LULA GÓMEZ · PERIODISTA
"Pasé de la celda al palacio presidencial"
VÍCTOR-M. AMELA
Tengo 36 años. Soy de Madrid, pero he vivido en muchos países, por curiosidad periodística. Estoy soltera, sin hijos. ¿Política? Partidaria del compromiso: soy de izquierdas, y prefiero a los que se declaran de derechas a los que van de apolíticos. ¿Dios? Creo en el bien. Me encerraron por error en una cárcel peruana, y quiero contar lo que vi.
- ¿Cómo es la cárcel de Chorrillos de Lima?
- Cucarachas, miseria, mujeres para las que no hay derechos, sin voz, con biografías estremecedoras... Vi a menores encarceladas, vi a una niña que había nacido allí dentro...
- ¿Cuánto tiempo pasó usted allí?
- Trece días.
- No es tanto.
- ¡Cada día era una eternidad! Y cada noche era más larga que el día. Lo peor era que al internarme nadie me dijo por cuánto tiempo sería, nadie lo sabía..., ¡pero todas las reclusas me decían que jamás saldría ya de allí!
- ¿Por qué la encarcelaron?
- Me acusaron de tráfico internacional de drogas.
- ¿Era usted traficante?
- ¡No! Era una turista. Yo trabajaba en la Universidad de Bogotá y me tomé unos días de vacaciones: con mis botas de montaña y mi mochila, volé a Lima. Mi plan era subir al Machu Picchu.
- ¿Y por qué la acusaron de narcotráfico?
- Por llamarme Isabel Gómez Benito. ¡Al ver mi nombre en el pasaporte, los guardias del aeropuerto de Lima se asustaron!
- ¿Qué tiene de malo su nombre?
- Que había cursadas ¡once! órdenes de detención por narcotráfico contra una tal Isabel Gómez Benito. Al ver ese nombre en mi pasaporte, se asustaron y me detuvieron.
- ¿Sólo por eso?
- Yo les rogué que cotejaran mejor los datos. Pero ellos no quisieron arriesgarse a dejar suelta a una narcotraficante tan buscada... Y por mucho que clamé que se equivocaban, fui a parar al calabozo.
- Qué pesadilla, ¿no?
- Pude llamar a la embajada española en Lima, pero como hay muchas españolas detenidas en Perú por llevar drogas, no me hicieron ni caso. Vergonzoso.
- ¿Tantas españolas camellas hay allí?
- Ahora hay unas cuarenta españolas en las cárceles peruanas. Son de familias humildes, prueban fortuna... y caen. Las pillan con la droga encima.
- Pero contra usted no había más prueba que un nombre, ¿no?
- Sí, sólo eso. Ha habido otras personas encausadas en Perú por homonimia. Mi caso ha servido para que el Gobierno peruano se tome en serio este problema: ¡la justicia condenaba a gente basándose en un mero nombre!
- ¿Llegó su caso al Gobierno de Perú, dice?
- Sí. Vino mi hermano desde España, una abogada movió bien el asunto, el Defensor del Pueblo de Perú intervino... Pese a eso, ¡pasé esos doce días en prisión! Al salir de la celda me recibió en palacio el presidente peruano, entonces Alejandro Toledo.
- ¿Qué le dijo Toledo?
- Me rogó que disculpase aquel error.
- ¿Qué le dijo usted?
- Que había gente en muy malas condiciones en sus cárceles. ¡En el Chorrillo estábamos 70 mujeres en una celda de cinco por cinco metros! Dormíamos piel con piel.
- ¿Hizo amistades?
- Recuerdo mucho a algunas de ellas... Chirley - una joven prostituta- y su madre me ayudaron mucho. Un día, al ir a dormir salieron decenas de cucarachas de mi colchoneta y me puse a matarlas. Ellas se reían, y me enseñaron que era mejor dejarlas y cerrar la boca mientras dormías...
- Qué asco.
- Había allí un televisor que iba cambiando él solito de canal: ¡era por las cucarachas que vivían dentro! Se movían, y...
- ¿Qué era lo peor allí dentro?
- La camiseta pegada al cuerpo por la mugre y el sudor. Apestábamos de verdad.
- ¿Qué le ayudó a mantener el tipo?
