¿Qué influenza tienen tus labios?
Noviembre de 2008. Oficina pública autónoma. Sala de juntas. Arriban unas enfermeras ataviadas a su usanza y nos piden acercarnos de forma ordenada. Los burócratas van saliendo de sus cubículos y, entre bromas y risitas nerviosas, comienzan a formarse y a descubrirse el brazo izquierdo. Uno a uno vamos pasando. El piquete no duele, sólo es eso: un piquete, algo caliente, efímero y ya. Después hay un poco de molestia, pero nada de gravedad. Antes de salir de la sala una recomendación: no beber durante 24 horas nada de alcohol. Ya está. Hemos sido vacunados contra la influenza para el periodo invernal 2008-2009.
Eso sucedió, repito, en noviembre pasado. No omito mencionar que después de la aplicación de la vacuna, claro, a varios nos dio una gripa durísima que nos hizo cuestionarnos la utilidad de habernos aplicado el antivirus. Bueno. Hoy estamos en abril de 2009 y, de repente, nos hemos ido enterando que hay un brote atípico de influenza en la ciudad, que hay sólo 600 mil vacunas disponibles, que no hay que alarmarse, pero que mañana no hay clases en la Zona Metropolitana para nadie, ni para parvulitos ni para universitarios. ¿Quién dijo algo sobre alarmarse?
Desconozco si la vacuna de noviembre nos sirva ahora un poco más para estar a resguardo del brote. Lo digo no porque desconfíe de la misma, sino porque el virus tal pudo haber mutado ya y, por lo mismo, haber convertido en incompetente a dicho medicamento.
En fin. Escribo esto y escucho el telediario. Imposible no ponerse medio nervioso, sobre todo ante el tonito de tragedia bíblica que adoptan los noticiarios. Después recibo una llamada telefónica de un compañero que me pregunta si también suspenden labores las universidades (se refiere a nosotros, los burócratas, no a los alumnos). En fin.
Ya lo había dicho esa vieja canción, ¿qué influenza tienen tus labios?
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