viernes, julio 07, 2006

La división

Juan Villoro

Nada define mejor nuestro ánimo presente que la certeza de estar divididos. Nunca una elección a la Presidencia había ofrecido una radiografía tan dramática de las fisuras y las heridas mal sanadas del país. Los datos publicados por Reforma no pueden ser más claros: en forma abrumadora, los estados del norte y la gente con ingresos superiores a 10 mil pesos mensuales votaron por Felipe Calderón; el sur y mayoritariamente los pobres, votaron por López Obrador. División regional, de clase y de raza. El México multicultural existe, pero no está integrado como nación.

Urge la opción de una segunda vuelta que permita que el ganador gobierne con mayoría y los votantes sientan respaldada su voluntad. En las actuales circunstancias, el 64 por ciento de los electores puede sentir que no ganó.

Otra sorpresa del domingo es que convirtió a la matemática en una forma de la extravagancia. Los resultados del PREP sorprendieron porque no hubo altibajos en una elección muy reñida. Si tengo 13 millones de chícharos verdes y 13 millones 300 mil amarillos mezclados en una canasta y los empiezo a escoger a ciegas, es lógico que en un momento los amarillos tengan mayoría, luego la tengan los verdes, luego los amarillos y así hasta llegar a la suma definitiva. No ocurrió de ese modo en el PREP: Calderón empezó con una ventaja del 4 por ciento y mantuvo la delantera hasta el final. ¿Cómo fue posible que López Obrador no lo rebasara una sola vez teniendo casi los mismos votos? Sin llegar a la hipótesis de que los datos se falsearon, la forma en que fueron presentados resulta extraña. Se diría que la estadística optó por uno de los contendientes, lo situó en la delantera y dejó que el otro se acercara con enorme lentitud sin alcanzarlo nunca, en una versión aritmética de la novela El castillo. Sospecho que las cifras no son tan kafkianas. Mientras The New York Times hablaba de "crisis electoral", The Guardian usó la palabra "fraude".

Pasemos a otra división, al interior de la izquierda. El subcomandante Marcos se transfiguró en luchador urbano bajo el nuevo alias de Delegado Zero. Salió de Chiapas a bordo de una moto para recorrer el país en extemporánea imitación del joven Guevara, dejó de privilegiar el tema indígena y se concentró en criticar las elecciones. La "otra campaña" se presentó así como una investigación de las fuerzas radicales que no creían en los sufragios y debían articularse en redes de resistencia. ¿En qué medida el tour en el que Marcos repartió tan malas noticias influyó en una elección cerradísima? Aparte de quienes quemaron sus credenciales en Atenco, ¿cuántos más no votaron por considerar que la contienda era inútil? En una metáfora de lo que pasa en el país, el líder zapatista se dividió a sí mismo como el vizconde demediado de Italo Calvino: mitad subcomandante indigenista, mitad delegado antielecciones.

En este carnaval de la escisión resultó llamativa la campaña de Nueva Alianza que pedía "un voto de tres". Que yo sepa, es la primera ocasión en que un partido organiza una estrategia de limosna o reintegro, como si no estuviera convencido de su plataforma entera o como si deseara ayudar a otro candidato rumbo a la Presidencia (cosa que en efecto ocurrió: Campa obtuvo por ahí del 1 por ciento de los votos, pero Nueva Alianza alcanzó el 4 por ciento en las Cámaras). ¿Adónde fue a dar el 3 por ciento de votos a la Presidencia de quienes sólo quisieron a Nueva Alianza para el Congreso? ¿Hubo un trasvase espontáneo en un país no muy afecto al voto cruzado o un pacto corporativo con algún potente sindicato que ya no apoya al PRI? Preguntas y más preguntas.

Otra división sintomática fue la de ciertos votantes con vocación socialdemócrata que no confiaban en López Obrador y buscaron un contrapeso en Patricia Mercado. Seguramente, unos votaron por convicción y otros movidos por el temor de que el Peje ganara las elecciones. Así lo prometían las encuestas, esas pitonisas que al modo de Ronaldinho trabajaron de lujo antes de la gesta y se eclipsaron en el momento decisivo.

Los sondeos condicionaron el voto, nos pusieron nerviosos, desaparecieron de la pantalla en la elección y reaparecieron en los bolsillos de los contendientes. López Obrador se proclamó ganador según sus datos y Calderón hizo lo mismo. No es posible que haya dos ganadores autoproclamados sin que uno de ellos entienda el triunfo ajeno como una usurpación. El compás de espera abierto por el IFE dio lugar a otra división más: el conteo acta por acta posterior al PREP propició un duelo adicional.

¿Amerita el país dividido una bipresidencia, con capitales en el sur y el norte? La Historia, esa excesiva dramaturga, cuenta con dos adversarios reacios a la conciliación. Si López Obrador actúa de maravilla desde el agravio, Calderón ha mostrado que la calma no es lo suyo. En su entrevista con Carlos Loret de Mola el lunes 3 de julio arremetió contra The New York Times y dijo que los norteamericanos debían venir a tomar lecciones de democracia. Si cuando está de buenas se refiere así al país más poderoso del mundo, habrá que verlo en una crisis de carácter. En lo que toca al Congreso, la división a muerte entre el PRD y el PAN convertirá al PRI en el fiel de la balanza. Los partidos democráticos se dieron con todo para regocijo de la única fuerza política capaz de usar la palabra "concertacesión".

En una contienda tan dividida, sería no sólo deseable sino imprescindible que el precario ganador incluyera en sus planes de trabajo a colaboradores e ideas del adversario más próximo. ¿Será posible llegar a esta reconciliadora madurez?

Durante los comicios, la gente mostró una civilidad que deberíamos esperar de la clase política. Por ahora, eso parece tan difícil como que la Selección Nacional esté a la altura de su público.