Llegar temprano, Saime Jabines y la vida cotidiana
Me ha dado por llegar temprano a la oficina. He redescubierto las ventajas que tiene esto. En primer lugar hay mucha calma. Casi no hay nadie y lo que hay es silencio y tranquilidad. A veces hay que bajar el volumen del radio que da a tope la hora de Pedro Infante, pero de ahí no pasa. Tampoco hay ese barullo de empleados que comienzan a socializar antes de --según-- iniciar sus labores cotidianas. El sol brilla y entra por la ventana, se siente esa ligera bruma matutina, hay lugar en el aparcamiento, encuentro el diario y me dispongo a leerlo en paz sin que nadie voltee a mi cubículo para criticar que estoy pegado al periódico. En suma, es bastante sano llegar temprano.
Y leyendo las páginas de hoy veo que el gobierno de Chiapas se está montando alguna cosa rara para conmemorar la primera década de ese estado, del país, del subcontinente, de América, del planeta y del infinito y más allá sin el "poeta" Saime Jabines. En efecto, el mismo cuyas líneas del tipo hoy se murió mi tía Chonita y me fui al cine, o bien, los amorosos no saben lo que quieren, pero son muy amorosos (o algo así), o también esa joya que decía que la luna se puede tomar a cucharadas (¡puag!, imagino que con media tableta de Meticorten y una dosis de Omeprazol para la acidez), bueno, decía que el autor de ese tipo de lindezas será objeto de mil y un homenajes por el señor feudal de aquella entidad (su sobrino, por cierto).
Meterse con Jabines es tocar a una de esas vacas sagradas ultras de la culturosidad nacional. ¿Quieres identificar a un culturoso de verdad, de rancio abolengo y entrañas putrefactas?, sólo pregúntale si le gusta "Jaime", "Mario", "Pablo", "Silvio", "Amaury" y otros tíos latinoamericanistas y cursis. Saime Jabines ocupa uno de los primeros lugares, claro. Y lo malo no es que tenga sus fans y tal, sino que varias instituciones públicas se cuelgan de ahí para ganarse las simpatías de esa culturosiza tan ávida de apapacho que calme sus rencores sociales metabolizados en supuesta poesía.
A mí no me gusta tanto ese género literario. Digo, la leo y tal, a veces. Pero desconfío terriblemente de esos poetas que congregan multitudes, como si fuesen Yahír o Cristián dando autógrafos en Plaza Lindavista. Dicen los que saben que este tipo de manifestaciones masivas sirven para acercar a la gente a la cultura. Puede ser. El punto es ahí el tipo de cultura que se les está dando.
Claro, entiendo que Jabines no es como esos tipos que aún integrarían una peor ralea de supuestos poetas: los que se autoasumen como revolucionarios y de izquierdas (tipo Caíto y Mexicanto), cuyos versos van dirigidos al hombre nuevo y al renacimiento de la clase obrera y popular. Digo, Saime fue hasta diputado del PRI, nada tonto el tío, por cierto.
En fin. Yo, en caso de leer poesía más a menudo, me decantaría por uno de verdad y enorme. ¿Para que ir hasta Chiapas si aquí en San Ángel, en Mixcoac, por los rumbos de Coyoacán tuvimos a uno realmente contundente: Octavio Paz.
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