- Si aquellas mujeres podían resistir, ¡yo también resistiría! Había algunas que, haciendo trabajitos dentro de la cárcel, ¡sostenían a sus familias afuera! Con ellas aprendí a no compadecerme. Un día mi hermano me trajo un pollo: ¡un manjar! Lo devoré, dejé los huesos. Y vino una presa y me rogó que le dejase roerlos... ¿Cómo iba yo a hundirme?
- ¿Qué delitos las habían llevado allí?
- La miseria, robar para comer... Había una tierna viejita de pelo canoso y moño, calladita, con gafas y leyendo un libro... Un día hablé con ella: se llamaba Margi Clavo ¡y era el número tres de Sendero Luminoso!
- ¿Terrorista?
- Sí: había ordenado matar a unas 500 personas, me confesó. "¿Ha merecido la pena?", le pregunté. "¡Sí!", me dijo. Pero otras sí se arrepentían en la cárcel, y lo pasaban mal.
- ¿En qué sentido?
- En prisión eran traidoras a las otras terroristas; y rechazadas fuera, por terroristas.
- ¿Qué interna le conmovió más?
- Me apenaba mucho una que había matado a su marido y lo había cocinado en el puchero para sus hijos. Y una mujer y su hijita de unos cinco años nacida allí, sin juguetes, sin nada... ¡No había vivido ni un día fuera! Se vestía con nuestras camisetas enormes...
- Pobre niña...
- Me mataba de la pena. Una noche la niña se orinó en la colchoneta. Como dormíamos todas tan juntas, mojó a una presa, que empezó a insultarla: "Guarra, apestosa, meona...", y a increpar a la madre... Esa niña no hablaba, iba siempre con la mirada baja...
- ¿Ha vuelto a contactar con esas mujeres?
- No, pero me he sentido en la obligación de contar sus historias y las he escrito. Me impartieron un máster de humanidad, y espero volver pronto a Perú y poder visitarlas.
- ¿Y no le da miedo ahora viajar a Perú?
- Al contrario, tengo ganas de volver para ver el país de una vez: de Perú sólo conozco la cárcel y el palacio presidencial.
- Cucarachas, miseria, mujeres para las que no hay derechos, sin voz, con biografías estremecedoras... Vi a menores encarceladas, vi a una niña que había nacido allí dentro...
- ¿Cuánto tiempo pasó usted allí?
- Trece días.
- No es tanto.
- ¡Cada día era una eternidad! Y cada noche era más larga que el día. Lo peor era que al internarme nadie me dijo por cuánto tiempo sería, nadie lo sabía..., ¡pero todas las reclusas me decían que jamás saldría ya de allí!
- ¿Por qué la encarcelaron?
- Me acusaron de tráfico internacional de drogas.
- ¿Era usted traficante?
- ¡No! Era una turista. Yo trabajaba en la Universidad de Bogotá y me tomé unos días de vacaciones: con mis botas de montaña y mi mochila, volé a Lima. Mi plan era subir al Machu Picchu.
- ¿Y por qué la acusaron de narcotráfico?
- Por llamarme Isabel Gómez Benito. ¡Al ver mi nombre en el pasaporte, los guardias del aeropuerto de Lima se asustaron!
- ¿Qué tiene de malo su nombre?
- Que había cursadas ¡once! órdenes de detención por narcotráfico contra una tal Isabel Gómez Benito. Al ver ese nombre en mi pasaporte, se asustaron y me detuvieron.
- ¿Sólo por eso?
- Yo les rogué que cotejaran mejor los datos. Pero ellos no quisieron arriesgarse a dejar suelta a una narcotraficante tan buscada... Y por mucho que clamé que se equivocaban, fui a parar al calabozo.
- Qué pesadilla, ¿no?
- Pude llamar a la embajada española en Lima, pero como hay muchas españolas detenidas en Perú por llevar drogas, no me hicieron ni caso. Vergonzoso.
- ¿Tantas españolas camellas hay allí?
- Ahora hay unas cuarenta españolas en las cárceles peruanas. Son de familias humildes, prueban fortuna... y caen. Las pillan con la droga encima.
- Pero contra usted no había más prueba que un nombre, ¿no?
- Sí, sólo eso. Ha habido otras personas encausadas en Perú por homonimia. Mi caso ha servido para que el Gobierno peruano se tome en serio este problema: ¡la justicia condenaba a gente basándose en un mero nombre!
