M. Cinta Barberà, primera paciente a la que se implanta un corazón artificial España.
"Ahora mi vida tiene el mismo color, pero brilla más".
IMA SANCHÍS
Tengo 44 años. Nací y vivo en Els Reguers (Tortosa). No pude estudiar por problemas de salud de mis padres y tuve que encargarme del negocio familiar, una vaquería. Las vacas me aterraban. Estoy casada con Josep, juntos desde los 10 años, y tenemos dos hijos.
¿Mala salud o mala suerte?
De niña cogí una hepatitis muy mala y, de moza, algo peor.
¿De qué se trata?
A los 19 años trabajaba en una incubadora de pollitos manejando una máquina que les inyectaba una dosis de hormonas para que engordaran rápidamente. Un día, coloqué mi dedo en lugar del pollito y contraje una artritis reumatoide.
Suena mal.
Dificultades para moverte y dolores terribles de por vida; tanto, que pensé en el suicidio, pero allí estaba mi novio, Josep. Cuando nos casamos, me dijo que quería abandonar el trabajo e irse de voluntario; le seguí y estuvimos cuidando enfermos por los hospitales de España, todo eso me ayudó a colocar mi dolor en un segundo plano.
Y tuvieron dos hijos...
Sí, gemelos, y se sumó el dolor emocional: los médicos nos dijeron que no sobrevivirían. Pero nacieron y sanos, desde entonces sé que la fe no se debe perder nunca. Cuando mis hijos pudieron vestirse solos, entré en una empresa donde trabajan personas con discapacidades psíquicas y físicas - la mía es del 65%-. Aquella era gente maravillosa.
¿Buenos años, entonces?
Sí, hasta que a los 41 años apareció el cáncer, me quitaron los dos pechos y ganglios de las axilas y me dieron tres meses de vida.
¿Pudo haber algún motivo?
Sí, tres meses antes tuve un disgusto muy grande, toda la sangre se me revolucionó.
¿Cómo se planteó la vida a partir de ese momento?
Yo era muy coqueta, y de repente verme con una cicatriz enorme en lugar de pechos...
¿No era peor lo de los tres meses de vida?
No, verte mutilada te provoca una reacción de rechazo hacia ti misma terrible. A veces pienso que no tenía que haberme dejado operar, he vivido tres años de infierno.
No la veo muy positiva después de haber salvado la vida.
Porque creo que es más difícil vivir que morir. Pasan tres años, no te has muerto, pero durante nueve meses de quimioterapia y radioterapia perdí la capacidad de leer y de escribir, vomitaba a todas horas, me quedé sin fuerzas y, además, aquellos tratamientos me envenenaron el corazón, era alérgica.
Vaya.
La oncóloga insistía en que era psicológico. Cuando me ingresaron, ya grave, ella seguía diciendo que hacía comedia para llamar la atención. Me hicieron un TAC y vieron que los pulmones, los riñones y el corazón estaban afectados, pero no era cáncer.
Y le implantaron el primer corazón artificial español.
Antes de operarme le pedí a mi familia que no me visitara durante un mes; necesitaba pensar en lo que había hecho y lo que no había hecho en esta vida, a quién debía pedir perdón y a quién perdonar. Logré una gran paz interior. Me despedí de todos, uno a uno, y les di las gracias, y el día antes de la operación les pedí que se quedaran en casa.
¿Por?
No quería caras tristes, necesitaba enfrentar con serenidad lo que me venía. Si me despertaba, bien, y si no, también. Cuando abrí los ojos estaba llena de cables; continuamente entraba gente desconocida en la habitación, no me decían nada, sólo me tocaban los pies.
Era usted un hito científico.
Sabía cuándo aquella caricia en los pies era auténtica o no. Aprendí a percibir la verdad y la mentira, algo que no quisiera perder.
¿Hubo algo bueno en esos años?
Todo, porque dentro de lo malo he sabido escoger lo bueno. Ya no me asusta la muerte ni la enfermedad. Aprecio la vida y todos sus detalles.
¿Cómo fue la recuperación?
Estuve enchufada a la máquina cuatro meses y diez días, y tuve varias embolias cuando mi corazón despertó.
Es usted como un gato con siete vidas.
Cuando me quitaron los pechos tuvieron que ponerme un catéter, y vino un especialista de Barcelona al hospital de Tortosa que me reventó un pulmón y la vena aorta; me desangraba, y toda yo era aire, era como una burbuja de plástico. Estuve ocho días al borde de la muerte, pero sobreviví.
Oiga, ¿pero a usted por qué le pasan todas las desgracias?
Las cosas les suceden a las personas que pueden superarlas. Pero todo lo que he pasado no tiene importancia, tengo que hacer memoria para recordarlo; lo único que no podría soportar es la pérdida de un hijo.
¿Usted es creyente?
Creo en Dios, mi maestro, y en la reencarnación, pero no en la Iglesia.
¿Qué es lo mejor que le ha pasado?
Todo. Gracias a mi enfermedad y al trasplante he conocido a gente que me ha dado mucha energía. Ahora la vida tiene el mismo color, pero brilla más. Creo que la clave para una buena vida es amor y perdón.
... Y gracias.
Cuando me operaron, me enfadé con el Maestro. "¿Por qué me haces digna de esta curación cuando hay tantos enfermos, niños con sida, con cáncer?, ¡por qué no les das un poco a ellos y me dejas en paz a mí!
Igual le da a usted miedo vivir.
Ya se lo he dicho, es más difícil vivir: no hay que temer a la muerte, hay cosas peores. A mí me gustaría transmitirle a la gente que todos tenemos la capacidad para afrontar cualquier cosa, lo digo por experiencia.
Latidos
Su madre cuidaba de un padre tullido, su padre acabó enfermando, y ella, con 14 años y su terror a las vacas, haciéndose cargo del negocio familiar, una vaquería. Los años pasan pero las desgracias continúan encadenándose: hepatitis, artrosis reumatoide, cáncer y, finalmente, un corazón que dice basta, lo que convierte a Cinta en la primera mujer en recibir un corazón artificial en España; pero en menos de cuatro meses su corazón volvió a latir y hoy funciona de forma autónoma. Nadie diría que esta mujer ha estado en varias ocasiones al borde de la muerte. El fisioterapeuta encargado de su rehabilitación decidió escribir su peculiar historia, La fuerza de un latido (Integral y La Magrana).
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