El gobierno en acción
JMB
El Guardián, marzo 24, 2007
En los últimos días hemos sido testigos de una inusual actividad de la administración pública mexicana. Acostumbrados como estábamos durante el gobierno de Vicente Fox a la inmovilidad, el ostracismo y el solaz, las acciones llevadas a cabo tanto por Felipe Calderón como por Marcelo Ebrard, Presidente de México y Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, respectivamente, no dejan de generar reacciones por el hecho de que vemos al gobierno hacer lo que tiene que hacer: gobernar o al menos intentarlo.
El título de este artículo está tomado de una de las definiciones clásicas del término administración pública. Para Woodrow Wilson, ex presidente norteamericano de comienzos del siglo XX, dicho concepto no era otra cosa que "el gobierno en acción". En su opinión, la manera en que la ciudadanía percibe que su gobierno realmente hace algo es a través del movimiento de su burocracia.
De esta forma, cuando la gente observa a los policías en las calles, cuando realiza algún pago en cualquier ventanilla, cuando gestiona un documento oficial en el registro civil, cuando mira a una cuadrilla de trabajadores desazolvar el drenaje puede estar segura de que su gobierno está trabajando. Y esto, en cualquier sociedad y en cualquier tiempo, siempre ha significado un punto a favor que se refleja en la legitimidad y en la posibilidad de continuar en el poder por más tiempo.
Con todas las reservas guardadas, algo similar está ocurriendo en el país. En parte por los renovados bríos que implica un cambio de administración, pero también por contraste con el equipo predecesor, las acciones realizadas en los ámbitos federal y local se presentan como la vuelta a los principios básicos del ejercicio de gobierno.
La materia central ha sido la seguridad pública, aunque esto no ha exentado el abordaje de otros temas. Un primer análisis basado en la observación de los dos centros más importantes del Poder Ejecutivo –Presidencia de la República y la Jefatura de Gobierno de la ciudad—nos conduce a la conclusión de que, como parte de una velada competencia entre proyectos políticos distintos y en conflicto, la manera en que demostrarán su eficiencia ocurrirá en el campo de los resultados. Veamos.
Por un lado, el gobierno de Felipe Calderón ha iniciado con un considerable despliegue de fuerzas federales en las entidades con los mayores conflictos de inseguridad. La imagen del presidente caminando al lado del secretario de la Defensa portando la indumentaria militar será una de las que más se recuerden del presente sexenio.
Frente a esto, la administración de Marcelo Ebrard establece una estrategia paralela dirigida a atacar los puntos neurálgicos del crimen organizado en el Distrito Federal. Primero en la casi inexpugnable calle de Jesús Carranza en el barrio de Tepito y después en el enorme predio de Iztapalapa en el que se comercializaban cualquier cantidad de auto partes de dudosa procedencia.
Por otra parte, la negociación realizada por el Ejecutivo Federal con el Legislativo ha dado uno de sus primeros resultados concretos: la reforma a la Ley del ISSSTE. La aprobación de una serie de cambios en dicha legislación relativos a las pensiones de la burocracia el pasado jueves 22 de marzo en la Cámara de Diputados, pese a esperar aún la votación en el Senado, ha significado la obtención de algo en lo que Fox tuvo un cuesta arriba eterno: ponerse de acuerdo y generar productos con el Congreso.
En la Asamblea Legislativa del Distrito Federal también se libra una batalla parlamentaria: la discusión y aprobación de una ley que despenalice el aborto. El gobierno de Ebrard se ha declarado "de izquierdas" y, por lo tanto, ha afirmado que defenderá la inclusión de este derecho en la legislación acudiendo al carácter laico y secular del Estado. Aunque los sectores que se dicen "agraviados" han reaccionado de manera puntual, dicha iniciativa no ha sido rechazada del todo por los capitalinos, el sector más liberal del país.
En suma, lo que podemos observar es que ambas administraciones han iniciado sus gestiones a tambor batiente y que, ya sea por mera competencia o por un sincero compromiso público, sus acciones están teniendo repercusiones concretas en la vida cotidiana. Algo que al final del día se agradece, sobre todo si se recuerda el pasado inmediato caracterizado por una notable parsimonia y dejadez.
Lo ideal es que este súbito espíritu laboral se contagie a todas las administraciones públicas mexicanas, en especial a las municipales, en donde la abulia y la desidia aún campean con singular alegría.
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