Notas desde el asueto patriótico
Tenía bastante tiempo que no gritaba tan fuerte los goles de Pumas como sucedió el sábado pasado. La razón: después de casi 10 años la Universidad Nacional fue a poner en su lugar a esos mininos de la UANL al derrotarlos dos goles por cero.
Vaya manera de disfrutar el triunfo. Los Tigres siempre me han caído mal. Quizás tenga que ver con el hecho de que durante un buen tiempo tuve a un dizque jefe en el Ministerio que era regio y que era --según-- hincha de los amarillos. También me jode que en aquel estado exista una ley sobre espectáculos públicos casi casi diseñada sobre medida contra la Rebel. Por supuesto, la emboscada que sufrieron los del Orgullo Azul y Oro hace unas temporadas a su llegada a San Nicolás también adereza esta victoria.
Gracias Pumas por mantener la garra a pesar de su director técnico (no por casualidad comenzaron a atacar con fervor cuando Ferreti fue echado del campo de juego de manera totalmente injusta).
Por cierto, el encuentro lo vi desde Guadalajara, ciudad a la que fui unos días a gastar el tiempo libre que nos han dado la autonomía y las Fiestas Patrias.
Y, hablando de cosas menos agradables, el viernes pasado fui testigo de varias manifestaciones gregarias en el campus universitario. Con motivo de la víspera del encuentro entre la Universidad y el Politécnico, parvadas de jóvenes bachilleres quemaron la figura de la mascota guinda en varios sitios de Ciudad Universitaria. Cánticos, gritos, goyas y brincos. Sin embargo, por la tarde la cuestión fue a peor y hubo batallas y lesionados. Tanto, que el encuentro tuvo que ser suspendido.
Desde mi punto de vista esto es una pena no sólo por los chicos heridos, sino porque en el fondo ni la UNAM ni el IPN deben verse como enemigos acérrimos. De hecho, ambas son instituciones públicas que padecen problemas y comparten esperanzas comunes.
En todo caso, los enemigos son otros. Pumas y Burros Blancos, sin dejar la rivalidad deportiva, deben caminar en paralelo y buscar a los verdaderos recipientes de esa furia contenida que se manifiesta cada vez que las tribunas se llenan de Azul y Oro, y guinda y blanco.
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