viernes, diciembre 15, 2006

¿Guerra ganable?

Jorge Chabat

Una vieja discusión entre los estudiosos del narcotráfico es sobre las capacidades del Estado-nación para combatir este fenómeno. En esta discusión existen dos grupos: los optimistas y los pesimistas. Los primeros creen que la guerra es ganable. Creen, siguiendo a los clásicos, que por definición, el Estado es más poderoso que cualquier individuo o grupo de individuos que lo desafían. Los optimistas piensan que el Estado es como el Leviatán de Thomas Hobbes: un gigante cuyo cuerpo está compuesto de hombrecitos, que son los ciudadanos.

En esta visión el Estado, cuya fuerza deriva de la cesión voluntaria de la capacidad de defenderse de los ciudadanos, tiene el poder de someter a quien desafíe su soberanía. Como contraparte están los pesimistas, aquellos que piensan que el Estado-nación moderno no fue diseñado para lidiar con una amenaza como el narco y que no importa cuánto poder tenga el Leviatán hobbesiano, pues al final los grupos del crimen organizado acabarán superándolo.

Como prueba de sus argumentaciones, los pesimistas muestran los innumerables casos de violencia impune generada por el narco, en México y otros países. Normalmente los optimistas se encuentran en el gobierno que combate al crimen organizado, y los pesimistas suelen ubicarse fuera del presupuesto.

Y la verdad sea dicha, en México durante las últimas dos décadas ha sido difícil refutar a los pesimistas: la guerra contra el narco no muestra visos de ganarse y más bien ha aumentado el poder militar y financiero de los cárteles de la droga, al tiempo que la narcoviolencia se ha multiplicado.

En este contexto de desánimo y preocupación de la sociedad por el avance del narcotráfico, el gobierno de Calderón acaba de anunciar el programa más ambicioso del que se tenga memoria para combatir este fenómeno en una entidad. La movilización a Michoacán de 6 mil 714 elementos del Ejército, Marina, Policía Federal Preventiva y Agencia Federal de Investigaciones, manda una señal muy clara de que el Estado mexicano está dispuesto a utilizar toda su fuerza para revertir una situación de deterioro que es claramente inaceptable. ¿Eso significa la derrota definitiva del narcotráfico? Evidentemente no.

De hecho, no existe ningún Estado en este planeta que haya erradicado totalmente el tráfico y el consumo de drogas. Sin embargo, lo que este operativo puede significar es el inicio de un acotamiento del narcotráfico que hará que desaparezcan ciertas manifestaciones de este fenómeno, como las cabezas cercenadas arrojadas en una pista de baile. Y todo sugiere que ese es el propósito inmediato del operativo en Michoacán: evitar que el narco actúe de tal forma que México parezca un país africano en guerra civil. Y la verdad es que es un propósito correcto. Felipe Calderón simplemente no puede permitir que en México se presenten las manifestaciones de violencia que se han visto en Michoacán en los últimos meses.

No se trata de acabar con el tráfico y el consumo de drogas, sino simplemente de mantener un mínimo de orden en la sociedad. Se quiere, en suma, devolverle cierta autoridad al Estado mexicano. Este asunto es como la relación de un padre con su hijo adolescente.

Pensar que el hijo se va a comportar de manera impecable es obviamente absurdo: llegará pasado de copas alguna vez, tal vez saque alguna mala calificación y hasta puede estrellar el auto. Sin embargo, si un día este adolescente llega con una metralleta y mata a los vecinos y a sus propios padres, es obvio que estamos frente a una situación inaceptable que requiere de medidas extraordinarias. Eso es lo que pasó en Michoacán y probablemente también en otras entidades: el narco ya rebasó los límites.

Sin duda podemos discutir si esta guerra es ganable o no. El nuevo procurador general de la República, Eduardo Medina Mora, ha insistido en que sí lo es. No obstante, la verdad es que esta discusión tendrá un sentido u otro dependiendo de qué se considere como "ganable". Si por ello entendemos que el narco puede llegar a convertirse en un problema de seguridad pública, que no ponga en peligro la gobernabilidad del país, ciertamente ello es posible y ésa debería ser la meta.

Para ello, desde luego habrá que instrumentar algo más que un operativo policiaco-militar, pero lo cierto es que dicho operativo no puede dejar de hacerse. Es obvio que si Calderón busca atraer inversión a México no puede permitir que el país parezca el escenario de una película de caníbales de los años 60.

La pregunta sin embargo es ¿qué sigue? Todo indica que una reforma integral del sistema de seguridad y de impartición y procuración de justicia. Si ello se da pronto es probable que en 10 ó 15 años podamos decir que la guerra se ganó y que el narco es un delito entre otros, cuyo combate está a cargo de la policía regular y no del Ejército. Esa es la meta. Y eso significaría ganar la guerra.

jorge.chabat@cide.edu

Analista político e investigador del CIDE