jueves, marzo 25, 2004

Hay un proceso al que casi nadie escapa.

De la universidad al servicio público, los jóvenes profesionistas llegan todos rebecos, contestatarios, agresivos, no se bañan, leen La Jornada, El Machetearte, odian a Televisa y al Reforma, sólo ven el Canal 11 y el 22, asisten --religiosamente-- a cuanta exposición de "arte", "cultura", "fotografía", "performance", "conceptual" se les aparezca (sobre todo cuando hay vino gratis, claro...), leen a los clásicos de esta corriente (los beatniks y sus copias mexhikas), beben en cantinas del arrabal y el malebaje, dicen que están aquí para combatir al monstruo "desde las entrañas", "desde adentro", detestan a los que se visten, digamos, con cierta higiene, alegan que su estancia será breve y que su destino está en la "contracultura" y la "oposición", dicen escupir sobre los símbolos patrios y se burlan de su jefe último (el presidente, pues...), están esperanzados en que la esperanza llegue a gobernar, van a votar por AMLO y ya se lamen los bigotes porque se restablezcan los vínculos con Cuba de "amor y baile"...

¿Y qué sucede después?

Cambian.

¡Ja!

Comienzan a bañarse y a vestirse mejor, ya no leen tanto The Ocosingo Times ni el CGH News ni el The San Mateo Atenco Herald (ergo, La Jornada), ya comparan las noticias que da López Dóriga con las que espeta Gómez Leyva, asisten a buenos restaurantes de vez en vez, la cerveza se acompaña ahora de algún licor cuya copa cuesta arriba de 70 pesos, la asistencia a los eventos "culturales" se adereza con la adquisición --ahora sí-- de lo que se anunciaba, las palabras se van refinando, el presidente ignaro que antes teníamos se convierte en un hombre bienintencionado que está siendo atacado por todos los frentes que él mismo ha abierto, AMLO sigue en la preferencia electoral pero se le critican sus zapatos de suela de goma, términos como "darse un break", "deadline", "out", "be my guest (guess?)" se adicionan a los clásicos "órale" y "chale", la música ya no sólo es Escorbuto o Rebel D'Punk, sino que se descubren las bondades de Caetano Beloso (o como se escriba) y de Ella Fitzgerald, el Tecnogeist ya no es sólo en evento para drogarse y emanciparse, sino un vínculo de fraternidad con el pueblo alemán y el mundo occidental, la religión ya no es sólo la católica, ahora también podemos encontrar islamistas y otras excentricidades, en fin, la vida se ha transformado.

¿Es esto malo?

No necesariamente.

¿Por qué?

Porque el punto de la existencia radica en evolucionar.

Ahora, lo criticable es que uno ande por la vida con banderas de "yo siempre seré el mismo, aquí y en todos lados, ahora y siempre".

¡Ja!

Todos nos metamorfoseamos, no por voluntad propia, sino por el medio ambiente en el que, de una u otra manera, venimos a caer.

Y la administración pública es un campo fértil para dejar atrás atavismos y herencias socio-culturales que se creían infranqueables.

Ya lo decía Ludwig von Misses en su obra Burocracia: ponga al más granado empresario que pueda haber sobre la faz de este planeta en el servicio público, según para hacerla más eficiente, y lo veremos en un tiempo convertido en un burócrata más. ¿Por qué? Pues porque la administración pública posee su propio código, su propia esencia, su propia naturaleza que envuelve a todos aquellos a los que acoge en su seno. La jaula de hierro, la coagulación del espíritu que mencionaba el gran Max Weber.

¿Entonces?

La moraleja es siempre ser uno mismo, aunque suene súper chafa y cursi.

No critiques lo que no eres porque no es que tú no lo puedas ser algún día, sino porque ahora no tienes la posibilidad de hacerlo.

(este final no me gustó nada, sono muy hippie-vibroso-kármico, pero ni pex, ya no quiero corregirlo... así se queda).