miércoles, enero 09, 2008

Ahora que estoy por cumplir mis años, algo relativo a la edad y el envejecimiento de “La Contra”.

 

Thomas Kirkwood, investigador del envejecimiento; dirige el Newcastle Ageing Institute

"Cada día nuestra esperanza de vida aumenta cinco horas"

LLUÍS AMIGUET

Tengo... ¡soy más feliz ahora que hace 20 años! Cuanto más mayor, más control tengo sobre mi propia vida. No está escrito en ningún gen cuánto viviremos: podemos frenar el proceso de envejecimiento. Más que fe, tengo curiosidad. Colaboro con la Obra Social de La Caixa.

Durante dos mil años - desde la Roma clásica- la esperanza de vida de las personas fue siempre la misma hasta hace dos siglos, en que empezamos a hacerla crecer dos años y medio por década.

Impresionante.

¡Es la mayor revolución y la que más directamente afecta a nuestra existencia! Cada día que pasa, nuestra esperanza de vida aumenta cinco horas y media, lo que significa que nuestras jornadas tienen - demográficamente hablando- veintinueve horas.

Supongo que tenemos un límite.

Mi investigación sobre el soma desechable contradice lo que se sostenía hasta ahora: no tenemos ningún reloj biológico que limite nuestra esperanza de vida, ni existe ningún programa de autodestrucción ni de vejez en nuestros genes.

Se hablaba del gen del envejecimiento.

El Proyecto Genoma Humano muestra no que exista un gen del envejecimiento, sino que muchos genes tienen un papel en el proceso: unos retrasándolo y otros acelerándolo. Sólo tenemos un programa genético y es para sobrevivir, pero envejecemos porque esa programación no es perfecta y se producen daños en el organismo, que podemos frenar, en parte, con nuestras acciones.

¿Cómo envejecemos?

A lo largo de nuestra existencia vamos acumulando una gran variedad de pequeños fallos en nuestro ADN, en las proteínas de nuestras células. Estos pequeños daños se van acumulando y ese deterioro acaba provocando las enfermedades de la vejez, y con ellas llega la muerte.

¿Podemos detener este proceso?

Podemos moderar su progresión con hábitos saludables.

Déjeme adivinar: ejercicio, nutrición...

Ejercicio, ejercicio, ejercicio, incluso en la silla de ruedas; nutrición, de la que tan poco sabemos, y actitud: entusiasmo para socializar, tener ilusiones y mantener la libertad.

¿En qué sentido?

Hemos demostrado que la autonomía para decidir por ti mismo y fijarte metas alarga la vida y, al contrario, la sumisión, la obediencia ciega y la falta de libertad personal acortan tus días: viven más los más libres.

Haber elegido padres longevos cuenta.

No tanto como se creía. Hemos demostrado que la genética sólo decide un 25 por ciento de tu longevidad; el resto depende del modo en que decidas vivir.

Sea más específico.

El victimismo, el fatalismo, el sentido de dependencia externa, la resignación ante lo que se cree inevitable y, en general, la aceptación pasiva ante lo que acontece son las actitudes ideales para vivir poco y mal.

Se creía que los genes decidían todo.

Hasta hace dos siglos se aceptaba la muerte como natural a cualquier edad - fíjese en el arte y la literatura-, luego logramos aumentar la esperanza de vida acortando la mortalidad infantil, y en los años 40... ¡descubrimos los antibióticos! En los 50 se aplican; en los 60 se generalizan y en los 70 los demógrafos de la ONU concluyen que la humanidad ya no podría envejecer más: habíamos tocado techo alrededor de los 70.

Pues se quedaron cortos.

La humanidad ha ignorado a los demógrafos y ha seguido envejeciendo, por eso pido a todos ahora un cambio de actitud.

¿En qué sentido?

¡Dejemos de ser clasistas con las edades! Dejemos de segregar a las personas por su edad! Basta de obsesionarse con la dichosa cifra de los años. Sepa que - para la ciencia- su edad es flexible, no una maldición inexorable. Usted decide su edad biológica.

La juventud está sobrevalorada.

Es un error que iremos corrigiendo a medida que se imponga la evidencia de que vivimos más y mejor y más sabios. Para empezar, no pregunte ni diga la edad.

Si me la pregunta el médico...

Tampoco necesita saberla en realidad: su cuerpo explica a un buen médico todo lo que debe saber. La edad es sólo una cifra.

Y luego está el DNI y los carnets…

Los funcionarios y el Estado nos segregan para controlarnos mejor, pero el segregacionismo de edad es el más estúpido porque quien discrimina de joven será discriminado de viejo.

¿Vivir muchos años para vivirlos mal?

¡Falso! Dirijo un estudio con 850 ingleses de más de 85 años y la mayoría dice vivir ahora más feliz que los anteriores. A algunos he tenido que pedirles cita con dos meses de antelación porque tenían las agendas a tope. El pesimismo respecto a la vejez es fruto del error de creer que tenemos un tope biológico cuando, en realidad, el límite de nuestra vida lo ponemos nosotros.

¿La fe alarga la existencia?

La fe en uno mismo, desde luego.

¿La religión?

Proporciona un confort que los no creyentes pueden obtener de otros modos.

¿Algún otro factor de longevidad?

Socializar: conocer gente y mantener lazos con los conocidos es una gran fuente de ilusión. Pero - el ser humano es el más diverso de los seres- también hay quien encuentra en la soledad la compañía que necesita.

¿Por qué los hombres vivimos menos?

Las hormonas masculinas nos hacen más propensos a las conductas de riesgo y a patologías específicas.

 

Minuto a minuto

Lo más sorprendente que le puede ocurrir a una persona es la vejez: de cada cual depende que la sorpresa sea agradable. Kirkwood aconseja que olvidemos la funesta obsesión por la cifra de los años. Si algo he aprendido de La Contra es a desconfiar de las fechas de nacimiento para saludar agradecido las vivencias de quienes ignoran su edad y la ajena y viven cada momento como si fuera el último y el primero al mismo tiempo. Kirkwood ha dado consistencia científica a quienes viven así al demostrar que - ¡atrás deterministas gafes y cenizos!- ni la calidad ni la duración de nuestra vida está escrita en los genes, sino que la vamos decidiendo cada uno minuto a minuto: como ahora mismo.