Ciento único
Estos días de asueto sanitario he intentado leer la obra cumbre de Julio Cortázar llamada Rayuela. La compré en la Feria del Libro del Palacio de Minería de febrero pasado, cuando el mundo aún era el mundo que conocíamos. Y el punto al que me quiero referir es que nada más no he podido avanzar. La verdad, me han dado bastante flojera los personajes, todos ellos suramericanos pretenciosos que viven en París durante la década de 1960 (creo). Donde algunos culturosos han visto poesía a raudales yo sólo he encontrado altos niveles de hiperglucemia. Donde otros han analizado la gran literatura latinoamericana yo sólo me he topado con una escritura enredosa y apantallarurales. En fin. Me han sugerido leerla en la forma laberíntica en que su propio autor lo propuso. Quizás. También que esta lectura es para alguien que está en alguna especie de estado de encantamiento. Quizás. El punto es que, a día de hoy, a mí me ha dado bastante flojera. Lo siento.
Sin embargo, para que no se piense que por estos días estoy en contra de todo lo que suene a sudaca, diré que he encontrado el sustituto ideal de Rayuela muy fácilmente: un libro que compré ya hace varios meses y que se llama La vida exagerada de Martín Romaña de Alfredo Bryce. Vaya buen rollo tiene este peruano plagiador de textos. Para variar, se trata de otros suramericanos afincados en París que buscan fama, fortuna y saciar su sed pretenciosa-culturosa (¿en cada suramericano hay un jugador de fútbol, un modelo o un escritor?). Pero, a diferencia del argentino, Bryce se lo pasa bien y no anda queriendo hacer de cada línea La Gran Línea Poética.
Bueno.
Por cierto, he encontrado en la terracería de la información mexica un sitio que hace las veces de grabadora en la que se puede sintonizar la mítica estación de radio Rock 101 (ya está el vínculo correspondiente en la sección de Oficinas Alternas). Eso me ha alegrado la víspera del regreso a labores.
Pasan las horas de este asueto sanitario y no sé por qué siento que a mí lo que realmente me falta es una buena borrachera de dos días ininterrumpidos. Algo que me saque toda la podredumbre que me anda haciendo almacén en mi sistema digestivo. Por la alergia llevo casi tres meses sin probar nada de alcohol, la última copa que bebí fue en la boda de Brenda. Ah, y mañana mayo 4 cumpliré dos años sin fumar ni un solo cigarrillo. El tabaco lo he dejado para siempre, pero sí me gustaría volver a sentir esa deliciosa ambigüedad que sólo proporcionan los derivados etílicos. Mmm, qué ganas de probar un buen tinto (nunca jamás uno chileno, de ahora en adelante sólo europeos o mexicanos), un whisky con dos icebergs, una ginebra de esa azul que tan rápido se esfumaba de nuestra cava, un Stolichnaya con agua tónica, o bien, unas caguamas (la versión mexicana de la litrona) Indio a pico de botella en algún antrito de rockola en el rincón y chicharrones con salsa Valentina de aperitivo.
Yo, como el gran Luis Buñuel, sólo le pediría al Diablo (si se aparece en el ocaso de mi existencia) que me fortaleciera los pulmones y el hígado para afrontar la vejez.
Rooooock... 101.
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