jueves, julio 06, 2006

La guerra no ha terminado

Lorenzo Meyer


Stalingrado

La ofensiva fue impresionante, el avance de la derecha fue rápido, pero la izquierda logró frenarla y ahora se apresta a la lucha casa por casa. No es lo que esperábamos pero es lo que tenemos. Las crisis si no destruyen, fortalecen. Ojalá.

Y cuando despertemos, ¿realmente la derecha va a seguir ahí? Quizá sí, quizá no

La mañana del 3 de julio nos encontramos con lo impensable: un signo de interrogación se había levantado en ese lugar que por 66 años consecutivos han ocupado primero la derecha del PRI y luego la del PAN, pero donde muchos ciudadanos colocados en las zonas populares de nuestra sociedad se habían imaginado la posibilidad de ver a una izquierda desplazada del poder desde 1940.

A la sorpresa original se le ha añadido algo preocupante: el retorno del fantasma de la sospecha. En la izquierda y en parte importante de la ciudadanía ya hizo nido la idea de una sutil manipulación de los resultados para negarle su derecho a ser puntualmente contados en la pugna por definir la conducción democrática del país. Urge devolver el ectoplasma al lugar de donde vino.

Desde su desalojo del poder al concluir el cardenismo, la izquierda ha deambulado, muy hostigada, por los desiertos de la política mexicana. Pero hoy ya ha acumulado la fuerza, el ánimo y el líder, para hacer creíble su empeño en dirigir los destinos del país. Lo prudente, por tanto, es no volver a empujarle por el camino de la movilización y la acción directa. Lo peligroso del paréntesis que se abrió tras el cierre de las urnas el 2 de julio, no es tanto la reelección de la derecha panista sino que su adversario se quede como oposición agraviada por lo que podría considerar una falta de transparencia electoral.

Las naturalezas de la opción

Históricamente, a la izquierda se le ha demandado el esfuerzo del que siempre debe de cargar sobre el adversario cuesta arriba. Desde luego que la derecha también ha vivido tiempos en que tuvo que nadar contra la corriente, pero finalmente no está en su naturaleza emular el temple del salmón. Su esencia es la propia de los que viven para la defensa y mantenimiento de intereses materiales y que manejan el timón para navegar con la ayuda del poderoso viento de las inercias.

En determinadas coyunturas, la derecha puede sentir el impulso de buscar un cambio, arriesgarse y poner manos a la obra, pero como conjunto, rara vez empeña todo su ser en la lucha contra lo que existe pues, a fin de cuentas, su razón les permite acomodarse si la ganancia es mayor que el pago. Desde luego que no todo miembro de la derecha desdeña los principios, pero como conjunto y en los momentos críticos, el realismo descarnado suele dictar el proceder de las mentes conservadoras. No hay duda de que la izquierda también llega a esta forma de conducta pragmática cuando un largo ejercicio del poder le ha llevado a acumular comodidades y privilegios (véanse a los socialistas españoles tras el largo gobierno de Felipe González y los estalinistas soviéticos), pero eso no suele suceder cuando está en el proceso de encabezar el cambio. Es entonces cuando tiene más energía.

El largo peregrinar de la izquierda moderna mexicana

El mejor momento del ala progresista de la Revolución Mexicana fue breve: apenas el cardenismo. El general Lázaro Cárdenas no asumió el poder presidencial el 1o. de diciembre de 1934, cuando tomó posesión, sino a mediados de 1935, tras una maniobra bien ejecutada que le permitió deshacerse del poder conservador de Plutarco Elías Calles e iniciar un vigoroso proceso de reparto agrario, organización sindical y nacionalización del petróleo.

La enorme resistencia de la derecha -especialmente en el norte del país- aunada a los efectos de la Segunda Guerra Mundial y a la política de "unidad nacional", hizo desertar a los cardenistas tibios y que otros, como los sindicatos o el Partido Comunista, bajaran la guardia en aras del gran esfuerzo contra el fascismo. Para 1946 el PRM de Cárdenas ya era el PRI de Miguel Alemán. La llamada "Guerra Fría", que envolvió al orbe a partir de 1947, permitió a ese epítome de la derecha, Miguel Alemán, en nombre de una industrialización cuyo costo pagarían los trabajadores y la agricultura tradicional, consolidar un anticomunismo relativamente discreto pero efectivo.