- ¿Llegó su caso al Gobierno de Perú, dice?
- Sí. Vino mi hermano desde España, una abogada movió bien el asunto, el Defensor del Pueblo de Perú intervino... Pese a eso, ¡pasé esos doce días en prisión! Al salir de la celda me recibió en palacio el presidente peruano, entonces Alejandro Toledo.
- ¿Qué le dijo Toledo?
- Me rogó que disculpase aquel error.
- ¿Qué le dijo usted?
- Que había gente en muy malas condiciones en sus cárceles. ¡En el Chorrillo estábamos 70 mujeres en una celda de cinco por cinco metros! Dormíamos piel con piel.
- ¿Hizo amistades?
- Recuerdo mucho a algunas de ellas... Chirley - una joven prostituta- y su madre me ayudaron mucho. Un día, al ir a dormir salieron decenas de cucarachas de mi colchoneta y me puse a matarlas. Ellas se reían, y me enseñaron que era mejor dejarlas y cerrar la boca mientras dormías...
- Qué asco.
- Había allí un televisor que iba cambiando él solito de canal: ¡era por las cucarachas que vivían dentro! Se movían, y...
- ¿Qué era lo peor allí dentro?
- La camiseta pegada al cuerpo por la mugre y el sudor. Apestábamos de verdad.
- ¿Qué le ayudó a mantener el tipo?
- Si aquellas mujeres podían resistir, ¡yo también resistiría! Había algunas que, haciendo trabajitos dentro de la cárcel, ¡sostenían a sus familias afuera! Con ellas aprendí a no compadecerme. Un día mi hermano me trajo un pollo: ¡un manjar! Lo devoré, dejé los huesos. Y vino una presa y me rogó que le dejase roerlos... ¿Cómo iba yo a hundirme?
- ¿Qué delitos las habían llevado allí?
- La miseria, robar para comer... Había una tierna viejita de pelo canoso y moño, calladita, con gafas y leyendo un libro... Un día hablé con ella: se llamaba Margi Clavo ¡y era el número tres de Sendero Luminoso!
- ¿Terrorista?
- Sí: había ordenado matar a unas 500 personas, me confesó. "¿Ha merecido la pena?", le pregunté. "¡Sí!", me dijo. Pero otras sí se arrepentían en la cárcel, y lo pasaban mal.
- ¿En qué sentido?
- En prisión eran traidoras a las otras terroristas; y rechazadas fuera, por terroristas.
- ¿Qué interna le conmovió más?
- Me apenaba mucho una que había matado a su marido y lo había cocinado en el puchero para sus hijos. Y una mujer y su hijita de unos cinco años nacida allí, sin juguetes, sin nada... ¡No había vivido ni un día fuera! Se vestía con nuestras camisetas enormes...
- Pobre niña...
- Me mataba de la pena. Una noche la niña se orinó en la colchoneta. Como dormíamos todas tan juntas, mojó a una presa, que empezó a insultarla: "Guarra, apestosa, meona...", y a increpar a la madre... Esa niña no hablaba, iba siempre con la mirada baja...
- ¿Ha vuelto a contactar con esas mujeres?
- No, pero me he sentido en la obligación de contar sus historias y las he escrito. Me impartieron un máster de humanidad, y espero volver pronto a Perú y poder visitarlas.
- ¿Y no le da miedo ahora viajar a Perú?
- Al contrario, tengo ganas de volver para ver el país de una vez: de Perú sólo conozco la cárcel y el palacio presidencial.
La gallega Ana María Ríos fue detenida injustamente y aprovechó para desnudarse en una revista. A la periodista Lula Gómez la metieron injustamente en una cárcel limeña (abril del 2004) y ha aprovechado para escribir un libro sobre la dura vida de las reclusas que trató, ´Condenadas al silencio´ (Espejo de Tinta). Lula vivió en uno de los lugares más peligrosos de Perú, pero dice que no borraría esa parte de su vida. Admite que tuvo suerte: "Nadie me agredió ni me violó, en tal caso quizá me hubiese hundido...". Las únicas secuelas que le han quedado son un bruxismo (aprieta mucho las mandíbulas mientras duerme) y unas tremendas ganas de contar lo que vio allí, para que se sepa cómo viven las que fueron sus compañeras de celda. Sueña con presentar su libro en Perú.
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