Sobre los pleitos en la oficina
Una oficina, como cualquier lugar en el que tienen que convivir los seres humanos, es un sitio propicio para la generación de amores y, sobre todo, rencores. En mi ya más o menos extensa vida burocrática (una década en el Ministerio y uno aquí en la autonomía) me ha tocado presenciar y hasta ser partícipe de algunos sinsabores y simulacros de tensión. Sin embargo, nada comparado a lo que sucedió hace pocos días en mi lugar de trabajo.
Para no hacer el cuento largo, sólo diré que dos personajes de la nómina se gritaron su precio en uno de los pasillos. Ambos, en su respectivo castellano, se conminaron a dirigir sus pasos hasta la autora de sus días y, una vez frente a ella, importunarla.
Razones hay suficientes para justificar lo anterior. Era como una pequeña bomba de tiempo. Sin embargo, a lo que voy es, ¿conviene este tipo de acontecimientos al clima laboral?, ¿qué debe hacerse frente a estas manifestaciones de la pasión humana?
Desde mi punto de vista de testigo, un tanto neutral, pero al mismo tiempo también algo involucrado, pienso que el mandamás de la oficina debería fungir de mediador, no para que sean súper colegas, pero sí para poner una especie de orden. Es decir, que no conviene para la buena marcha del conglomerado el que dos se anden retando al más puro estilo barriobajero y arrabal. Digo, la pasión se enciende y la razón se cohibe ante la calentura, pero para eso debe haber un tercero frío y mesurado que llame a la coherencia.
En fin.
Siempre hay una primera vez.
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