueldos desorbitados y la rapacidad de quienes trabajan para el Estado pero se embolsan partes de él. El gobierno como botín repartido. Quizás AMLO no tenga la mejor receta para remediar esos problemas, pero tiene el mérito de decir que existen.
Mérito que también demuestra Calderón al subrayar la continuidad con políticas que han funcionado. La disciplina fiscal y la liberalización comercial y la estabilidad macroeconómica. El reto de la globalización ineludible y cómo aprovecharla. Todo lo que vincula a México con el mundo. Todo lo que otros países modernos han adoptado y para bien. Todo lo que promueve la competitividad en un entorno internacional donde se paga el precio de ignorarla. Ésa ruta que México debe recorrer sin atajos si quiere avanzar, si quiere prosperar, si quiere dejar de ser como siempre ha sido. Ese camino por el cual países como Irlanda y Corea del Sur y Chile y España corren hoy. Países que tomaron la decisión de crecer y compartir, de competir y educar, de crear riqueza y distribuirla mejor.
Y los peligros que México enfrenta para llegar allí son reales. Existen. Están allí. El predominio del Estado benefactor por encima del Estado promotor. Los sexenios saboteados por presidentes demasiado fuertes o demasiado acorralados. La persistencia de un México que se mira al ombligo en vez de mirar al horizonte. La apuesta a los hombres con atributos por encima de las instituciones que los constriñen. La corrupción como forma de vida. El desacuerdo nacional que inhibe la prosperidad colectiva. La incapacidad para pensar más allá del candidato o el partido o la clase social. La brecha entre la élite política y los ciudadanos que dice representar.
Ante ese país en disputa, López Obrador ofrece la refundación imaginada pero inviable y Calderón el reformismo reconfortante pero insuficiente. Ninguno de los dos es dios o el demonio. Ante esa realidad en la que ambos tienen algo de razón, la obligación ciudadana es recordarlo. Pelear menos por el candidato y más por el país. Exigir los consensos imprescindibles para gobernar en vez de los disensos necesarios para ganar. Decirle a AMLO y a quienes lo aman desaforadamente que no basta luchar por las causas justas; que es necesario hacerlo con buenos instrumentos. Decirle a Felipe Calderón y a quienes lo promueven ansiosamente que no basta la continuidad; que es necesario construir un país más equitativo sobre ella. Decirles a ambos que entre pleito y pleito, provocan que se pierda de vista todo aquello que une a los mexicanos en vez de dividirlos.
Hoy México parece estar poblado por personas que sólo entienden su propia versión de las cosas, y que por ello entienden poco. El 2 de julio alguien ganará, alguien perderá y el país persistirá. Con todos sus problemas, con todas sus posibilidades. Con las heridas que las palabras punzantes han producido y que todos tendremos que restañar. Con la distancia entre mexicano y mexicano que todos tendremos que franquear. Porque como escribía Orwell, frente al dolor no hay héroes. Hay candidatos con claroscuros y con causas que deberían ser comunes. Hay una casa dividida que debería encontrar cómo reconciliarse. Y hay ciudadanos que antes de todo y después de todo, deberían votar por México.
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