El presidencialismo autoritario, con un aparato de control centrado en la Secretaría de Gobernación y en la Dirección Federal de Seguridad y auxiliado en momentos clave por el Ejército, combinado con una sistemática cooptación de opositores, dieron forma a la época dorada de un autoritarismo priista y derechista. La armónica relación de la alta burocracia con el empresariado, la Iglesia Católica y Washington aparece hoy, a ojos de los conservadores, como una bella página de un libro de historias ejemplares. El PAN de entonces no estaba para disputar el poder sino para mantener la utopía conservadora: un México que se desprendiera de los remanentes de la revolución y del cardenismo y donde se moderaran los excesos de la corrupción pública.

El estupendo ambiente (a los ojos de los conservadores mexicanos) de control y corrupción en gran escala que significaron el alemanismo y su continuación -el "milagro mexicano"- tuvo un final abrupto en 1968. Al verse desafiada masivamente, la derecha priista sacó a la superficie su íntima y brutal dureza. Todos los beneficiados por el aparato de dominación dieron entonces su aceptación a esa especie de "solución final" del 68, pero la paz de antaño ya no retornó. Las concesiones que Luis Echeverría y José López Portillo se vieron obligados a hacer a los opositores y a las "clases peligrosas", irritaron a una parte empresarial poco ilustrada, que no quiso comprender que el tristemente célebre "populismo" de LEA y JLP no era otra cosa que el precio a pagar para mantener un statu quo autoritario que había sufrido una sangría de legitimidad.

El catastrófico fin del modelo económico "nacionalista" en 1982 forzó a priistas, empresarios y PAN, entre otros, a cerrar filas, buscar un arreglo a fondo con Washington y su "consenso" económico neoliberal y relanzar el proyecto de desarrollo, montados sobre el espíritu de la globalización, la privatización y el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte. Sin embargo, para hacer tamaña operación debieron de romper con la "economía moral" del pasado inmediato. La reacción fue una insurgencia electoral de los sectores populares que apoyó a una izquierda encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas. La crisis obligó al régimen a recurrir al fraude electoral y a las derechas, priista y panista, a llegar a un acuerdo de cooperación abierta en lo fundamental. La gran corrupción en el proceso de privatización se convirtió en elemento importante para solidificar el acuerdo histórico entre grandes empresarios y políticos.

El fin de la "Guerra Fría" y el fin de la persecución política en nombre del anticomunismo, aunados al poco éxito de la nueva economía de mercado por llevar sus beneficios más allá del gran capital y de algunos sectores de clase media, hicieron posible que la izquierda electoral de 1988 se consolidara después en un partido que, tras pagar el precio de participar en elecciones competidas pero muy inequitativas de 1994 y 2000, en el 2006 ya estuvo en la posibilidad de ser alternativa creíble de gobierno.

Por el bien de todos

La elección del 2006 encontró a la izquierda con el discurso adecuado -"primero los pobres"- y el líder apropiado, pues la biografía política de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) le dio el carisma y la templanza para sobreponerse a los fraudes priistas en Tabasco, a la divulgación de videos que documentaban el soborno de personajes cercanos a él y, finalmente, al intento por anularlo legalmente como candidato presidencial por la vía de un desafuero montado sobre una causa que no se pudo sostener. Ya en la campaña formal, el PRD y AMLO debieron enfrentar una propaganda negativa muy agresiva de un adversario con muchos más recursos económicos, el ataque sistemático del Presidente, el uso partidista de la política social del gobierno federal, la oposición abierta del sector empresarial y la encubierta de muchos otros actores que ven en la idea de "primero los pobres" una amenaza intolerable a sus intereses particulares.

Literalmente y por el bien de todos los mexicanos, hoy, debe llevarse a buen fin -credibilidad incontestable- el conteo de los votos emitidos por una sociedad polarizada. Si cuando despertemos de esta pesadilla la derecha sigue donde ha estado, le conviene no confrontar a una izquierda que mantenga vivos agravios vistos como legítimos por una parte importante de la ciudadanía.