Gran Torino
Después de un día y de una semana bastante agitada en término de noticias, pruebas, actos y declaraciones, por fin ha llegado el sacrosanto viernes. Gracias Señor.
Y mientras en los altavoces de mi computadora suenan los Pixies, me dispongo a contar que hoy he visto el filme Gran Torino (Eastwood, 2008). ¿Qué decir? Bueno, que es una película eminentemente del corte norteamericano-hollywoodense, pero que nos ha dado a uno de los personajes más entrañables, carismáticos, reales y recordables de mucho, mucho tiempo: el viejo Walt Kowalski.
Sólo por ver la actuación de Clint en su alter-ego de Kowalski vale la pena pagar el boleto de entrada. Vaya tío tan original, tan --repito-- real, tan apreciable. Es una verdadera joya el tal Walt. Sus expresiones racistas, sus posiciones radicales, sus para nada medias tintas, sus valores inquebrantables y su alta dosis de amor intravenoso. Un antihéroe, un modelo a seguir, un oasis entre tantos farsantes cursilentos que leen a Saime Jabines o Bario Menedetti. Un tipo que se avergüenza por haber evadido impuestos, por haber engañado a su mujer. ¡Al carajo los demás! ¡Larga vida a Walt Eastwood!
Por eso, el final es algo duro. Estoy casi cierto que varios derramaron lagrimones cuando aparece la última escena del tal Gran Torino surcando el horizonte con todo y la dulce perrita del buen Kowalski.
Es, vuelvo a repetir (como dicen "los amorosos"), una gringada el filme.
Pero desde ahora siempre recordaremos a Walt.
Un tipo duro mirando de frente a su destino.
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