All nightmare long
Uso este título de una canción del más reciente disco de Metallica para hablar sobre el tema de hoy: la influenza porcina AH1N1.
El asunto comienza a desbordarse. Ya no sólo es la sufrida y apocalíptica Ciudad de México y la vecina San Luis Potosí los personificadores de la primera línea de golpeo frente a este nuevo virus planetario. No. Leo algunos diarios en línea y me percato que hay casos probables en España, en Francia, en Israel, en Australia. Como si todo fuese parte de un estudiado, aberrante guión cinematográfico de bioterrorismo.
Un dato al respecto. En alguno de esos diario se deja entrever la posibilidad de que este tema tenga alguna connotación política. El punto es éste: hace unos días falleció el director del Museo de Antropología de la ciudad por causas muy parecidas a las que ya han cobrado a día de hoy más de un centenar de muertes. El hombre se había entrevistado días atrás con el presidente de Estados Unidos, Sr. Hussein Obama. El cabo que algunos dicen que se ata es, entonces, que podría haberse tratado de un ataque biológico dirigido a asesinar al Ejecutivo norteamericano, cuyo epicentro fue la Ciudad de México, sitio que visitó hace unas semanas. Interesante.
Pero hay otras luces sobre el tema. Uno que, a pesar de su origen religioso, nos da fe (vaya paradoja) de la gravedad de la cuestión. Una nota del diario Reforma señala que hoy han sacado al Cristo de la Salud a una especie de peregrinación por las inmediaciones del Centro Histórico. La razón, claro, es solicitar los favores de este santo especializado en cuestiones de índole sanitarias públicas y urgentes, con el fin de poner a raya a este nuevo virus potencialmente pandémico.
Lo interesante es que este santo no había sido perturbado en su descanso desde... ¡1691! Lo poco que deja ver la nota (Reforma es un diario que sólo permite el acceso a su información en línea a través del pago de suscripción a su versión impresa) es que, en aquel año, hace tres siglos, un brote de viruela puso a temblar a la población. 1691. En esos más de 300 años ha habido de todo: malaria, cólera, ébola, VIH, rubeola, diabetes mellitus, viruela, en fin, todo el catálogo de calamidades que se puedan imaginar. Pero, repito, no había sido llamado a encabezar la resistencia..., como ahora. Entonces, si hacemos una especie de parangón con este hecho de la creencia popular, nos enfrentamos a una amenaza verdaderamente destructiva.
Pero vayamos ahora a lo que algunos llaman más científico. El número de hoy de Proceso, revista mexicana tanto cuanto objetiva y veraz, trae un reportaje en el que señala la existencia de un estudio de mediados de la década que ha calculado una baja de 30 por ciento de la población en el caso de que se desatara una pandemia planetaria. Y en ese momento se hablaba de la gripe aviar, la misma de la cepa H5N5 que sembró el terror en Asia. Al final del día no fue esa amenaza, sino otra por el estilo y más agresiva.
En fin.
Hoy hemos regresado del pueblo poblano, lugar en el que cifro mis esperanzas de sobrevivencia ante el Apocalipsis Ahora. La tradición oral de la región señala fríamente que allá "no pasa nada", o bien, que "las cosas pasan con 50 años de atraso". Bueno, pues creo que ha llegado el momento de poner a prueba dichas hipótesis.
Sin embargo, no dejo de maravillarme con esta ciudad, la mía, la Ciudad de México. Un espacio, en primer lugar, destinado a ser el peor para asentar a un monstruo como lo que es ahora: sobre un terreno lacustre y propenso a sufrir seísmos de magnitudes bíblicas. Nos falta el agua, nos falta espacio, sus atasques son providenciales, su gente va de lo sublime a lo patético, tenemos todo lo que te puedas imaginar, polución, contrabando, narcotráfico, un drenaje siempre a punto de inundarnos de mierda y orines, calles que abren sus bocas para tragarse todo lo que haya encima de ellas, minas que sostienen edificios y vecindades, locura reflejada en los habitantes de las coladeras, múltiples asesinos seriales en potencia en cada conductor atascado en las llamadas eufemísticamente vías rápidas y así un largo etcétera. Lo último ha sido fungir de infantería contra el nuevo virus pandémico mundial.
Pero aún con todo, la Ciudad de México es heroica y gloriosa. No se cae. Resiste y se reinventa.
A veces reafirmo mi orgullo de estar aquí.
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