viernes, septiembre 19, 2008

Francesc Galmés, jefe de protocolo en varias instituciones durante 34 años, se jubila.

"También se gobierna con las formas".

LLUÍS AMIGUET

Tengo 64 años y he sido 34 jefe de protocolo en la Diputación, con Tarradellas y en el Ayuntamiento de Barcelona. Al buen jefe de protocolo no se le ve, pero si no está, se nota. Soy de Barcelona de padre mallorquín: la calma ayuda. Católico. Siempre me llevé bien con la oposición.

El griterío atronaba el Estadi Olímpic, que inaugurábamos bajo una tromba de agua...

Lo recuerdo.

El público abucheaba al Rey, a Maragall, a Samaranch...

No fue un acto muy brillante.

Pero teníamos que seguir el guión y las autoridades debían salir a hablar.

Un papelón.

De pronto, todos los jefes se dirigieron a mí: "Paco, ¿salimos con paraguas o sin paraguas?".

¿Eso importaba mucho?

Con la que estaba cayendo, pues sí. Yo lo pasé fatal, pero al final les dije: "Si la gente se moja, los políticos también, así que salgamos todos sin paraguas".

A veces hay que mojarse.

El pobre Maragall empezó a hablar empapado, pero a medio discurso el agua había emborronado las letras que intentaba descifrar mientras arreciaba la lluvia y la bronca...

Por lo menos no granizaba.

¡Ese es el espíritu de un buen protocolo! No pierda la sonrisa: sencillez y naturalidad.

La felicidad es saber que nada es demasiado importante.

Por ahí va la cosa. A mí me fichó Samaranch para el protocolo de la Diputación. Recuerdo haber visto desde el balcón de la Diputación a Maragall y los suyos en la plaza Sant Jaume chillando: "Samaranch, fot el camp!" (Samaranch, lárgate)...

Todo pasa y todo llega.

... Y ya sabe que luego fueron grandes aliados para los JJ. OO. De hecho, Samaranch fue quien recomendó mi fichaje a Maragall.

Hubo un Tarradellas de por medio.

Cierto, fui su jefe de protocolo, un cargo pionero en ese momento, pero primordial por las circunstancias. La Generalitat restaurada entonces no tenía ni presupuesto ni competencias, pero el president Tarradellas había aprendido con De Gaulle del poder de las formas y empezó a gobernar con ellas.

Tampoco tenía mucho más.

Despachaba conmigo cada mañana. A Tarradellas, que venía de perder una guerra, le preocupaban, sobre todo, los militares. Su primera visita fue al capitán general Coloma Gallegos - luego serían muy amigos- y su primer alivio, ver que le formaba la guardia.

¿Qué aprendió de Tarradellas?

Me quedo con un consejo suyo que todavía me aplico cuando voy a discutir algo: "Cuando vas a una reunión pensando que el otro también tiene algo de razón, vas bien".

¿No cometía errores de protocolo?

Tuvo la manía de pedir por protocolo que las señoras llevaran falda y nunca pantalón.

Cosas de la edad.

La compensaba con tolerancia y flexibilidad. En cambio, he tenido algún jefe que fue malo porque venía de nuevo rico, ya sabe, los de ahora mando yo y se van a enterar.

Eso es el antiprotocolo.

Les suele salir el tiro por la culata. También recuerdo un episodio de la guerra protocolaria Pujol-Maragall: querían colocar al entonces alcalde Maragall en una mesa inferior en grado a la del entonces president Pujol...

¡Qué neuras financia el contribuyente!

Al final, Maragall no asistió y al día siguiente el titular era: "El alcalde da plantón a Pujol". Al verlo, los de Palau corrieron a comprar una mesa enorme y allí está todavía.

El buen protocolo debería ser barato.

¡Cuántas conversaciones trascendentes que no lo parecían! Recuerdo a Martí i Jusmet, asustado tras el 23-F, preguntando a una autoridad militar qué hubieran hecho con él de triunfar el golpe: "No hubiera pasado nada, hombre - le tranquilizó el general-, te hubiéramos llevado en coche hasta la frontera y punto".

No sé si lo hubieran traído de vuelta.

En la vida hay muchos viajes de ida y vuelta: he visto a algún presidente imponer desde el poder un protocolo que luego lamentó que le aplicaran cuando lo había perdido.

¿Protocolo sólo es aplicar el decreto?

Sobre la norma y en su ausencia, prevalece la naturalidad y el sentido común.

No tan común en política.

Ahora que me jubilo me pilla usted estudiando el trato que hay que dispensar a los grandes de España: tengo pendiente al respecto la pertinente consulta con Armand de Fluvià.

¿Quien no sale en la foto es porque no se sabía el protocolo?

¿. ..?

... Lo digo porque no cita usted a su ex jefe el ex alcalde Clos.

Clos sabía mucho de números.

Maragall: ¿mejor alcalde o president?

Su error de president fue pujolear: lo suyo era gestionar la ilusión hasta la realidad.

¿Qué es lo más raro que le han pedido?

Unos zapatos. Tuve que dejarle los míos a Maragall, que se los había descuidado y llegaba tarde a la Expo.

Y tenía que tocar de pies a tierra...¿Sería protocolario corregirme ahora la traducción?

Podría decirle con tonillo de superioridad: "Querrá usted decir con los pies en el suelo",pero lo protocolario no es quedar más listo que usted, sino que acabemos más amigos que antes de reunirnos: el ego debe ser secundario. Yo personalmente soy partidario, por ascendente paterno, de la calma balear, es decir: no discutir jamás...

¿Incluso cuando se pelea con otro jefe de protocolo?

Si un jefe de protocolo sale en los periódicos, es que no lo está haciendo bien. Hoy salgo, pero sólo porque me jubilo.


Un protocolo feliz

Los gramáticos históricos tienen muy demostrado que cuando una lengua comienza a abundar en largos tratamientos excelentísimos, ilustrísimos y serenísimos es que ha caído en decadencia y con ella su país. Los periodistas sabemos que cuando un cargo necesita tratamiento de imagen es porque ha perdido el poder real. Por eso las repúblicas bananeras abundan en retórica de botafumeiro. Y por eso el mejor protocolo es la naturalidad. Algún día sabremos que somos una sociedad en auge porque los cargos renunciarán a sus coches oficiales, dietas, privilegios y viáticos y preferirán viajar con nosotros en transporte público; felices de ser útiles y de escuchar nuestros problemas de tú a tú.