El lado oscuro
Dicen los que saben que en los momentos difíciles se puede ver el carácter de las personas. Que en esos momentos de crisis se nota quién está hecho para soportar el vendaval y quién se derrumba al primer vientecillo. Al escribir esto pienso, por ejemplo, en Ronaldinho, jugador del FC Barcelona y considerado en dos o tres ocasiones el mejor jugador del mundo. Durante sus participaciones en la liga española todo es alegría y folklore: realiza jugadas de fantasía, gambetea cual astro y, sobre todo, nunca pierde la sonrisa. Pero a la hora buena falla: con Brasil en Alemania 2006 y con su club en la final del Mundial de Clubes de Japón contra el Internacional de Puerto Alegre. A pesar de que el ejemplo es bastante burdo, pienso que ilustra de manera correcta lo que quiero decir: cuando las cosas marchan normalmente todos estamos en nuestros parámetros convencionales y nos damos hasta el lujo de bromear, pero cuando nos sacan de nuestra rutina es el momento en el que aparecen nuestras virtudes, o bien, nuestros peores defectos.
La transición que estamos viviendo en estos días en la oficina es también un buen termómetro para lo anterior. A pesar de que no es algo nuevo para mí, nunca deja de llamar mi atención. Resulta que cuando hay nuevo jefe todo mundo quiere quedar bien para --según-- asegurar su puesto. Una especie de periodo de crisis en el que salen a flote las características de las personas, es decir el lado oscuro y el lado de la fuerza en los funcionarios públicos
En ese afán de demostrar que uno es súper importante y súper vital para la buena marcha de la oficina, de la Dirección, de la Dirección General, de la Subsecretaría, de la Secretaría, de la Administración Pública Federal, del Gabinete Legal Ampliado y Encogido, y hasta del Orden Mundial Establecido, todos desean pasar por encima y/o aprovecharse de los demás para asegurar su lugar en el espacio y en la pantalla del cajero automático. Y en esta tarea no importa que se vayan por delante subordinados, colegas, familia y hasta dignidad.
Desconozco lo que sucede en la iniciativa privada en una situación similar, pero imagino que es algo igual o peor. Desde mi experiencia --poca realmente, pero alguna-- puedo decir que lo que más sirve es hacer equipo y evitar a toda costa el estrellismo marinero. Es decir, que la defensa, la media y la delantera ocupen sus puestos con la finalidad de meter goles, y cohibir la aparición de las infaltables vedettes del conjunto que sólo buscan su lucimiento personal.
Siguiendo con los ejemplos futboleros (perdón para aquellos culturetes que entran a este buroblog y esperan leer cosas verdaderamente profundas con nombres de autores desconocidos y citas ininteligibles), ¿por qué creen que el Toros Neza fue un equipo de leyenda allá en la década de 1990? Pues porque eran una manga de rufianes que jugaban --como dice la canción-- en dulce armonía. Lo inversamente proporcional a conjuntos sangrones como el América o el Real Madrid en el que lo que importa es la estrellita y no el todo.
Pero como este texto ya parece más bien el discurso de alguna capacitación otorgada por LaSalle o el ITAM a los funcionarios públicos sobre calidad total, concluiré citando al viejo Marx, el cual siempre es útil para terminar artículos cuando ya no se sabe cómo cerrar:
"Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna...".
PS. Claro, se trata de Marx, Groucho Marx.
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