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Ya casi todo el mundo tiene un blog o, en correcto castellano, una bitácora virtual. Lo curioso es que muchos de ellos reclaman privacidad cuando lo que hacen a través de estos artilugios es ventilar cualquier cosa de su vida privada. Que si van aquí, que si van allá, que si tal por cual y que si fulanita y perenganito. Y ahí van entre el torrente de información hijos, esposos, novios, novias, vecinos, colegas oficinistas, franeleros, gaseros, estudiantes, enemigos... Claro, además, salen a flote traumas, deseos, privaciones, anhelos, querencias y todo un larguísimo etcétera de cuestiones que corresponderían --en estricto sentido-- a lo opuesto de la vida pública.
Hace un tiempo le escribí a un tipo que se las daba de muy acá (esta expresión se explica por sí sola) que, para qué le hacía al cuento con eso de que era "subterráneo", si cualquier agente del CISEN o de la AFI o hasta de la policía municipal de Chimalhuacán con un ordenador podía entrar en su sitio, leer unos 15 minutos y tomar nota de los lugares que frecuentaba, de las adicciones que presentaba y de las ideas que planeaba.
En suma, las bitácoras virtuales han simplificado en un altísimo grado el trabajo que antes tenía que hacer a la brava cualquier persona que quisiera espiar la existencia de otra por los motivos más diversos.
Es más, lo peor --pienso-- es cuando alguien que ha terminado con su pareja y era lector habitual del blog de él o ella, vuelve a entrar una vez concluida la relación y se va enterando, paso a paso, de su amorío en turno (por decir algo simplón).
Y vio el burócrata que no era bueno.
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